¿Territorios desconocidos?
Buena parte de las especulaciones sobre lo que la administración Trump significará para Estados Unidos y para el mundo es terrible pero cierto. Se le ha llamado de todo, desde fascista hasta bufón carnavalesco. Se ha dado crédito a sus declaraciones. Millones de inmigrantes serán ahora deportados, un muro gigante será construido entre Estados Unidos y México; los acuerdos comerciales se anularán; EE.UU. se retirará de la OTAN y de sus demás alianzas a menos que sus aliados paguen mucho más por ellas; el Tribunal Supremo, con nuevos nombramientos de Trump, prohibirá los abortos y sancionará otras leyes restrictivas. La lista continúa.
Todos se preguntan cuántas de todas estas cuestiones se llevarán a cabo realmente. Cuando George W. Bush fue elegido, mucha gente pronosticó que sería otra versión de su padre: un “conservador compasivo”, rodeado de experiencia, sensatez, políticos prudentes y que adoptaría un rumbo de centro y pragmático, sobre todo en materia de asuntos exteriores. No demostró nada de eso. Cuando Barack Obama fue elegido, mucha gente pronosticó que sería un audaz y transformador elemento unificador del país y que representaría una revolución positiva en la relación de Estados Unidos con el resto del mundo. Tampoco demostró nada de eso. Por tanto, ¿quién puede predecir lo que Donald Trump hará o será?
Esto no significa que no debamos preguntarnos e incluso intentemos pronosticar estas cosas a partir de lo que ya sabemos de su carácter, sus promesas y sus actitudes hacia otros países, culturas, ideologías y así sucesivamente. Pero también sabemos algunas cosas sobre la presidencia estadounidense.
El presidente, aunque pueda parecer todopoderoso, se ve sometido no obstante a muchas limitaciones. No puede aumentar los ingresos, nombrar a ciertos políticos veteranos, hacer o derogar leyes o intervenir intensamente en los estados federados sin la aprobación del Congreso. El poder suele ser lo que la gente haga de él y EE.UU. ha tenido uno o dos presidentes cuasi autoritarios. Ser uno de ellos no es imposible, pero tampoco es fácil.
Por otra parte, el Partido Republicano controla actualmente dos brazos del poder y puede perfectamente dominar los tres si Trump elige a otro miembro del Tribunal Supremo, cosa que hará probablemente en la primera fase de su primer mandato. Pero ahí radica el interés.
Si Trump se atiene a las doctrinas del proteccionismo, la anti inmigración y el aislacionismo tal como las ha proclamado, chocará directamente con buena parte de su partido en el Congreso y con los muy poderosos intereses que lo respaldan. Una parte o la otra deberá tomar posiciones. Lo más probable es que se impongan los legisladores. También es posible, sin embargo, que pierdan el Senado o la Cámara de Representantes en las elecciones del 2018 (cosa que perfectamente puede convenir a Trump) porque esa gente, en conjunto, es mucho menos popular que él. Pero también en esta cuestión haríamos bien en esperar y ver.
Por tanto, si no es posible imaginar el futuro de Trump con certeza, ¿qué podemos decir sobre su elección en particular? Uno de los términos más comunes, de los que más se ha abusado hasta ponerlo de moda, es “sin precedentes”. Pocas cosas existen sin precedentes en el mundo. El pueblo estadounidense ciertamente ha elegido a populistas con anterioridad, empezando por Andrew Jackson, el presidente cuyo rostro, irónicamente, está siendo ahora trasladado de la cara al dorso del billete de veinte dólares. Hubo incluso un partido político llamado los Populistas y, aunque sus candidatos nunca ganaron unas elecciones presidenciales, buena parte de su lista de deseos fue adoptada por uno u otro de los dos principales partidos. El pueblo estadounidense ha elegido asimismo presidentes de forma inesperada: Barack Obama, por ejemplo, dotado de la carrera política más floja, llegó a la Casa Blanca.
Aunque es cierto que nunca ha elegido a un empresario, a una estrella de realities televisivos, al propietario de un casino o a un promotor inmobiliario sin ninguna experiencia política previa, todo es posible en Estados Unidos, al menos en principio. Y esta tampoco es una noción sin precedentes.
EE.UU. ha tenido uno o dos presidentes cuasi autoritarios; ser uno de ellos no es imposible, pero tampoco es fácil
La pregunta más histórica que cabe plantear sobre la victoria de Trump, por consiguiente, no es la que se ha preguntado con frecuencia durante los últimos días –¿se ha vuelto loco el pueblo estadounidense?– sino, por el contrario, si representa una ruptura con el pasado o una continuidad. Es decir, si Trump y lo que (y a quienes) representa constituye una gran aberración o si se adecua a cierta tradición: en este caso, de la derecha radical.
Es importante responder a esta pregunta porque no sólo ayuda a explicar por qué Trump ha ganado, sino también por qué su victoria ha sorprendido a tanta gente entre las personas más inteligentes de la clase política. No debería haber sido así. Nuevamente, decir que la victoria de Trump, o el propio Trump, proclama el fin del establishment estadounidense y una revolución en la política del país –para bien o para mal– es hablar demasiado pronto. Depende de lo que él y de quienes lleve al poder hagan de esta victoria.
Más bien, decir que él, sus ideas, su retórica y su círculo íntimo resultan familiares –o deberían serlo– en el panorama político –porque, de hecho, representan muy poca novedad, son escasamente originales y sorprendentes– es entender que tienen tanta, o tan poca, oportunidad de éxito a la hora de imponer una seria, para no decir permanente, transformación de EE.UU. y del estilo americano de vida como la tendría cualquier otro grupo de activistas movido por una determinada ideología. Lo que equivale a decir, por tanto, que probablemente no representa los deseos de una mayoría del pueblo estadounidense o, al menos, que la mayoría del pueblo estadounidense –tal vez tan voluble como otro pueblo cualquiera– pueda muy fácilmente cambiar de manera de pensar.
Durante los últimos veinte años más o menos, el pueblo estadounidense se ha encontrado entre los más volubles del planeta con respecto a su política. No está claro por qué ha sido así. Algunos dirían que el término de la guerra fría y de un especial punto de vista y misión es la razón principal, pero falta que los historiadores coincidan en tal apreciación. Sin embargo, un cierto esquema o modelo ha empezado a emerger. No es fácil abandonar la prerrogativa global que ha tenido EE.UU. durante buena parte del siglo XX; hacerlo estaba destinado a confundir a muchos estadounidenses y a fomentar varias crisis internas. Si da lugar incluso a más que eso, como mostró el caso de la Unión Soviética, queda por ver.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa Trump representa muy poca novedad y tiene la misma oportunidad de éxito que otro grupo de activistas ideológicos