La Vanguardia

Lo que el triunfo de Trump revela

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Qué es lo más urgente después del sorpresivo triunfo electoral de Trump? En mi opinión, no es tratar de adivinar las consecuenc­ias económicas y políticas de las hipotética­s decisiones que vaya a adoptar la nueva administra­ción norteameri­cana. Para esto ya habrá tiempo, una vez vayamos conociendo cuáles son esas decisiones. Lo urgente ahora es tratar de comprender las causas de su triunfo y sacar lecciones adecuadas. Especialme­nte en Europa.

Supongo que a muchos de ustedes les habrá pasado lo mismo que a mí el miércoles. Mi familia y muchos amigos no dejaban de enviar mensajes desde primera hora. No podían entender cómo un personaje intelectua­lmente deshonesto, misógino, racista, demagogo, autoritari­o y fascista no había pagado ningún precio político por esas actitudes deleznable­s.

He de decir que para mí no fue del todo sorpresivo. En un artículo publicado en esta misma sección después del referéndum británico confesaba mi temor a nuevos Brexits. Es decir, otros intentos de salir de un orden económico y político que muchos ciudadanos ven como lesivo para sus condicione­s de vida y para su futuro. Un sistema que los abandona a su suerte (“Los otros Brexits”, 27/VII/2016). Había habido ya algunas señales en las elecciones previas que se habían celebrado en Europa desde el inicio de la segunda recesión en el 2011, entre ellas las catalanas. Pero, sin duda, el Brexit primero y ahora el triunfo de Trump es una señal de alarma máxima.

Por cierto, el Brexit y las elecciones norteameri­canas nos enseñan que, cuando los ciudadanos se enfrentan a una decisión bipolar (sí o no; líder Ao B), el resultado es más radical que en unas elecciones multiparti­do. En Europa tenemos a la vista elecciones bipolares de este tipo: el referéndum italiano del 4 de diciembre y las presidenci­ales francesas del próximo año.

¿Qué hacer? El riesgo es demonizar a Trump y no entender qué ha hecho posible su triunfo. Muchos ciudadanos no han votado al personaje misógino, autoritari­o y racista, sino al que hablaba de los problemas que les preocupan, agobian y les hacen sentirse abandonado­s. Aunque no hubiese sido Trump, habrían votado a un candidato antisistem­a, populista.

¿Qué nos deja ver, entonces, el triunfo de Trump? Que el malestar social existente en nuestras sociedades es mucho más amplio, intenso, duradero y políticame­nte perturbado­r de lo que hasta ahora pensábamos. Un malestar cuya causa es, a la vez, simple y compleja.

Simple, porque su raíz está en la pérdida de ingresos que desde los años ochenta –no sólo desde la crisis– han venido experiment­ando las clases medias y trabajador­as de las sociedades desarrolla­das. Un reciente informe del McKinsey Global Institute señala que entre el 65% y el 70% de los hogares de los países avanzados han sufrido una fuerte caída de ingresos. Y que si las cosas no cambian, esa caída seguirá en la próxima década (Poorer than their parents? Flat or falling incomes in avanced economies, mayo del 2016). La pobreza y la desigualda­d aumentarán.

Compleja, porque las motivacion­es son variadas. Los mapas electorale­s del Brexit y de los votantes de Trump muestran que no han sido únicamente los que más han padecido la caídas de salarios y el desempleo los que votaron esas opciones. También lo hicieron muchos pensionist­as y personas acomodadas. Este apoyo ha sido mayor en las zonas que más han sufrido los efectos de la desindustr­ialización y de la inmigració­n asociada a la globalizac­ión y al cosmopolit­ismo dogmático dominante desde los años ochenta. Hay, por tanto, raíces culturales detrás del Brexit y de Trump.

Pero, en todo caso, la desigualda­d es un fenómeno de profundas consecuenc­ias sociales, políticas y sistémicas. Sociales, porque seca el pegamento que toda sociedad necesita para funcionar armoniosam­ente. Políticas, porque fagocita el centro político y la democracia se polariza, con riesgo de quiebra. Y sistémicas, porque asesina al capitalism­o inclusivo. Aun así, el pesimismo está sobrevalor­ado. No es probable que el cielo se nos venga encima. Pero, paradójica­mente, son los organismos internacio­nales –el G-20, el FMI, la OCDE– y la Comisión Europea los que alimentan el pesimismo. Se muestran preocupado­s por la creciente desigualda­d y sus efectos políticos, pero no hacen nada para reducirlo. Al contrario, lo estimulan con sus políticas erróneas, como la austeridad. Mientras, los líderes populistas ofrecen un contrato social que cuestiona la globalizac­ión y el cosmopolit­ismo y gana apoyos.

Les aseguro que en el pensamient­o económico producido en los últimos años hay propuestas para hacer frente a esta situación. Propuestas que, por un lado, buscan mantener un orden económico abierto y, por otro, poner en marcha políticas internas que afronten el malestar social. Pero el conocimien­to no es poder. Hace falta acción desde el centro político.

Muchos no han votado al personaje misógino, autoritari­o y racista, sino al que hablaba de los problemas que les agobian

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JORDI BARBA

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