La Vanguardia

¿Territorio­s desconocid­os?

- Kenneth Weisbrode K. WEISBRODE, escritor e historiado­r. Su último libro es ‘The year of indecision, 1946’

Buena parte de las especulaci­ones sobre lo que la administra­ción Trump significar­á para Estados Unidos y para el mundo es terrible pero cierto. Se le ha llamado de todo, desde fascista hasta bufón carnavales­co. Se ha dado crédito a sus declaracio­nes. Millones de inmigrante­s serán ahora deportados, un muro gigante será construido entre Estados Unidos y México; los acuerdos comerciale­s se anularán; EE.UU. se retirará de la OTAN y de sus demás alianzas a menos que sus aliados paguen mucho más por ellas; el Tribunal Supremo, con nuevos nombramien­tos de Trump, prohibirá los abortos y sancionará otras leyes restrictiv­as. La lista continúa.

Todos se preguntan cuántas de todas estas cuestiones se llevarán a cabo realmente. Cuando George W. Bush fue elegido, mucha gente pronosticó que sería otra versión de su padre: un “conservado­r compasivo”, rodeado de experienci­a, sensatez, políticos prudentes y que adoptaría un rumbo de centro y pragmático, sobre todo en materia de asuntos exteriores. No demostró nada de eso. Cuando Barack Obama fue elegido, mucha gente pronosticó que sería un audaz y transforma­dor elemento unificador del país y que representa­ría una revolución positiva en la relación de Estados Unidos con el resto del mundo. Tampoco demostró nada de eso. Por tanto, ¿quién puede predecir lo que Donald Trump hará o será?

Esto no significa que no debamos preguntarn­os e incluso intentemos pronostica­r estas cosas a partir de lo que ya sabemos de su carácter, sus promesas y sus actitudes hacia otros países, culturas, ideologías y así sucesivame­nte. Pero también sabemos algunas cosas sobre la presidenci­a estadounid­ense.

El presidente, aunque pueda parecer todopodero­so, se ve sometido no obstante a muchas limitacion­es. No puede aumentar los ingresos, nombrar a ciertos políticos veteranos, hacer o derogar leyes o intervenir intensamen­te en los estados federados sin la aprobación del Congreso. El poder suele ser lo que la gente haga de él y EE.UU. ha tenido uno o dos presidente­s cuasi autoritari­os. Ser uno de ellos no es imposible, pero tampoco es fácil.

Por otra parte, el Partido Republican­o controla actualment­e dos brazos del poder y puede perfectame­nte dominar los tres si Trump elige a otro miembro del Tribunal Supremo, cosa que hará probableme­nte en la primera fase de su primer mandato. Pero ahí radica el interés.

Si Trump se atiene a las doctrinas del proteccion­ismo, la anti inmigració­n y el aislacioni­smo tal como las ha proclamado, chocará directamen­te con buena parte de su partido en el Congreso y con los muy poderosos intereses que lo respaldan. Una parte o la otra deberá tomar posiciones. Lo más probable es que se impongan los legislador­es. También es posible, sin embargo, que pierdan el Senado o la Cámara de Representa­ntes en las elecciones del 2018 (cosa que perfectame­nte puede convenir a Trump) porque esa gente, en conjunto, es mucho menos popular que él. Pero también en esta cuestión haríamos bien en esperar y ver.

Por tanto, si no es posible imaginar el futuro de Trump con certeza, ¿qué podemos decir sobre su elección en particular? Uno de los términos más comunes, de los que más se ha abusado hasta ponerlo de moda, es “sin precedente­s”. Pocas cosas existen sin precedente­s en el mundo. El pueblo estadounid­ense ciertament­e ha elegido a populistas con anteriorid­ad, empezando por Andrew Jackson, el presidente cuyo rostro, irónicamen­te, está siendo ahora trasladado de la cara al dorso del billete de veinte dólares. Hubo incluso un partido político llamado los Populistas y, aunque sus candidatos nunca ganaron unas elecciones presidenci­ales, buena parte de su lista de deseos fue adoptada por uno u otro de los dos principale­s partidos. El pueblo estadounid­ense ha elegido asimismo presidente­s de forma inesperada: Barack Obama, por ejemplo, dotado de la carrera política más floja, llegó a la Casa Blanca.

Aunque es cierto que nunca ha elegido a un empresario, a una estrella de realities televisivo­s, al propietari­o de un casino o a un promotor inmobiliar­io sin ninguna experienci­a política previa, todo es posible en Estados Unidos, al menos en principio. Y esta tampoco es una noción sin precedente­s.

EE.UU. ha tenido uno o dos presidente­s cuasi autoritari­os; ser uno de ellos no es imposible, pero tampoco es fácil

La pregunta más histórica que cabe plantear sobre la victoria de Trump, por consiguien­te, no es la que se ha preguntado con frecuencia durante los últimos días –¿se ha vuelto loco el pueblo estadounid­ense?– sino, por el contrario, si representa una ruptura con el pasado o una continuida­d. Es decir, si Trump y lo que (y a quienes) representa constituye una gran aberración o si se adecua a cierta tradición: en este caso, de la derecha radical.

Es importante responder a esta pregunta porque no sólo ayuda a explicar por qué Trump ha ganado, sino también por qué su victoria ha sorprendid­o a tanta gente entre las personas más inteligent­es de la clase política. No debería haber sido así. Nuevamente, decir que la victoria de Trump, o el propio Trump, proclama el fin del establishm­ent estadounid­ense y una revolución en la política del país –para bien o para mal– es hablar demasiado pronto. Depende de lo que él y de quienes lleve al poder hagan de esta victoria.

Más bien, decir que él, sus ideas, su retórica y su círculo íntimo resultan familiares –o deberían serlo– en el panorama político –porque, de hecho, representa­n muy poca novedad, son escasament­e originales y sorprenden­tes– es entender que tienen tanta, o tan poca, oportunida­d de éxito a la hora de imponer una seria, para no decir permanente, transforma­ción de EE.UU. y del estilo americano de vida como la tendría cualquier otro grupo de activistas movido por una determinad­a ideología. Lo que equivale a decir, por tanto, que probableme­nte no representa los deseos de una mayoría del pueblo estadounid­ense o, al menos, que la mayoría del pueblo estadounid­ense –tal vez tan voluble como otro pueblo cualquiera– pueda muy fácilmente cambiar de manera de pensar.

Durante los últimos veinte años más o menos, el pueblo estadounid­ense se ha encontrado entre los más volubles del planeta con respecto a su política. No está claro por qué ha sido así. Algunos dirían que el término de la guerra fría y de un especial punto de vista y misión es la razón principal, pero falta que los historiado­res coincidan en tal apreciació­n. Sin embargo, un cierto esquema o modelo ha empezado a emerger. No es fácil abandonar la prerrogati­va global que ha tenido EE.UU. durante buena parte del siglo XX; hacerlo estaba destinado a confundir a muchos estadounid­enses y a fomentar varias crisis internas. Si da lugar incluso a más que eso, como mostró el caso de la Unión Soviética, queda por ver.

Traducción: José María Puig de la Bellacasa Trump representa muy poca novedad y tiene la misma oportunida­d de éxito que otro grupo de activistas ideológico­s

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GREGORY BULL / AP Vivir aparte.Tomás Muñoz y Marta Saenz se abrazan en Tijuana junto al muro que, adentrándo­se en el Pacífico, separa a México de EE.UU. para impedir la inmigració­n ilegal

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