La Vanguardia

Parentesco­s errados

-

Sin necesidad de entrar en las tiendas más caras. Sin la ayuda de un Richard Gere de turno para que pronunciar­a esa frase de Pretty woman para la historia (“necesitamo­s a mucha más gente haciéndono­s la pelota porque eso es lo que nos gusta”) durante muchos años a mí sí que me dieron coba. Y mucho. Eso sí, en días convenidos.

Sólo tenía que esperar a la segunda semana de agosto y acercarme al pantalán del club náutico de Palma donde aún hoy se sigue disputando la Copa del Rey de vela en presencia de príncipes y reyes. Patrones y navegantes, tripulacio­nes enteras y el grueso de la organizaci­ón me trataban ¡a mí! como una auténtica reina y no me planteé jamás el por qué de tanto halago hasta que un día cambiaron el patrocinad­or.

Cuando los Puig abandonaro­n su mecenazgo náutico y sobre todo cuando Santiago Lange (el reciente campeón olímpico en Río de la categoría Nacra 17, aplaudido por haber atrapado el oro a los 54 años tras superar un cáncer y además haber coincidido en la cita olímpica con sus hijos gemelos) me sorprendió con su“ah, ¿pero vos no sos de los de los perfumes?”, entendí que las atenciones prestadas no se habían debido ni a la insultante juventud y ganas que desprendía entonces, sino únicamente a mi apellido.

Mucho más tarde me volvió a pasar algo parecido. Llamé al gran Pertegaz, ya mayor y casi retirado. Hacía años que el maestro, que había vestido a mujeres como Audrey Hepburn o Jacqueline Kennedy, había sorprendid­o de nuevo con el vestido de boda de la entonces princesa Letizia. Contacté con su despacho de la Diagonal, donde ahora surgen complement­os que rememoran su estilo, y me atendieron con mucha corrección. “El señor Pertegaz ya

Entendí que las atenciones prestadas no se habían debido a mi insultante juventud y sí a mi apellido

no concede entrevista­s”. Chasco. Pero al dar mi nombre antes de colgar el teléfono, la voz del otro lado me pidió un minuto. Y al cabo de medio volvía con una orden del maestro. En menos de una hora nos recibía a Pedro Madueño, autor de las fotos de su última entrevista, y a mí. Y largo rato después me despedía con recuerdos para “la otra” Margarita Puig. ¿Disculpe?, pregunté con curiosidad. “Sí, saluda a tu madre. ¿cómo está ella?”. Esta vez me emparentab­an con la familia de otro Puig muy deportista, mi “no primo” Alberto.

Las experienci­as que me ha reportado mi apellido, por otro lado tan común, azotan mi memoria al menos cuatro veces al día. La noria de recuerdos se desata en cada uno de mis trayectos hacia la redacción o a casa a mi paso por Travessera de Gràcia con Sagués, donde los Puig perfumista­s tuvieron hasta hace poco su sede. Las grúas se han comido ese bello edificio (¿quién ha permitido eso?) y lo peor es que no han tenido compasión ni por las grandes letras (Puig lucía en lo alto) que escribían mis parentesco­s errados.

 ?? Margarita
Puig ??
Margarita Puig

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain