La Vanguardia

El último adiós

- Gabriel Lerman

El encuentro fue pactado para el 13 de octubre en el consulado de Canadá en Los Ángeles con semanas de anticipaci­ón y allí estuvo Leonard Cohen, con la puntualida­d de siempre. Es probable que muchos de los que estaban allí, particular­mente sus hijos, el cantor de la sinagoga a la que iba de niño, los músicos y los ingenieros de sonido que habían trabajado en su último disco, You want it

darker, que llegó a las tiendas una semana después, ya supieran que sería la última vez que se le vería en público. Si bien nadie ha aclarado hasta ahora las causas de su muerte, era obvio que el novelista y músico que bien podría haberse llevado el Nobel no estaba bien. Le temblaban las manos y se le veía particular­mente frágil. Sin embargo, Cohen se mantuvo de muy buen humor durante la media hora que logró quedarse allí, aferrado a su bastón y a una botellita de agua, y jamás le tembló la voz. “Quiero vivir para siempre”, dijo y hasta dejó abierta la posibilida­d de un disco que continuarí­a el que acababa de terminar. Unas semanas antes le había dicho a

The New Yorker que estaba listo para morir, algo que optó por no ratificar esa noche. Muy consciente de que era un encuentro de trabajo, además de una despedida, quien abandonó la literatura porque no le daba de comer para probar suerte con la música intentó entretener a su audiencia de periodista­s de todo el mundo, igualmente asombrados por tenerle allí delante, no sólo con frases ingeniosas, sino recitando un poema. Además, aceptó de buena manera los elogios, regaló sonrisas y exhibió una chispa sorprenden­te. Fue toda una exhibición de fortaleza para alguien que estaba en las últimas y no pensaba descansar hasta que hubiera terminado su trabajo.

La noticia de su fallecimie­nto, en su casa, acompañado de los suyos, hace que aquel día se parezca ahora a una elegía. Qué mejor manera de despedirse de los suyos que presentand­o un disco, en el que aún se le escucha con esa voz profunda con la que se ganó la admiración del mundo, y en el que sigue hablando de amor, como si esa oscuridad que también menciona no fuese inminente.

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CHRISTINNE MUSCHI / REUTERS
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