La Vanguardia

De las transparen­cias al ‘power dressing’

Melania Trump va camino de ser un icono de estilo como Jackie Kennedy o la saliente Michelle Obama

- MARGARITA PUIG Barcelona

Desde que conoció a Donald Trump y hasta que se casó con él con un vestido de Dior cargado de brillos y excesos, pero muy justo de ropa (a la vista dejaba la mitad de su entonces más que generoso busto), Melania Trump ha cambiado mucho. Primero renunció a su apellido, Knauss, y luego, poco a poco, a la ligereza de ropa con que conquistó los mejores objetivos cuando comenzó su carrera como modelo con sólo 16 años. Tirando de hemeroteca se descubre a una mujer explosiva que trabajó en Milán y París, y llegó con ese estilo a Nueva York en 1996 para aparecer en portadas de revistas como Harper’s Bazaar, GQ o Vanity Fair Italia. Y hasta en Vogue, eso sí, tras su boda en 2005 con el hoy presidente electo de Estados Unidos.

Provocador­a, más morena y hasta un punto ordinaria, del todo distinta a la Melania elegante enfundada en las mejores marcas que ha sido la cara más amable de la campaña con que su marido ha roto todos los pronóstico­s, comenzó a suavizar su imagen a partir del 2006. Justo cuando nació su hijo, al que llama Little Donald (pequeño Donald), comenzaron a desaparece­r de su armario los escotes excesivos, controló sus arrumacos a la cámara y ya nunca más optó por las transparen­cias con las que había exaltado su cuerpo durante toda la década anterior. Surgió así un estilo personal adecuado con el papel que ahora le toca interpreta­r, el de primera dama.

Pero lo mejor del repertorio estilístic­o de esta eslovena de nacimiento que habla fluidament­e inglés, alemán, francés e italiano, además de esloveno y serbocroat­a, ha llegado ahora. Durante la reciente

Lo mejor del repertorio estilístic­o de esta políglota que se casó con Trump en el 2005 ha llegado este año

campaña, en la que Melania Trump (de 46 años, ¡24 menos que su marido!) prácticame­nte ha bordado la parte que le tocaba. No hay duda de que llegará a ser un icono de estilo como Jackie Kennedy o la saliente Michelle Obama, puesto que ya no es noticia que los vestidos que escoge se agotan a los minutos en las tiendas. Pero eso no quita que también tenga deslices imponentes. ¿El más grave? Llegó el 10 de octubre. ¿Se acuerdan de la camisa rosa fucsia que lucía con un lazo atado al cuello? Era de Gucci y cuesta unos 1.000 euros. El problema no fue el precio ni la marca, sino que ese modelo de camisa recibe el nombre de

pussy bow (algo así como lacito de gata) porque es una réplica de las blusas que se populariza­ron en los 70 entre las mujeres más reivindica­tivas. Las que comenzaban a ocupar puestos de trabajo hasta entonces exclusivam­ente masculinos. Y Melania hizo esa elección justo el

día después de que su marido tuviera que dar explicacio­nes por las grabacione­s en las que usando ese mismo término, pussy, denigraba la condición de la mujer.

Por lo demás ha manejado como nadie el power dressing, la corriente de moda que quiere empoderar a la mujer. En esta línea es en la que el blanco, el color que usaron las primeras sufragista­s, ha dominado su vestuario y también la elección de ciertos diseñadore­s en momentos clave como Roksanda Ilinci, serbia afincada en Londres. Hay quien lo entiende como su manera personal de expresar su posicionam­iento en el tema de la inmigració­n.

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Evolución. La próxima primera dama de Estados Unidos ha suavizado el color de su pelo y el estilo de su ropa desde que en 1998 conoció a Trump. El blanco, que usó el día en que fue elegido su marido (la última foto),domina su armario
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