El guardián de las trufas
Tomo prestado el título de mi artículo de la primera novela de Fèlix Edo, escritor de Vilafranca (els Ports), que acaba de publicar Barcino. Relata la experiencia de un prófugo de la guerra, Leovigild Tena, masovero de la masada perdida de Forès, en el término de Benassal. Los avatares del desertor, sin embargo, no ocupan tantas páginas como la existencia que llevan sus supervivientes (el abuelo de la casa, los tíos, la viuda y el hijo huérfano). Planteada así, en la síntesis empobrecedora del argumento, esta podría parecer una novela más sobre la Guerra Civil, un asunto que continúa haciendo derramar tanta tinta como, en su momento, hizo derramar trágicamente tanta sangre.
El guardià de les trufes se divide en cuatro partes, correspondientes a las cuatro estaciones, más una adenda, en la que el niño de los primeros capítulos –un hijo que jamás conoció a su padre– se ha hecho viejo y ahora, en un descanso para tomar un bocado en su anual búsqueda de trufas, habla con su hijo. El progenitor hace ver al hijo que este ya es mayor de lo que era su padre cuando se dispuso a escapar de la guerra y del mundo. Y entonces el protagonista deja caer la sentencia que, a mi juicio, resume el espíritu del libro: “Nuestro mundo desapareció sin apenas darnos cuenta”. En el inicio, el autor había dedicado la novela a sus padres, “que provienen, literalmente, de otro mundo”.
Y aquí está uno de los muchos atractivos de la obra: que nos hace entrar en ese mundo finiquitado, el de las masías diseminadas, crecidas en plena naturaleza. Que nos hace presente, en definitiva, una realidad ingrata y auténtica, a la vez. Fèlix Edo, por medio del relato familiar, ha vivido intensamente ese mundo de ayer, y nos lo transmite con una prosa bellísima, cargada de voces fragantes y de sabor fuerte. Su narración, contrapuntada de descripciones de la vida rural (la siega, la vendimia, la matanza del cerdo), va construyendo un admirable territorio literario (“el paisaje que calma y no clama”). Aquí menudean animales de todo tipo, mayormente salvajes: jabalíes, linces, cuervos o jilgueros que el niño se aplica en criar, águilas, raposas, renacuajos y sapos... ¡Y qué presencia tiene en el texto la gente de antaño, como acechándonos detrás de un párrafo; hombres y mujeres que, al decir de la cita inicial de Pla, comían todo con pan, “costumbre de la vida antigua”!