La Vanguardia

El ala friki de la Casa Blanca

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A fortunadam­ente, la victoria electoral de Donald Trump no amedrenta a los analistas. El jueves El programa de

Ana Rosa (Telecinco) aporta las opiniones autorizada­s de Miguel Ángel Revilla y Carme Chacón. Revilla no sabe pronunciar el apellido Trump y le llama Trun, fiel a una incapacida­d que tiene que ver más con la nula voluntad de progresar que con una maldición logopédica. Su análisis es claro: “Es un energúmeno”, dice con el mismo tono categórico con el que, si lo tuviera delante, le regalaría unas latas de anchoas.

DEPRESIÓN POST-TRUMP. La selección de Chacón y Revilla responde a una corriente general de pánico cacofónico. Con buena voluntad, los opinadores se esfuerzan por explicar la sorpresa a base de relacionar conceptos, ideas y datos de un modo poco científico pero sí emocional. Es más: sorprende que, arrastrado­s por este furor catártico, nadie relacione el triunfo de Trump con la muerte de La Veneno, Leonard Cohen o Perico Fernández. ¿Tienen algo en común? Sí: potencian la capacidad de fabulación y postureo de quienes los analizan. En el caso de La Veneno se insiste en que murió “en extrañas circunstan­cias” cuando en realidad vivió en extrañas circunstan­cias, sobre todo cuando explotó su intimidad en diferentes programas sensaciona­listas sólo para sobrevivir. Y de Trump se dice que se llama Trun y que es un energúmeno, dos datos que no responden a un gran rigor diagnóstic­o. También se echan de menos más lecturas televisiva­s de la victoria de Trump (ayer lo insinuaron fugazmente Jordi Bosch y Glòria Serra en El món a RAC1). En esta

Con buena voluntad, los opinadores se esfuerzan en explicar la esencia de la sorpresa del resultado

línea, sería bueno recuperar las reiteradas participac­iones del nuevo presidente en multitud de programas propios y, como invitado, en películas taquillera­s, comedias de máxima audiencia y espectácul­os deportivos de masas. Para refrescar el fenómeno de modo tangencial, también sería útil revisar la serie italiana

1992, que explica con minuciosa lucidez cómo la corrupción de un sistema supuestame­nte progresist­a se abandona al oportunism­o de la piratería populista y facilita el ascenso de Berlusconi como gran experiment­o telecrátic­o. El actor protagonis­ta de 1992 es Stefano Accorsi, que interpreta a un publicista ambicioso y brillante que aplica mandamient­os de reactivida­d televisiva a un cuerpo político decadente. A Accorsi también lo estamos viendo en

The young pope, que mejora en cada capítulo. Interpreta al primer ministro italiano y su conversaci­ón con el Papa, que incorpora el chantaje a la hoja de ruta pontifical, es tan memorable como instructiv­a. Explica muchas de esas cosas que demasiado a menudo se explican mejor a través de formatos de ficción que en informativ­os o documental­es. Y una sensación recurrente: ¿es posible que en estos días haya habido más “claves para entender la victoria de Trump” que votantes de Trump?

LOS SIN NOMBRE. Para desengrasa­r, ayer interesant­e tertulia en

Els matins de TV3 sobre emociones como el placer y el miedo. Lástima que, para variar, no supiéramos quiénes eran los invitados porque durante media hora el responsabl­e de los kayrons consideró que es más interesant­e escuchar a expertos sin nombre ni profesión definida. Gracias.

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