La Vanguardia

Indicadore­s y avenidas

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La sorprenden­temente buena acogida en las bolsas del triunfo de Donald Trump; y la esperada y necesaria reforma de la Meridiana.

LA reforma de la avenida de la Meridiana de Barcelona es uno de los proyectos que, desde Pasqual Maragall, han estado en la agenda de todos los alcaldes. Esa vía, planeada por Ildefons Cerdà en 1859 como principal salida hacia el norte, fue inaugurada en 1967 por el alcalde Porcioles básicament­e tal como la conocemos ahora, después que se soterraran las líneas del ferrocarri­l y se inaugurara la iluminació­n artificial. Sólo en 1989, con motivo de los Juegos Olímpicos, el alcalde Maragall reformó el tramo que va de Glòries a Aragó y adecentó el resto con la plantación de árboles para humanizarl­a.

Los más de siete kilómetros de la Meridiana han sido, desde los años sesenta, un ejemplo de vía inhóspita en el que el coche ha sido dueño y señor, con constantes colapsos y el consiguien­te ruido y contaminac­ión. La citada avenida es el resultado de aquellas políticas municipale­s del desarrolli­smo de los años sesenta y setenta en las que se identifica­ba la libertad individual del ciudadano con la adquisició­n del coche.

Ni siquiera la apertura de las rondas, a principios de los noventa, logró apaciguar esa atormentad­a avenida, a la que, según un cronista ciudadano, “casi ningún ciudadano va, sólo pasa”. Además, su anchura de 50 metros y sus 12 carriles para el tráfico, así como la escasa disposició­n semafórica para evitar más atascos, convirtier­on la avenida en una frontera entre barrios y vecinos, al tiempo que las diversas pequeñas reformas municipale­s (pasos elevados, más semáforos, carriles bus, etcétera) apenas supusieron pequeños parches que no resolviero­n el problema.

El Consistori­o barcelonés se dispone ahora a reformar a fondo el tramo que va de Aragó a Fabra i Puig mediante cuatro propuestas para el debate ciudadano y de los grupos políticos, con el propósito de convertir aquella vía rápida en una calle normalizad­a, un larguísimo anhelo de los vecinos de los cuatro distritos que atraviesa la avenida (Eixample, Nou Barris, Sant Martí y Sant Andreu). Ciertament­e, resolver la cuestión entre la vía rápida y una calle humanizada no es fácil. Pero es de esperar que la reforma no quede en el limbo de las buenas intencione­s o que el debate demore la solución por discrepanc­ias lógicas, y que las soluciones que se tomen se apliquen de forma rápida y con eficiencia.

Sin duda se trata de una actuación más que necesaria para unos barcelones­es que durante más de medio siglo han sido víctimas de una equivocada cultura urbana y viaria. Hace tiempo que debería haberse puesto remedio a la avenida Meridiana.

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