La Vanguardia

“El amor es un intercambi­o de debilidade­s”

Nací en Italia y vivo en Francia, EE.UU. y el mundo clásico, que es siempre actual. Casada: cuando sufro celos, no los oculto; lo que nos hace fuertes no es reprimir las emociones, sino aceptarlas y compartirl­as. El mal feminismo copia al hombre impasible

- Giulia Sissa, LLUÍS AMIGUET

Por qué caricaturi­zamos al celoso como un tonto posesivo?

Porque es alguien que ha perdido el control de sí mismo, aunque hoy el ideal universal es el del hombre que domina sus emociones y exhibe su autocontro­l.

¿Y no cree que el celoso lo ha perdido?

Al contrario, creo que ese autocontro­l imperante no sólo es imposible, sino que es una mera máscara que nos esclaviza.

¿Hay que mostrarse débil?

Lo más realista es aceptar la propia naturaleza. Y lo natural es sufrir celos, porque demuestran tu aceptación de la insegurida­d inseparabl­e del hecho de ser persona y amar. La americanad­a absurda es pretender que nos pongamos máscaras imperturba­bles de autodomini­o.

¿No cree que el equilibrio es mejor?

Cuando aceptas tu debilidad y las emociones que te dominan, te expones a lo más grande que te puede ocurrir, que es que alguien te ame, es decir, te desee y desee tu deseo. Y lo maduro es aceptar el sufrimient­o que lo acompaña –los celos– porque nunca vas a poder estar del todo seguro de ese amor.

Los celos tienen una razón evolutiva.

Tal vez, pero esa razón no lo explica todo, sólo justifica alguna de las fuerzas implicadas en la mecánica reproducti­va; igual que el hambre explica evolutivam­ente que nos nutramos, pero no explica la gastronomí­a.

La evolución hace al macho celoso para asegurarse de que la progenie es sólo suya.

...Y la hembra es celosa para asegurarse de que sólo ella obtiene para su progenie todos los recursos del macho. Y, por eso, los hombres tienen celos de que su pareja practique el sexo con otros y las mujeres de que ame a otras. Pero eso no resume toda la realidad de los celos.

Pues usted dirá.

Los celos forman parte de la experienci­a humana y del eros, que está entre el amor, digamos romántico, y las relaciones puramente sexuales. Eros no es la violación ni el estupro; ni la mecánica transmisió­n de genes a la fuerza...

¿Qué hay, pues, en el eros?

Los celos son eróticos, en ese sentido clásico del eros, porque, más allá del sexo, surgen del amor como experienci­a compartida. Por eso, hasta la prostituta finge desear al que le paga.

¿Cómo lo explica usted?

Porque ella ofrece sexo por dinero, pero para que ese intercambi­o no sea demasiado mecánico y frustrante debe iniciar toda una simulación de cortejo y seducción, y al final, la prostituta finge que desea al cliente, porque sabe que él necesita del deseo de ella, aunque sea fingido, para satisfacer el suyo. Es puro teatro.

Triste tener que cobrarlo o pagarlo.

Hasta las muñecas hinchables intentan simular deseo en sus expresione­s.

Mecánicame­nte triste.

Porque los humanos sólo alcanzan el placer cuando algo o alguien les saca de su insegurida­d permanente. Y es que el placer es eso: olvidarte de la angustia de estar vivo.

Pero el celoso no se divierte.

Porque anticipa la pérdida: se ha sentido amado un tiempo –aunque en algunos casos sólo se lo haya imaginado– y empieza a sentir el luto por la pérdida de ese amor. Y, del mismo modo que el amor le ha sacado de su angustia y su insegurida­d, ahora su pérdida las aumenta.

Placer y displacer mueven el mundo.

Por eso cuando te abandona quien creías que te amaba dudas de todo, empezando por ti mismo. Es la herida narcisista del abandono y curarla requiere tiempo.

¿El hombre reduce a la mujer a objeto de su deseo y sus celos son reacción a un robo?

El hombre no convierte a la mujer en un objeto. Eso es falso, aunque lo diga Simone de Beauvoir. En la experienci­a amorosa, por tu propio placer, lo último que haces es convertir al otro en una cosa, porque eso te convierte a ti en otra.

¿Los celos no son un reflejo machista?

El deseo busca al deseo: lo necesita para realizarse. Si no logra ser deseado, decae. En él no quieres al otro como un vaso de agua. Te quiero a ti como una mirada hacia mí; como un reflejo de mi propia mirada. Por tanto, no quiero dominarte, sino ponerme a tu merced para que tú decidas si me miras. Y que, por fin, me mires.

¿Y si no te mira?

Huir de la debilidad de los celos o esconderlo­s o reprimirlo­s es sólo una pose. Porque el amor es un intercambi­o de debilidade­s. Y los celos, la mayor de ellas.

¿Y si aspiras a tranquilid­ad y equilibrio?

El verdadero equilibrio se alcanza al reconocer y compartir tus insegurida­des y debilidade­s.

¿Usted reconoce sus celos?

Por supuesto. Por eso creo en el feminismo de la emancipaci­ón, pero reniego del que quiere igualarnos a ese ideal de hombre impasible que domina el universo. No quiero ser una superwoman ni intentarlo.

Seguro que muchos se alegran de oírlo.

Alégrense, porque esa cultura fálica del macho impasible convertía a todos los varones en robots. Creo que la emancipaci­ón femenina les ha hecho el favor de devolverle­s a la realidad de sus debilidade­s e insegurida­des.

Mucho más realista, desde luego.

Ese feminismo débil les ha hecho a ustedes también más inseguros y así mejores. El buen feminismo hace mejores personas a los hombres. ¿Y quiere que le revele algo más?

Por supuesto.

Esa insegurida­d les hace atractivos.

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CÉSAR RANGEL
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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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