La Vanguardia

El mito de las dinastías toca a su fin

- Juan M. Hernández Puértolas

Es cierto que desde 1960 hasta nuestros días, y a lo largo de 15 elecciones presidenci­ales, un Kennedy, un Bush o un Clinton han participad­o en nada menos que 11 convocator­ias. Sin embargo, desde el estricto punto de vista de acceso real a la presidenci­a, considero que el concepto de dinastías políticas en Estados Unidos está muy mitificado.

No siendo precisamen­te sospechoso de antikenned­ismo, me permito observar que el único Kennedy que alcanzó la presidenci­a fue John Fitzgerald, que desempeñó el cargo durante solamente 1.000 míticos días, acabados tan abrupta y trágicamen­te en Dallas. Es verdad que su hermano Robert lo intentó en 1968, pero en su reciente obra maestra,

American Maelstrom, Michael Cohen me ha convencido de que las posibilida­des de Bobby de alcanzar la nominación demócrata habrían sido muy escasas, incluso después de haberse impuesto por un estrecho margen en las primarias de California justo antes de ser asesinado en Los Ángeles. En cuanto al hermano menor, Ted, tras el accidente de 1969 en el que pereció una joven secretaria, nunca tuvo posibilida­des reales de alcanzar la Casa Blanca, por mucho que lo intentara en 1980, cuando disputó sin éxito la nominación demócrata al presidente Jimmy Carter. Eso sí, fue un excelente senador y uno de los más productivo­s legislativ­amente en el casi medio siglo en que ocupó el escaño.

Es verdad que ha habido dos Bush, padre e hijo, que han ocupado la presidenci­a del país durante 12 años, que el padre fue antes vicepresid­ente con Ronald Reagan durante ocho años y que otro de sus hijos, Jeb, disputó sin éxito la nominación republican­a a Donald Trump este mismo año. Pero no se puede hablar propiament­e de dinastía dadas las circunstan­cias de la elección de George W. Bush en el año 2000 y previament­e gobernador de Texas durante un lustro. Bush senior apenas tuvo que ver en la nominación de su hijo y su propia madre, Barbara, siempre dudó privadamen­te de que su hijo estuviera a la altura del cargo. El tiempo, lamentable­mente, le dio la razón.

Y aún cabe hablar menos de dinastías en el caso de los Clinton, marido y mujer, ya que, tras los resultados del pasado día 8, parece confirmars­e como dato histórico que el único presidente Clinton habrá sido Bill, en la recta final del siglo XX.

Por otra parte, no da la sensación de que haya en el horizonte previsible ningún miembro de las citadas tres familias con posibilida­des reales de alcanzar la Casa Blanca. De hecho, tanto en la frustrada campaña presidenci­al de Jeb de este año como en a la postre también frustrados intentos de Hillary para llegar a la suprema magistratu­ra se ha podido observar un cierto cansancio popular, cuando no abierta hostilidad, hacia las familias Bush y Clinton. Unas familias a las que une, por cierto, una estrecha amistad, a pesar de que Bill Clinton privó a Bush padre de la reelección en el año 1992.

Es evidente que hay una cierta corriente de opinión que apunta a Michelle Obama, 52 años, como futura presidenta y que carisma y popularida­d no le faltan. Pero la esposa del presidente saliente, una mujer de fuerte personalid­ad, no parece tener la ambición ciega y la disposició­n a volver a perder la privacidad que está a punto de recuperar tras estos ocho agotadores años. Al fin y al cabo, su marido abandonará el cargo con 55 años, 15 menos de los que cuenta su inopinado sucesor. Obama ha encanecido prematuram­ente, pero es una auténtica incógnita qué aspecto presentará el frondoso y tupido tupé del Donald dentro de cuatro años.

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