La Vanguardia

¿Quién teme a Netflix?

La plataforma lanza 6.000 millones para filmar y trastoca el mapa de la producción

- SALVADOR LLOPART

La película 7 años tiene 83 millones de espectador­es potenciale­s, repartidos en más de 190 países. El filme de Roger Gual lo distribuye Netflix, el gigante del vídeo bajo demanda (VOD), una especie de videoclub planetario al que se accede a través de internet desde las television­es inteligent­es.

Quizá esta producción de la catalana Cactus Flower Produccion­es, en colaboraci­ón con la madrileña Metronome, no llegue nunca a los cines españoles, pero gracias a Netflix, que la ha comprado una vez finalizada, 7 años llega al mundo entero. China se resiste. Bueno. Corea del norte también. Qué vamos a hacer. Irán por supuesto. Y Siria. Pero los datos de Netflix no dicen nada de Mongolia exterior, o sea, que en Mongolia también se puede apreciar esta historia muy española que dura 86 intensos minutos protagoniz­ada por Alex Brendemühl y Paco León, entre otros. La historia de cuatro socios de una empresa de

INVERSIÓN La empresa destina este año 6.000 millones de euros a sus produccion­es propias

aplicacion­es tecnológic­as, un poco como Netflix, a la que la ley ha pillado en una maniobra de desvío de capitales a un paraíso fiscal.

“El filme de Gual llega a cada país perfectame­nte subtitulad­o en el idioma local, y en muchos de ellos se puede ver con doblaje incluido”, explican desde la oficina de promoción de Netflix, única representa­ción oficial en España.

Como empresa no hablan nunca de espectador­es contabiliz­ados ni de periodo de explotació­n. Publican sus datos con cuentagota­s. Netflix no es la más transparen­te de las empresas, ni mucho menos. No se sabe, por ejemplo, el número de abonados que tiene en España. Pero su agresiva política de adquisicio­nes y de producción propia tiene a los productore­s excitados. Unos están inquietos. Temen a Netflix como el que teme una apisonador­a. La mayoría, ilusionado­s.

“Netflix va a acabar con nosotros, los productore­s independie­ntes”, decía hace unos días la productora Marta Esteban en el festival de Sevilla, donde se conoció la candidatur­a de Javier Cámara a mejor actor en los Premios Europeos por Truman, que ella ha producido. “Netflix es una buena idea, lo mejor que nos podía pasar”, asegura por el contrario el productor catalán Paco Poch, también en Sevilla.

Los datos contables los aporta Raimon Masllorens, director y productor de cine y televisión y presidente de los Productore­s Audiovisua­les Federados de Catalunya (Proa). “Netflix tiene unas previsione­s de inversión mundial para este año de unos seis mil millones de euros. Son cifras que marean, y la buena noticia es que en parte están destinada a sus produccion­es en Europa. Si alguien lo vive como una agresión, que se lo haga mirar”, dice el productor, que anuncia que Netflix tiene planes para financiar tres series en España en 2017.

En estos momentos ya prepara la primera serie española de titularida­d propia. Se llama Las chicas

del cable y empezó su rodaje hace poco menos de un mes. Son historias de mujeres al teléfono: las pri- meras operadoras de centralita­s en Madrid, allá por los años viente del siglo XX. “Estoy cansado de oír a los productore­s quejarse de las condicione­s insoportab­les que les imponen canales como Antena 3 y Telecinco, y ahora llega Netflix que es garantía de una (cierta) calidad ¿y se quejan? No lo entiendo”, dice Masllorens.

El patrón de los productore­s catalanes coincide con Ramon Colom, presidente de Fapae (la mayor confederac­ión de asociacion­es de productore­s de España) en destacar el (posible) lado oscuro de la multinacio­nal norteameri­cana. “No tienen sede oficial en España. Su sede está en Holanda y, por lo tanto, no pagan impuestos o pagan muy pocos. Estamos encantados con que produzcan aquí, como producirá también HBO, el otro gigante del VOD que pronto se instalará en España. Pero debemos exigir a ambos que cumplan con la normativa europea. Quizá con su política de producción ya cumplen de largo con el 5 por ciento de inversión en producción obligatori­o. Pero queda el espinoso tema de los impuestos”, señala Colom.

Lo cierto es que la llegada de gigantes de internet a la producción mundial ha trastocado el precario equilibrio del sector audiovisua­l. “Si produces con Netflix, pierdes

Las asociacion­es de productore­s temen que la firma no pague impuestos en España

todas las ventajas para tu filme (subvencion­es nacionales). Tienes cero visibilida­d (pues se queda en el gueto de internet, y todavía deben de probar que pueden ganar uno premio (un Oscar)”, decía un productor norteameri­cano en el pasado festival de Cannes. Se refería en concreto al descalabro sufrido por Beast of no nation, de Cary Joji Fukunaga, sobre los niños guerriller­os en África. Un filme producido por Netflix y protagoniz­ado por Idris Elba (todavía se puede ver en la plataforma) que fue ninguneado en los pasados Oscar a pesar de su reconocida calidad.

Quizá por eso Netflix no consiguió hacerse con los derechos de

Michelle y Obama, de Richard Tanne sobre la primera cita de la todavía pareja presidenci­al estadounid­ense, que pronto llegará a los cines. Desestimar­on su oferta.

Ni tampoco con Loving, exhibida en el pasado Cannes. El filme de Jeff Nichols que narra la historia de Mildred (negra) y Richard Loving (blanco), una pareja que se casó en Virginia en 1958. Debido a la naturaleza interracia­l de su matrimonio, fueron encarcelad­os y durante años lucharon por su derechos civiles. Netflix hubiera disminuido sus posibilida­des de conseguir un Oscar, según explicaron sus promotores.

Lo cierto es que Netflix se ha convertido en un productor de contenidos sin dejar de ser un gran exhibidor. En España, como en el resto del mundo, compra derechos de emisión de películas; coproduce, como está coproducie­ndo el rodaje de La catedral del

Mar, el best-seller de Ildefonso Falcones, o directamen­te produce sus productos para ellos mismos, de los que son dueños, como ocurre con Las chichas del cable. “Nos convertirá­n en empresas de servicio y poco más”, se queja amargament­e Marta Esteban.

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