Seis horas largas y tablas
El club confía en que Luis Enrique continúe la temporada próxima
El aspirante Serguéi Kariakin estuvo a punto de besar la lona en el tercer duelo del Campeonato del Mundo de ajedrez que se disputa en Nueva York, pero el campeón Magnus Carlsen desperdició su milimétrica ventaja en una sucesión de imprecisiones con las que dejó escapar la victoria.
La directiva del FC Barcelona, así como alguno de los ejecutivos que mantienen contacto regular con Luis Enrique, confían en que el entrenador azulgrana renueve un año más su contrato y siga en el banquillo del Camp Nou la temporada que viene. La deducción, más que la certeza, proviene de una mezcla de intuición, información, señales positivas y, sobre todo, deseo, porque a ciencia cierta nadie sabe en realidad qué va a hacer Luis Enrique cuando acabe el curso, probablemente ni él mismo. “Me apetece el presente”, suele decir el asturiano.
Puede sorprender que un entrenador exitoso, envidiado por sus colegas de profesión por la plantilla que dirige, así como por la repercusión global que tiene su trabajo, albergue dudas acerca de su continuidad, pero la respuesta está en el desgaste del puesto, ya experimentado por Pep Guardiola, que renunció a seguir después de cuatro campañas dejando en su despedida dos frases para la historia culé. “Tengo la percepción de que nos habríamos hecho daño si seguía” y “me he vaciado y necesito llenarme”. Luis Enrique va por la tercera y la aspiración de la entidad es que iguale en duración y resistencia con su predecesor más victorioso.
Todo lo que consume a un entrenador del Barça acostumbra a ser invisible. La presión del cargo en sí, la toma de decisiones diaria, el miedo al error, la convivencia con un grupo de futbolistas, la mayoría estrellas mundiales, cuyo egoísmo debe ser transformado en generosidad por el bien colectivo, la aspereza de algunos sectores del entorno, la dificultad de conciliar la vida profesional con la familiar, el estrés... No por tener sueldos multimillonarios este tipo de obstáculos reconocibles en otras profesiones dejan de tener su efecto. Tanto Luis Enrique como Guardiola tienen en común un perfeccionismo enfermizo a la hora de afrontar su trabajo que les hace más vulnerables a largo plazo pese a su aparente seguridad a la hora de desenvolverse en público.
Luis Enrique, cuyo contrato expira el 30 de junio del 2017, ya avisó en la pretemporada que decidiría sobre su futuro prácticamente después de disputarse el último partido y en función de cuáles sean sus sensaciones dirá “sigo” o “me voy”. De hecho, ya resolvió in extremis su continuidad después de su primer año en el banquillo del Camp Nou, dejando en el aire la cuestión en la rueda de prensa posterior a la final de la Champions de Berlín. Se dispararon entonces los rumores y la corriente de opinión vencedora afirmó que Luis Enrique lo dejaba a la primera después del triplete con un “ahí os quedáis” que después resultó ser falso. Renovó entonces por dos años mejorando sustancialmente su nómina. Y hasta hoy. En este momento no hay negociaciones. Se asume que es una decisión personal y la consigna tanto de la directiva como de la secretaría técnica es dejarle trabajar tranquilo. Lo contrario, conociéndole, sería contraproducente.
Si opta por abandonar, el asturiano no lo hará cambiando inmediatamente el Barça por otro banquillo. Necesitará un descanso y se lo impondrá, un periodo de desconexión como, volvemos al mismo patrón, hizo Guardiola (año sabático en Nueva York) antes de fichar por el Bayern. Eso es lo que aseguran personas de su confianza, que también recuerdan que, a más largo plazo, un plato que nunca rechazaría Luis Enrique sería el de entrenador de la selección española.
Entre los síntomas a los que se agarran los optimistas, es decir, quienes en el club confían plenamente en que Luis Enrique seguirá en la temporada 2017-18, está el hecho de que el técnico es parte activa de la planificación de la plantilla futura. Es un indicio, orientativo, aunque no concluyente cuando hablamos de una persona de carácter fuerte y principios muy rígidos, que se marchará si detecta una leve pérdida de confianza en sus jugadores o si entiende que el agotamiento acumulado le impide ejercer su trabajo con toda la energía.
“Dejaré el Barcelona el día que me echen o cuando no tenga fuerzas para seguir. Será al final cuando decidiré”, dijo Luis Enrique el pasado verano. Y meses antes, en marzo, fue todavía más lejos: “Soy un poco radical, yo no firmaría contratos de más de seis meses. Si no estoy contento con lo que hago, para qué estar. Cuanto más corto, mejor”.
IN EXTREMIS El técnico se pronunciará cuando acabe el curso; no hay negociación porque la decisión será personal LA PRESIÓN El desgaste del puesto ya afectó a Guardiola; Luis Enrique se dará un tiempo cuando deje el Barça