Contra la resaca
Sabemos cómo superar una resaca por exceso de alcohol pero carecemos de instrumentos para sobrevivir a una resaca de actualidad como la que acabamos de vivir. Si tras una noche de copas nos levantamos con un hacha clavada en la cabeza, podemos recurrir a la ancestral sabiduría de los remedios populares: fregarnos los sobacos con limón, tomar una infusión de jengibre apretando los pulgares, esnifar piel de mandarina, poner los testículos en remojo (café frío) o insistir y prepararnos un coñac. Contra los huracanes mediáticos, en cambio, estamos indefensos. Parece que sea inevitable aprender de los análisis, predicciones y diagnósticos retrospectivos de quienes no acertaron los análisis, predicciones y diagnósticos previos. Desconfiar de las predicciones también forma parte del espectáculo, porque que, a toro pasado, el papel de la crítica ya está previsto en esta gran superficie del comentario, como lo está el de los que descubren que ellos ya lo habían dicho sin que, por pereza o compasión, necesitemos comprobarlo.
Hace tiempo que los aficionados al fútbol saben que la industria de la expectación tiene poco que ver con la realidad de los partidos que prologa. Y que la esencia sensacionalista, analista o frívola de las previas es una forma de entretenimiento que amplía las posibilidades de obtener beneficios y transforma la incertidumbre de noventa minutos en una alternativa más segura y alargada en el tiempo. En el juego electoral, y en especial en las elecciones norteamericanas, la industria de la previa no es sólo un recurso de entretenimiento y de innegable divulgación sino que tiene la presuntuosa aspiración de intervenir en el resultado. Horas antes de la victoria de Trump, todas las personas mínimamente interesadas por lo que pasa en el mundo leyeron, vieron o escucharon afirmaciones de prescriptores aparentemente informados que sabían “de buena fuente” que ganaba Hillary Clinton. Y con la misma suficiencia con la que a veces los culés fingimos conocer secretos del vestuario del Barça, hablaban de Hillary con una familiaridad caricaturesca y aseguraban que el triunfo demócrata estaba cantado. Este proceso de intoxicación es inofensivo ya que, al fin y al cabo, cada uno administra la espera como le da la gana. Pero sería bueno saber si nos movemos en el territorio del consuelo, el deseo y la fantasía o de la información y la divulgación verificables. La madrugada del miércoles se hizo evidente que el nivel de intoxicación informativa era muy alto y que el espejismo de convertir las elecciones norteamericanas en un espectáculo globalizado –con el plus de una virtualidad que nos permitía votar a favor o en contra de Trump a través de múltiples plataformas (¿catapultas?) participativas– era una rave mediática, una gran borrachera que en teoría debía proporcionarnos información pero que en la práctica nos había vendido, con nuestro voraz consentimiento, actualidad de garrafa.
La esencia sensacionalista, analista o frívola de las previas es una forma de entretenimiento