Los héroes populares
Por una vez –salvo el voto adverso de la CUP–, el Ayuntamiento de Barcelona se dejó de exquisiteces ideológicas y concedió ayer la Medalla d’Or al mérito deportivo, a título póstumo, a Johan Cruyff, hecho que muy pocos barceloneses discutirían sin necesidad de explicaciones porque si en vida ya se le tenía devoción...
Joan Laporta hizo la glosa de Johan Cruyff ayer en el Saló de Cent. Frente a la junta directiva. De nuevo, como viene sucediendo desde el fallecimiento en marzo, el barcelonismo ha demostrado madurez: no nos hemos tirado los platos a la cabeza, acaso porque el recuerdo del gran Johan –sobre el césped o el banquillo– es tan bueno que sería complicado llegar a las manos.
Una reserva sobre el acto institucional de concesión de la medalla: ¿es necesario glosar a un héroe popular con dimensiones que van más allá de su esencia? Johan Cruyff fue un genio del fútbol, de una modernidad refrescante en el panorama del tardofranquismo en Barcelona y gran tacto para ciertos temas.
Los héroes populares no necesitan ser santos, beatíficos ni modélicos. Aquí reside su grandeza: se les quiere de todo corazón, sin necesidad de que fueran perfectos. ¿Hay mayor demostración de cariño?
Escuchando las palabras de la alcaldesa Colau, o de Jaume Asens, teniente de alcalde, uno tiene la impresión de que necesitaban decir ciertas cosas aleatorias de Cruyff para justificar una distinción –merecida, a mi entender– a un futbolista, hasta el punto de que alguien podría pensar que Cruyff fue un activista social, un antifranquista combativo o un ciudadano que se adelantó a los
Cruyff relevó a Kubala en el pedestal barcelonés de los héroes populares: no hace falta adornar sus figuras
tiempos y ya votaba a la izquierda del PSC o el PSUC antes de que hubiera alguien o algo en ese espacio.
Los héroes populares son otra cosa, más grande y trascendental en el tiempo, y medirlos por aspectos ajenos a sus verdaderas grandezas es un error. Aplicarles baremos moralistas es absurdo e innecesario, baremos que se prodigan mucho en los últimos tiempos en la Casa Gran.
Antes de Cruyff, el mito deportivo más querido en Barcelona se llamaba Ladislao Kubala, “un català de Budapest”, según le bautizó Ibáñez Escofet, maestro de periodistas a cuyas órdenes tuve la suerte de trabajar en esta casa. Aunque no vimos jugar a Kubala, se nos caía la baba escuchando los relatos tan barceloneses y populares sobre el mito. La leyenda incluía mil facetas poco edificantes para un deportista “ejemplar”: juergas etílicas en vísperas de partidos, cabarets al alba, generosidad y despilfarros legendarios...
Johan Cruyff es un héroe popular. ¿Les parece poco?