El suplente (y algo más)
THOMAS R. Marshall , que fue vicepresidente de Estados Unidos hace un siglo, declaró en una ocasión: “Había una vez dos hermanos. Uno huyó al mar, el otro fue elegido vicepresidente del país. Y nada se supo nunca más de ambos”. El que fue número dos de Woodrow Wilson puso en evidencia lo duro que es ser el suplente del presidente, pues el cargo apenas tiene atribuciones de acuerdo con la Constitución, aunque es el hombre que, en caso de muerte, renuncia o destitución, le sustituye como inquilino de la Casa Blanca. Antes, Theodore Roosevelt, que acabó de presidente por fallecimiento del titular, lo había dicho de otra manera menos literaria: “Preferiría ser cualquier cosa, profesor de historia pongo por caso, antes que ser vicepresidente”. Sin embargo, Mike Pence, el futuro vicepresidente de Donald Trump, está llamado a desempeñar un papel relevante en la formación del Gobierno.
En efecto, Pence, de 57 años, gobernador de Indiana, es un político ultraconservador, muy religioso, que debe ser quien reconcilie a Trump con la cúpula del Partido Republicano. Es significativa su amistad con Paul Ryan, el líder de los republicanos en la Cámara de Representantes, que encarna la ortodoxia de la formación del elefante. Ryan no soporta a Trump, pero nadie duda de que acabará haciendo un esfuerzo. Casado con una maestra, padre de tres hijos y con estudios de Derecho, Pence se convirtió al evangelismo y se planteó incluso ser sacerdote. “Soy cristiano, conservador y republicano, por este orden”, ha confesado. Inicialmente apoyó a otro conservador radical como el hispano Ted Cruz, pero cuando fue apeado de la carrera, respaldó a Trump.
Mucho más reaccionario que él en cuanto a los valores sociales, es partidario de los tratados de libre comercio en contra de lo que dice el millonario de Queens. Por una vez, un vicepresidente no será “tan inútil como la quinta ubre de una vaca” (Harry S. Truman).