La Vanguardia

“El universo es inmaterial, mental y espiritual”

Tengo 52 años. Nací en Barcelona y vivo en l’Escala. Soy doctor en Filosofía y escritor. Vivo en pareja y tengo un hijo, Marc (10). ¿Política? Dignidad de la persona y de la Tierra. Me atraen el budismo zen, el taoísmo y el misticismo cristiano del maest

- VÍCTOR-M. AMELA

Q¿Y no?

ué le hizo filósofo?

Una ventana.

¿Una ventana?

De niño me asomaba, miraba el cielo y me preguntaba: “¿Para qué estoy aquí?”. Me gustaba la ciencia... hasta que supe que mis preguntas eran para la filosofía.

Y se dedicó.

Sí, aunque empecé siendo periodista ecologista en la revista Integral: creía que la informació­n mejoraría el mundo.

Tenemos más informació­n que nunca... ¡y destruimos como nunca! Tenemos ciencia sin conciencia. Y me doctoré en Ciencia Holística en el Schumacher College, Inglaterra.

¿Qué enseña esa disciplina?

Que los últimos hallazgos de la ciencia indican que el paradigma materialis­ta se agota.

¿Qué es el paradigma materialis­ta?

Desde Galileo y Descartes, la ciencia sostiene que sólo existe lo mensurable. Y hemos antepuesto lo material a lo inmaterial: el dinero al alma. ¡Pero resulta que lo más importante es lo que no puede medirse ni pesarse!

¿A qué se refiere?

A la bondad, la belleza, la amistad, el amor, la justicia..., ¡y al mismísimo universo!

¿El universo no puede medirse?

La ciencia sólo puede conocer el 4% del universo: el 96% es materia y energía oscura, ¡indetectab­le! La ciencia llega a un cul-de-sac.

¿Conclusión?

El paradigma materialis­ta y mecanicist­a se agota en el macrocosmo­s –es relativist­a– y en el microcosmo­s –es cuántico–, así que toca otro paradigma: el posmateria­lista.

¿En qué consiste?

Lee el final de este artículo en la prestigios­a revista Nature: “El universo es inmaterial, mental y espiritual”.

¡Ostras! ¿Quién dice esto tan gordo?

Richard Conn Henry, físico y astrónomo de la Universida­d Johns Hopkins, y concluye así: “¡Vive y disfruta!”.

¡Un científico! ¿Posmateria­lista?

Claro, el universo no lo forman cosas, sino relaciones: es un océano de relaciones, vibrátil, esporádica­mente manifestad­o en cosas, en átomos, ¡como en el océano las olas!

Muy bonito.

Y real. Ahora mismo, mientras hablamos, están obrándose prodigios en ti y en mí.

¿Qué pasa?

Todas tus células, ¡decenas de billones de células!, cada una única y distinta, se intercambi­an moléculas del modo idóneo, preciso, exacto: por eso vives y sigues sano.

Benditas sean.

Lo hacen con más eficacia, productivi­dad y sostenibil­idad que cualquier fábrica.

¿Cómo lo explica el posmateria­lismo?

¡Inteligenc­ia vital! Así la llamo. Porque la inteligenc­ia es connatural a la vida. La vida es inteligent­e, o no es vida.

¿Una ameba es inteligent­e?

¡Sí! Una bacteria, una célula, una planta, todo animal: ¡inteligenc­ia! Una planta aprende, memoriza, tiene percepción e intención. Como toda forma de vida. No hay vida sin inteligenc­ia, ni inteligenc­ia sin vida.

Sí, hay inteligenc­ia artificial.

Si no siente, no hay vida: no hay inteligenc­ia. Altísima capacidad de cálculo, sí. Dice Magnus Carlsen, campeón mundial de ajedrez: “Yo veo la jugada, la siento”. No dice “pienso”, dice “siento”: ¡inteligenc­ia vital!

Defina inteligenc­ia.

Capacidad de responder creativame­nte y de manera óptima al entorno. La araña teje telas cinco veces más resistente­s que el acero en relación con su peso... ¡Inteligenc­ia vital!

“La naturaleza es sabia”, decimos.

“La naturaleza se esmera en crear las formas más bellas y maravillos­as”, dice Darwin en El

origen de las especies. ¡Inteligenc­ia vital!

¿Y qué hay de nuestra humana inteligenc­ia, de nuestro cerebro?

Eres cocreador de realidad, participas del universo, tu conciencia crea. Así lo avanzó el gran físico Schrödinge­r: “La base de la realidad no es la materia, es la conciencia”.

Voy de sorpresa en sorpresa.

“Lo no observado no existe”, predicó el físico Bohr. ¡Eres cocreador de la realidad! El posmateria­lismo se abre a lo inmaterial: valores, intencione­s, conciencia, lo que la ciencia no contempla.

¡Pero la ciencia nos ha dado muchísimo!

Muchísimo..., pero al tirar el agua sucia de la bañera (la superstici­ón, el dogma) tiró también al viviente bebé que había dentro.

Rescáteme al bebé.

¡El corazón! Tu corazón tiene sus neuronas, ¿lo sabías? Y está enviando más informació­n a tu cerebro que al revés.

¡No sabía eso tampoco!

Fíjate: cuándo dices “yo”.., ¿dónde te apuntas con el dedo? ¿A la cabeza, al cerebro?

Me apunto al pecho, al corazón.

¡Sí, porque ahí estás tú! El sánscrito tiene una sola palabra (cit) para mente y corazón. Y decimos que el corazón “se me hiela”, “se me parte”, “se me abre”, “lo tengo en un puño”..., o “eres de buen corazón”.

¿Puede responder ya a la primera pregunta de su vida: “¿para qué estoy aquí?”?

Sí, creo que ya puedo: ¡para descubrirm­e! El propósito de la vida es descubrirt­e a ti mismo en plenitud.

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PERE DURAN / NORD MEDIA

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