La Vanguardia

Una voz que no se rinde

- JAUME COLLELL

Petula Clark se dio a conocer siendo una niña –no tenía más de nueve años– entretenie­ndo a las tropas por la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. Su voz de dulce campana, desde entonces, no ha dejado de sonar. Este mismo año ha sacado un nuevo álbum, From now on , y ha emprendido una gira por el Reino Unido. En el 2017 tiene previsto actuar por Europa y Australia. Pionera en el uso de a radio como medio de difusión de sus canciones, y también de la televisión, ha vendido cerca de setenta millones de discos. Su éxito más destacado es Dowtown de Tony Hatch, que en España versionaro­n Los Sírex con el título de

Chao, chao. También tiene un destacado currículum cinematogr­áfico.

Esta cantante, actriz y compositor­a, menuda y rubia, de pelo rizado y curbado mentón, conserva el cutis fino y aún puede mirarse al espejo sin pudor. Mantiene costumbres saludables, camina mucho, come con moderación, sin que le falte una copa de vino en la mano. Se considera igual a cualquier persona con la que se cruza en la calle, cuya vida puede ser paralela a la de ella, y no cree que deba recibir el tratamient­o de señora, aunque responderí­a con educación si así fuera. Tampoco acierta a destacar de qué se siente más orgullosa. Es algo que está por venir.

Nacida como Sally Olwen Clark en Epsom (Surrey, Inglaterra) en 1932, el próximo martes cumplirá 84 años. Sus padres fueron enfermeros de profesión. No pudo recibir mucha educación porque apenas fue a a la escuela, pero mientras su madre le enseñó a cantar, su padre asumió el papel de mánager de la joven a quien puso el nombre artístico de Petula, una combinació­n de Pet y Ulla. Él solía bromear que eran los nombres de unas antiguas novias suyas. Creció en un entorno humilde, cantó en el coro de la iglesia al tiempo que imitaba con desparpajo a viejas glorias como Vera Lynn y Carmen Miranda. Al final de la guerra europea actuó ante Jorge VI y Winston Churchill, después de unas doscientas actuacione­s a través de la radio. Este medio se convirtió en un aliado preferente, sobre todo cuando dio el salto a Estados Unidos y su voz llegaba por las ondas de costa a costa vía satélite, especialme­nte a los receptores de los automóvile­s.

Había empezado a grabar en los cincuenta. Primero fueron canciones infantiles como Where did my snowman

go y The little shoemaker. Entre las más aplaudidas, sin duda, están Sailor, Don’t sleep in the subway, I know a place, My love i This is my song, compuesta por Charles Chaplin.

Pero el primer salto de Petula Clark fue a Francia donde desarrolló parte de

su carrera. Allí se relacionó con Edith Piaff, Georges Brassens y Charles Aznavour y colaboró con Jacques Brel y Gilbert Bécaud. En 1957 actuó en la prestigios­a sala Olympia. Fue en París donde conoció a Claude Wolff con quien se casó en 1961. Tuvieron tres hijos. Tras las giras europeas, en los sesenta, triunfó en Las Vegas, Los Angeles, Copacabana y Montreal. Allí estaban John Lennon y Yoko Ono en la cama para reivindica­r la paz mundial. The Beatles habían sido teloneros suyos, así que fue a verle para darle apoyo. Durante aquella década intervino en un par de películas musicales: junto a

Fred Astaire en El valle del

arco iris (1968), y con Peter

O’Toole en Adiós Mr. Chips (1969). Su carrera cinematogr­áfica empezó en los cuarenta y terminó en los ochenta.

Petula Clark ha protagoniz­ado diversos musicales: Sonrisas y lágrimas, Something like you, del que

compuso la música, Hermanos de sangr ey Sunset boulevard. Un ardoroso fan suyo fue el mítico pianista Glenn Gould que juzgó la música de Petula Clark y Tony Hatch superior al primitivis­mo armónico de los Beatles. En un artículo en la revista High Fidelity alabó la sexualidad circunspec­ta de Clark y la voz, fieramente fiel a su única gran octava. Entre el repertorio de la artista se encuentra una adaptación de una cantata de Bach, que realizó a instancias de John Williams.

Ahora Petula Clark está separada de su marido, aunque siguen siendo amigos. Vive la mayor parte del año en Ginebra, tiene casa en los Alpes franceses y un pequeño apartament­o en Chelsea. Ama la soledad, y pese a que le gusta sonreír sabe que no se puede ser siempre feliz. Recuerda, eso sí, una infancia feliz. Era tímida y descubrió que cuando cantaba dejaba de serlo porque gustaba al público, y esto le reconforta­ba.

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CENTRAL PRESS / GETTY
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HARRY HERD / GETTY Arriba, la cantante en 1948, con 16 años. Abajo, el pasado octubre en Basingstok­e (Inglaterra)
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