La hora del oportunista
Aún no sabemos si hemos de tomarnos a Trump en serio, si el candidato petulante que hemos visto durante la campaña será el mismo que se instalará en la Casa Blanca. Él insiste en que es una buena persona aunque la prensa no haya querido verlo, que tiene amigos negros, musulmanes, latinos y también homosexuales, que su única misión es devolver la dignidad a los millones de estadounidenses que se sienten traicionados por el establishment, trabajadores industriales desposeídos por la globalización, que viven en suburbios decadentes, donde el consumo de drogas y la tasa de suicidios se ha disparado.
Trump ha prometido ocuparse de ellos, esta clase media que hoy gana menos que hace ocho años, cuando Obama llegó a la Casa Blanca también con la promesa de no dejarlos atrás.
La verdad, sin embargo, es que cuando la extrema derecha europea aplaude el triunfo de Trump y lo mismo hace el líder del Ku Klux Klan uno no sabe qué pensar.
Miembros destacados del Partido Republicano han señalado que no está capacitado para ser presidente, que es un mentiroso patológico, un desequilibrado mental. Trump, además, hace frente a unos 70 pleitos y procesos judiciales. No hay precedente de una situación similar y está claro que representa un peligro, un reto para las instituciones, que ahora deberán demostrar que son más fuertes que él.
El 20 de enero, cuando jure el cargo de presidente, Trump tendrá mucho más poder del que ha tenido Obama. De entrada, intentará hacer todo lo que ha prometido, empezando por el muro con México. Tiene el Congreso de su parte y los líderes republicanos, los mismos que lo repudiaron, ahora trabajarán con él. Coinciden en que es urgente rebajar impuestos a los ricos y desmontar el programa sanitario de Obama, así como la política migratoria que iba a resolver el problema de las personas sin permisos de trabajo y residencia.
Trump llevará adelante su programa porque tiene un gran mandato popular y no le debe nada a nadie, ni siquiera a los donantes tradicionales del Partido Republicano, como los hermanos Koch. Él solo se ha cargado a los Bush y los Clinton, y las oligarquías políticas que siguen en pie deberán pensarlo bien antes de volver a criticarlo.
En política exterior, donde los presidentes ejercen el poder con más libertad, Trump se inclina por renegociar el acuerdo nuclear con Irán, olvidarse de Crimea y estrechar lazos con Rusia, redefinir la relación con Europa, especialmente en defensa, y mirar para otro lado cuando Israel expanda los asentamientos en territorio palestino.
El liderazgo global que EE.UU. ha ejercido durante los últimos 70 años puede estar a punto de cambiar. Trump es un convencido aislacionista. No cree en el excepcionalismo americano, en que EE.UU. sea la nación indispensable y que entre sus obligaciones figure defender y propagar los valores universales. Piensa que cada país debe espabilarse solo y respirar el aire que le dé la gana.
A pesar de que Trump defiende un programa que eliminará su legado, Obama considera que debe tener la oportunidad de liderar. Los republicanos le negaron a él este mismo derecho, pero el presidente opina que permitirlo es respetar los valores de la democracia.
Es muy previsible que Trump lidere el país como si fuera una corporación y que a su lado coloque a veteranos con más experiencia que la suya. El vicepresidente Mike Pence, por ejemplo, será el director general y las quinielas sitúan a Rudy Guliani (Justicia), Chris Christie (Comercio), Richard Haas (Estado), Michael Flynn o Stephan Hadley (Defensa) y Newt Gingrich en el consejo de administración que será el nuevo gobierno.
Un buen equipo hará bueno a Trump. Mientras sus consejeros trabajan él podrá levitar detrás del púlpito presidencial, hacerse perdonar los pecados de la campaña, como pedir el encarcelamiento de Hillary Clinton, y ganarse el respeto de la mayoría de estadounidenses que no han votado por él.
La buena noticia para el futuro de la república es que Trump es un oportunista, un hombre de principios flexibles, más pragmático que ideológico. Ayer, sin ir más lejos, quitó de su programa las promesas de impedir la entrada a los musulmanes y denunciar el acuerdo de París sobre el cambio climático.
Mientras el gran error de la prensa ha sido no tomarse en serio a Trump pero sí interpretar al pie de la letra todo lo que decía, sus electores, algo más listos, se han tomado muy en serio a Trump pero sin hacer caso a sus fantochadas.
Nadie sabe por dónde irá Trump, un hombre de principios flexibles, más pragmático que ideológico