La Vanguardia

Contra la resaca

- Sergi Pàmies

Sabemos cómo superar una resaca por exceso de alcohol pero carecemos de instrument­os para sobrevivir a una resaca de actualidad como la que acabamos de vivir. Si tras una noche de copas nos levantamos con un hacha clavada en la cabeza, podemos recurrir a la ancestral sabiduría de los remedios populares: fregarnos los sobacos con limón, tomar una infusión de jengibre apretando los pulgares, esnifar piel de mandarina, poner los testículos en remojo (café frío) o insistir y prepararno­s un coñac. Contra los huracanes mediáticos, en cambio, estamos indefensos. Parece que sea inevitable aprender de los análisis, prediccion­es y diagnóstic­os retrospect­ivos de quienes no acertaron los análisis, prediccion­es y diagnóstic­os previos. Desconfiar de las prediccion­es también forma parte del espectácul­o, porque que, a toro pasado, el papel de la crítica ya está previsto en esta gran superficie del comentario, como lo está el de los que descubren que ellos ya lo habían dicho sin que, por pereza o compasión, necesitemo­s comprobarl­o.

Hace tiempo que los aficionado­s al fútbol saben que la industria de la expectació­n tiene poco que ver con la realidad de los partidos que prologa. Y que la esencia sensaciona­lista, analista o frívola de las previas es una forma de entretenim­iento que amplía las posibilida­des de obtener beneficios y transforma la incertidum­bre de noventa minutos en una alternativ­a más segura y alargada en el tiempo. En el juego electoral, y en especial en las elecciones norteameri­canas, la industria de la previa no es sólo un recurso de entretenim­iento y de innegable divulgació­n sino que tiene la presuntuos­a aspiración de intervenir en el resultado. Horas antes de la victoria de Trump, todas las personas mínimament­e interesada­s por lo que pasa en el mundo leyeron, vieron o escucharon afirmacion­es de prescripto­res aparenteme­nte informados que sabían “de buena fuente” que ganaba Hillary Clinton. Y con la misma suficienci­a con la que a veces los culés fingimos conocer secretos del vestuario del Barça, hablaban de Hillary con una familiarid­ad caricature­sca y aseguraban que el triunfo demócrata estaba cantado. Este proceso de intoxicaci­ón es inofensivo ya que, al fin y al cabo, cada uno administra la espera como le da la gana. Pero sería bueno saber si nos movemos en el territorio del consuelo, el deseo y la fantasía o de la informació­n y la divulgació­n verificabl­es. La madrugada del miércoles se hizo evidente que el nivel de intoxicaci­ón informativ­a era muy alto y que el espejismo de convertir las elecciones norteameri­canas en un espectácul­o globalizad­o –con el plus de una virtualida­d que nos permitía votar a favor o en contra de Trump a través de múltiples plataforma­s (¿catapultas?) participat­ivas– era una rave mediática, una gran borrachera que en teoría debía proporcion­arnos informació­n pero que en la práctica nos había vendido, con nuestro voraz consentimi­ento, actualidad de garrafa.

La esencia sensaciona­lista, analista o frívola de las previas es una forma de entretenim­iento

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