El discreto adiós de Cohen
Muere Leonard Cohen, autor de un brillante cancionero intergeneracional
La muerte a los 82 años del cantautor Leonard Cohen, anunciada ayer, dejó aún más desamparado el mundo de la música popular, que este año ha despedido a Bowie y a Prince.
La muerte a primera hora del jueves del cantautor Leonard Cohen en Los Ángeles no sólo supone la desaparición de uno de los cantautores anglosajones más referenciales, sino la de una figura de auténtico culto para diversas generaciones de aficionados. A los 82 años se despide a su manera discreta y sin aspavientos el autor de composiciones tan emblemáticas como Suzanne, Allelujah o Bird on a wire, y según se informaba en su página de Facebook tendrá lugar un memorial en Los Ángeles en una próxima fecha.
La noticia se dio a conocer ayer, pero según fuentes próximas al entorno de Leonard Cohen, el deceso se produjo el pasado lunes, contradiciendo la versión oficial, y su cuerpo ya había sido incinerado en una ceremonia privada en Montreal. Las reacciones de pesar y condolencia han sido innumerables, comenzado por las del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, y colegas y amigos como Rob Lowe, Russell Crowe, Peter Hook, Slash, Carole King, Lily Allen o Bette Midler.
El cantautor natural de Montreal, nacido en 1934 y padre de Adam y Lorca (el primero, también músico y productor de su álbum póstumo, You want it darker ,ylasegunda así llamada como homenaje a la figura de Federico García Lorca) ya había dado señales de su delicado estado de salud en la presentación pública del mencionado disco.
En una larga entrevista publicada esos días en The New Yorker , el músico y poeta confesaba: “Estoy preparado para morir”. El autor de esta, David Remnick, ya auguraba después de hablar con el maestro –el propio Bob Dylan consideraba a Cohen su rival más cercano, no en vano es el único autor que ha llegado a hacerle sombra en términos de excelencia poética–, que “probablemente no vuelva a girar. Lo que ahora hay en la cabeza de Cohen es la familia, los amigos y el trabajo hecho a mano”. Y en una de sus prolíficas respuestas, Cohen ya aventuraba: “No sé cuántas otras cosas voy a poder hacer porque en este momento concreto de mi vida experimento una profunda fatiga”.
Hijo de una familia judía angloparlante de Montreal, Cohen pasará a la historia por su incompa- rable sensibilidad literaria y su manera única y elegante de hablar y cantar acerca del deseo. Una pareja de bazas a las que dio forma con su, para muchos, seductora voz grave y monótona sobre unas melodías aparentemente sencillas pero que acabaron calando generación tras generación. De hecho, ese tono de voz, agravado con el paso de los años por su adicción al tabaco, contribuyó sin duda a esa imagen estereotipada de artista depresivo, una imagen de la que no dudaba en burlarse irónicamente incluso en público.
El joven canadiense –que descubrió la existencia de la obra de Federico García Lorca a los quince años en una librería de su ciudad natal, hallazgo que marcaría su carrera– comenzó a destacar en el decenio de los años sesenta como poeta, novelista y cantautor. Inicialmente, sus ímpetus creativos los tenía focalizados en la literatura, y su interés musical no asomaría hasta finales de esa década cuando se trasladó a Nueva York. Procedente, pues, de una escena que no era la típica de los jóvenes airados sesenteros que marcaban la pauta en la escena neoyorquina, Cohen hizo de alguna manera prevalecer
su indiscutible calidad –sobre todo literaria: a diferencia de muchos otros colegas, el lenguaje empleado en sus textos era meticuloso y rico en significado-, de tal manera que su primer álbum, Songs of Leonard Cohen ,de 1967 devino un éxito de culto, con inolvidables perlas como Sisters of Mercy, Hey, that’s no way to say goodbye, So long , Marianne o, por
supuesto, Suzanne.
Buena parte del eco de este disco, así como de otras canciones de Cohen en el futuro, se debió a que fueron –y son– versionadas por multitud de solistas y grupos de variada adscripción estilística y geográfica. En aquellos primeros tiempos fueron Judy Collins, pero luego la lista se hizo inabarcable hasta el presente. Entre ellos, el gran cantaor Enrique Morente, que adaptó algunas de sus gemas para incluirlas en su disco Omega, compartiendo protagonismo con textos de su adorado García Lorca.
La trascendencia de Cohen ha sido a menudo relacionada con la de sus contemporáneos Bob Dylan y Joni Mitchell, y paradójicamente su obra puede que ahora más conocida sea la canción Hallelujah, incluida en el álbum Various positions de 1984 y convertida en ese momento en un pequeño éxito. Muchos años más tarde se
FIGURA DE CULTO El autor de canciones como ‘Suzanne’ o ‘Bird on a wire’ se va de forma discreta, sin aspavientos
ÚLTIMAS PALABRAS “Ya estoy preparado para morir”, declaró hace poco al rotativo ‘The New Yorker’
EXCELENCIA POÉTICA Bob Dylan lo veía como un rival y es el único que le ha hecho sombra en términos poéticos
EL INFLUJO DE LORCA Descubrió a Lorca cuando tenía 15 años y aquel hallazgo marcaría su obra
convirtió en número 1 del hit parade británico en la voz de una ganadora del concurso X-Factor...
Junto a su obra, la vida misma de Cohen cae dentro de lo fascinante. Su salto de Nueva York a la isla griega de Hydra en 1960, donde además de escribir su segunda novela (ya había publicado para entonces dos volúmenes de poesía y una novela) tejió una relación sentimental con Marianne Ihlen, que convirtió en su musa y motivó algunas de sus canciones más gloriosas de su primera etapa. Su inequívoco poder de atracción con las mujeres a lo largo de los años le llevó también a tener relaciones con Joni Mitchell, Janis Joplin, la artista Suzanne Elrod –madre de sus hijos–, Rebecca De Mornay y, más recientemente, la cantante Anjani Thomas, por citar algunas de las más conocidas.
Los sucesivos ciclos de su actividad discográfica demostraron un autor siempre en su punto pero sin el tirón definitivo popular. A aquel estreno discográfico le siguieron grandes discos literarios, una colaboración con el productor Phil Spector de escaso alcance (Death of a ladies’ man). El tirón definitivo de su consideración en ámbitos más amplios se cimentó a partir del reconocimiento de la profesión y de las versiones ajenas: comenzó con la aparición de Famous Blue Raincoat, en 1987, un álbum de covers que incluía First we take Manhattan, tema que Cohen incluyó un año más tarde en su exitoso I’m your man, y por otra parte, cuando una generación de músicos relativamente jóvenes (Nick Cave, Rufus Wainwright, U2 o R.E.M.) le descubrieron en los años noventa.
Esa dinámica ya sería imparable y coincidió con el abandono de reclusión monástica en un centro zen con el cambio de siglo, para volcarse en una carrera que por fin le sonreía hasta que descubrió en 2004 que su mánager le había estado robando... lo que le obligó a intensificar en los años siguientes la publicación de discos y, sobre todo, la realización de giras porque se encontraba prácticamente arruinado.
El reconocimiento popular, qué gran paradoja, impulsó con toda seguridad que fuera galardonado en el 2011 con el premio Príncipe de Asturias de las Letras.