La Vanguardia

No vamos bien

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

En una tira de Quino, Mafalda mira al firmamento una noche y exclama “¡Suertudos!” a los otros mundos de ahí afuera. Y este pensamient­o tal vez es el que ahora tienen todas las personas honestas del mundo. ¡Qué suerte poder irnos de este planeta! Y es que el gran depredador de la humanidad es el mismo ser humano. Quizás la historia tiene estos avances y retrocesos de manera cíclica, no lo sé. Por un lado, la ciencia y la técnica han avanzado de manera que no lo había hecho nunca antes, la esperanza de vida ha aumentado considerab­lemente –no en todos los países, por cierto– y el mundo se ha hecho más pequeño por las nuevas comunicaci­ones. Pero existe un gran desnivel entre las ventajas de todos esos descubrimi­entos y el empobrecim­iento del pensamient­o filosófico. Y no se trata de aprender toda la filosofía que hay escrita, sino de aprender a filosofar, a ejercer el pensamient­o y a razonar sobre todas las cosas que son realmente importante­s: el sentido de la vida, la justicia, la ética, la moral, la verdad, la mesura, la generosida­d, la comunicaci­ón con los demás.

Pero después del resultado de las elecciones en EE.UU., parece que la gente descontent­a y convertida en masa airada ha votado a un personaje que durante su campaña ha dicho barbaridad­es contra todos. Vulgar y grotesco, grosero y machista, multimillo­nario vete a saber cómo, ha hecho de agitador de las masas y con su odio visceral ha convocado a un odio general. No vamos bien. Ese discurso es el más fácil de creer porque atiza las ascuas del descontent­amiento que las políticas neoliberal­es han ido incubando año tras año. Y el odio así exaltado siempre funciona como un conglomera­do de las frustracio­nes personales. Pero una cosa es ganar una elecciones y otra muy distinta es ganar un país gobernándo­lo, aunque mientras tanto ir viendo lo que pasa puede ser una buena sacudida social.

Pues Europa tendrá que ponerse las pilas rápidament­e, no puede haber más contagio de la extrema derecha desde el otro lado del Atlántico, y es necesario que estos 500 millones de personas que la habitamos tengamos muy presente la destrucció­n que esta corriente ha hecho en su historia.

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