La mujer más poderosa de Nicaragua
“En la presidencia, la Rosario es 50% y Daniel es 50%”. Así de claro lo dijo hace tiempo en una conferencia pública la mitad que sí fue elegida para el cargo: el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. La otra mitad, su esposa, Rosario Murillo, lo ejercía de facto. De modo que la victoria de la pareja en las urnas el pasado domingo, ahora como dúo de candidatos a la primera y segunda jefatura del Estado, fue el trámite que faltaba para adecentar las cosas.
Sin mayor formación académica que su paso por escuelas de modales en Suiza y Londres cuando era adolescente, Rosario Murillo, ha logrado convertirse a los 65 años en la mujer más poderosa del país. Su llegada a la vicepresidencia le ha tomado décadas, siempre atada al destino de su marido, como la sombra detrás del trono.
Se conocieron en el barrio de San Antonio, en la vieja Managua, donde residían con sus familias, pero no entablaron ninguna relación amorosa hasta finales de los 70 en Costa Rica, donde el entonces comandante guerrillero se exilió por su participación en el movimiento que en julio de 1979 derrocaría a la dictadura de Anastasio Somoza. Ella, sobrina nieta del general César Augusto Sandino, con dos divorcios a sus espaldas y dos hijos pequeños, se había involucrado con la revolución y vivía en una casa de seguridad que los sandinistas utilizaban como oficina internacional de propaganda. Allí se instaló Ortega y allí surgió una atadura de “las que se dan una vez en la vida”, como la propia Murillo la describe.
“Él le tiene miedo”, dicen algunos. Y tal vez no sea el único. La Chayo, como se la conoce en la calle, se ha ganado muchos enemigos en la esfera del poder. Sus formas autoritarias cuando dirigió el Instituto de Cultura durante la primera presidencia de Ortega (19841990) levantaron rencores. Pero a partir del segundo mandato, que comenzó en el 2007, se erigió en el rostro y la voz del gobierno, haciendo a un lado a casi todos los miembros del círculo íntimo de su marido y colocando a varios de los ocho hijos comunes en posiciones estratégicas en el mundo de los negocios y los medios de comunicación. Es la matriarca de la dinastía familiar que monopoliza el poder en Nicaragua, como lo hizo la saga de los Somoza. Del clan, no obstante, fue expulsada para siempre Zoilamérica, hija del primer matrimonio de Murillo, que denunció a su padrastro Daniel Ortega por haber abusado sexualmente de ella desde que tenía once años. Su causa judicial fue desestimada por los tribunales bajo control sandinista, mientras su madre la acusaba en público de mentirosa.
De cuna fina, adicta al trabajo, vegetariana, devota del santón indio Sai Baba, estrafalaria, cubierta siempre de collares y anillos de turquesa contra el mal de ojo, la primera dama y ahora vicepresidenta de Nicaragua es, según la Constitución de su país, quien asumiría todo el poder si su marido falta. ¿Qué dirá el porvenir?