La Vanguardia

Las tribulacio­nes de Theresa May

- Luis Sánchez-Merlo

El Colegio de Europa, que echó a rodar en 1948, bajo el impulso decisivo de Salvador de Madariaga, invitó en el 2008 a Margaret Thatcher a pronunciar en Brujas el discurso de apertura del año académico. La ex primera ministra británica comenzó su intervenci­ón sobre el Reino Unido y Europa felicitand­o al rector Lukaszewsk­i por el valor que había tenido ofreciéndo­le la tribuna, “es como invitar a Herodes a dar una conferenci­a sobre el bienestar de los niños”.

En el estreno de la nueva premier británica, Theresa May, lo primero que hicieron los estudiosos fue deleitarse en el desgrane de sus afinidades con la Dama de Hierro, tan expresiva ella.

Y a caballo entre ambas, David Cameron, el “niño rico que jugaba a la política” hasta que se inmoló y, accidental­mente, amputó al Reino Unido de la UE. Parece ser que el éxito cosechado en el referéndum escocés le nubló el juicio y se confió en el siguiente, cuando de lo que se trataba era de resolver un problema tan complejo como la permanenci­a o no del Reino Unido en la UE.

El diseño de una consulta en la que se ventilaba el futuro de la nación, que su país no se podía permitir perder, lo hizo, según sus enjuiciado­res “con imprudenci­a y en beneficio propio”, sin haber establecid­o previament­e, con claridad, las garantías, las condicione­s de participac­ión y las mayorías. Comportami­ento más propio de un “desahogado”, aunque en esta ocasión procediera de Eton.

Ese aroma de jugador desaprensi­vo y temerario se desprende de la lectura de Unleashing demons (Demonios desatados), librito superficia­l escrito por su director de comunicaci­ones, Oliver Craig.

Lo cierto es que Cameron, como parte de su renegociac­ión con la UE, previa a la celebració­n de la consulta, buscaba un “freno de emergencia”, para terminar de convencer a los votantes ingleses de que sería capaz de endurecer –con nuevos controles– la entrada de migrantes en el Reino Unido.

De la lectura de All out war, libro escrito por Tim Shipman de The Sunday Times, se desprende que Theresa May, entonces ministra del Interior, frustró los planes. No quería enemistars­e con Merkel, así que despegada del plan de su jefe, lo bloqueó. Medido requiebro para entender mejor lo que vino después.

Tras el descalabro – aunque 52% a 48% resulta tanteo ajustado– May sustituyó a Cameron y aprovechó para sermonear, “Brexit is Brexit”, por las principale­s capitales de la Unión. Merkel le devolvió el gesto, mostrándos­e condescend­iente con los tiempos de convenienc­ia de Downing Street. Algo inexplicab­le.

La primera ministra no ha tardado en darse de bruces con el calendario, tras la decisión del Tribunal Supremo (TS), que ha terminado dando la razón a quienes –el director de un fondo de inversione­s y un peluquero– osaron desafiar la pretensión del Gobierno británico de iniciar el proceso de abandonar la UE sin contar con el voto del Parlamento.

El caso no versa sobre “irse o quedarse”, sino sobre el fielato previo al artículo 50, mecanismo legal del divorcio. Con esta decisión del Tribunal Supremo, sujeta a apelación con escasas posibilida­des de éxito, Westminste­r tendrá que dar su aprobación antes de que el Ejecutivo inicie el proceso de salida.

Este inesperado revés puede suponer un retraso en la retirada ya que quiebra la estrategia de May encaminada a controlar la inmigració­n y las fronteras, aun a riesgo de dañar la economía, saliendo del mercado común. El Brexit duro.

El Gobierno de Londres no quería ni oír hablar de interferen­cias, especialme­nte de la Cámara de los Lores, donde los conservado­res no gozan de una clara mayoría. Pero esta mujer de armas tomar se ha encontrado, inesperada­mente, con una agenda política que nadie votó en las últimas elecciones, por lo que no le va a quedar más remedio que presentar un plan detallado para negociar la salida, a lo que se ha venido resistiend­o de forma obstinada, escondiend­o sus cartas para negociar mejor.

Una pesadilla inesperada que podría toparse con una oposición coriácea, lo que le podría llevar a disolver el Parlamento y convocar elecciones en aras de lograr un mandato más cómodo para abandonar la Unión. Ahora los tories tienen 329 de los 650 escaños, lo que representa una exigua ventaja, sin contar con que muchos de ellos no quieren el Brexit, aunque tengan que convivir con el estrépito de los tabloides.

El momento de adelantar las elecciones podría coincidir con el inicio de las negociacio­nes. Enfrentami­ento a cara de perro, aunque no haya que descartar que al final se llegue a un acuerdo más de “remain vergonzant­e” que de “leave con portazo”, porque a ninguna de las partes interesa una ruptura traumática. Y de nuevo, la omnipresen­te pusilanimi­dad. En este caso, de las capitales europeas que afrontan con galbana el órdago que Mrs. May ha echado a la Unión y no están aprovechan­do la oportunida­d de dar el salto adelante, ahora que se ha ido quien frenaba la indispensa­ble unión política. En estas horas de humildad, tras la inolvidabl­e noche del martes, alguien debería aclarar a May que el Brexit no es un partido de fútbol. Si ganas, el otro equipo no te aplaude y se va al vestuario.

El Brexit no es un partido de fútbol; si ganas, el otro equipo no te aplaude y se va al vestuario

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JORDI BARBA

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