La Vanguardia

¡Qué alegría y qué mala cara!

- Joaquín Luna

Si no pensara en el lector, les aseguro que hoy ajustaría cuentas y correspond­ería a tanta tabarra –y sermones– con un homenaje a los cuperos: siento debilidad por la gente coherente.

El lector, al que uno apela cuando le da la gana, tiene otras preocupaci­ones. Al lector lo que le interesa hoy –y punto– es no encontrar por la calle a un conocido o una conocida que le salude con mucho entusiasmo: –¡Qué alegría y qué mala cara tienes! El saludo español es muy peculiar. No hay otro pueblo en Europa que se salude amistosame­nte con tanta impertinen­cia y se despida con semejante desfachate­z: –¡A ver si comemos un día! Las luxemburgu­esas son muy suyas y los franceses de París ya no digamos porque se tratan de usted y nunca expresan el más mínimo deseo de compartir una choucroute en Lipp con el conocido que acaban de encontrar.

Uno sufre mucho con estos saludos porque no es sencillo correspond­er y estar a la altura. –¡Estás más delgado! –¡Anda que tú! Estás en los huesos. Ya se nota que te alimentas fatal, aunque la culpa es de tu pareja, ¡mucho gimnasio y pocos percebes! –¡Te iría muy bien ganar unos kilos! –¡Y a ti que te den morcillas! –¿De arroz o de cebolla? –Bueno, saluda a tu pareja. Por cierto, el otro día la vi en una lencería roja que no le pegaba para su edad. –¡Me he alegrado de verte! El saludo español es un saludo cargado de solidarida­d porque denota lo mucho que nos preocupa el bienestar de los demás. Lejos de firmar un pacto de no agresión y seguir cada uno por su camino, hay mucho español –y española– que considera un signo de aprecio y estímulo expresar su opinión sobre las corbatas ajenas, los kilos de más o las arrugas incipiente­s a modo de hola.

Yo no soy muy partidario de saludar a nadie con algún comentario avinagrado sobre su aspecto, su peso o su cara porque existe el riesgo de ser correspond­ido o de que te endilguen alguna historia de superación, crecimient­o o defunción personal.

Lo singular es que el español considera un deber patriótico y una muestra de afecto este tipo de comentario­s, a diferencia de los franceses de París, que se limitan a hablar mal de la República cuando se cruzan sin querer en la Rue du Chat-qui-Pêche.

Hace pocos meses, un hermano mío departía en una tienda con la madre de un amigo. Tenía un cáncer, enfermedad que da mal aspecto y malos presagios. Entró una conocida y a modo de saludo espontáneo dijo lo que ustedes ya barruntan (las personas que prodigan este tipo de comentario­s suelen acompañarl­os de un tono alegre, saludable y sostenible): –¡Qué mala cara tienes, chica! ¡Y la muy maleducada no tuvo el detalle de comentar que se iba a morir un día de esos!

Nadie en Europa se saluda con tanta impertinen­cia y se despide con tanta desfachate­z como nosotros

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