Toni Casares
DIRECTOR DE LA SALA BECKETT
La sala Beckett, referente del buen teatro, ha estrenado sede en el Poblenou. Tres mil metros cuadrados que no han perdido los fantasmas de la antigua cooperativa Pau i Justícia y que quieren seguir siendo la gran casa del autor teatral.
No faltó nadie. Y eso que las gradas de la nueva sala Beckett no tienen precisamente el aforo del teatro Tívoli. De hecho, no llegan a doscientos los asientos rojos de la nueva imponente Sala de Baix, un nombre sin duda destinado a evitar confusiones porque la sala de exhibición del piso de arriba se llama, efectivamente, Sala de Dalt. Una decisión tan práctica como las calles de Nueva York que ha evitado además las áridas discusiones bautismales que se podían haber dado entre los partidarios de Shakespeare, Molière, Brecht, Ionesco y Pitarra.
Pues en los menos de 200 asientos de la Sala de Baix estuvieron el lunes por la tarde en la nueva Beckett prácticamente todos los que podían estar. Para empezar, del Ayuntamiento no sólo fue el concejal de Cultura, Jaume Collboni –que, dada su omnipresencia en los últimos tiempos, es posible que también estuviera a la vez en alguna conferencia sobre innovación empresarial en otro auditorio–, sino que acudieron también sus predecesores, Jordi Martí y Jaume Ciurana, dos de los grandes impulsores de un proyecto con el que hace unos años nadie hubiera soñado ni después de una juerga loca. Y, sobre todo, acudió la alcaldesa, Ada Colau, que estuvo departiendo más que animadamente con José Sanchis Sinisterra, fundador de la sala hace casi tres décadas, y Toni Casares, su actual director. Y también acudió, claro, el conseller de Cultura, Santi Vila, y una nutrida representación del Institut Català d’Empreses Culturals.
Del mundo del teatro, la lista fue larga, sobre todo, de autores, porque eso ha sido y quiere ser ahora más que nunca la Beckett: la casa del autor teatral. La casa que ayude a consolidar y proyectar más aún lo que Casares definió, antes de que comenzara la función inaugural, como “un fenómeno insólito en el mundo”: que hace apenas 25 años hubiera sólo un autor teatral catalán de referencia, Josep Maria Benet i Jornet, y ahora haya una cantidad y variedad enorme cuyas obras triunfan en todas partes. Para probarlo, el lunes estaban en la Beckett Jordi Galceran, Sergi Belbel, Pau Miró y Josep Maria Miró, cuya obra El principi d’Arquimedes se representa en estos momentos urbi et orbi.
Por supuesto, fue la noche del edificio, que es imponente y que merece la pena visitar. Para poder contemplar una rehabilitación inteligente que le ha permitido conservar desde paredes desconchadas hasta la boca del antiguo teatro de la en su tiempo muy activa cooperativa obrera Pau i Justícia, en la que se instala. “El edificio está lleno de fantasmas que no dan miedo, que acompañan, reflejo de la vida que ha tenido este edificio”, señaló Belbel.
Pero sobre todo, fue la noche de los autores. Sanchis Sinisterra, el origen de la aventura, el autor de
¡Ay, Carmela!, fue ovacionado antes de empezar. Pero el estreno oficial no se hizo con una obra suya, sino de Josep Maria Benet i Jornet,
La desaparició de Wendy, dirigida por Oriol Broggi. Una obra de teatro dentro del teatro, rupturista, gamberra, punk a veces y melancólica otras. Una obra que mezcla con mucha ironía Peter Pan y La Cenicienta, hermanastra incluida. Y en la que al final se cuenta como a veces en el teatro, cuando se baja el telón, resulta que uno ha quedado atrapado dentro de la escena. Como le pasó a Benet i Jornet, que pese al alzheimer que anunció hace un año no quiso perderse el estreno y recibió al final una rosa de Broggi y un aplauso estruendoso.
En la inauguración de la nueva sala estuvieron Ada Colau, Santi Vila, Sanchis Sinisterra y Benet i Jornet