Madrid expone la indumentaria de Tino Casal en el Museo del Traje
Una exposición en el Museo del Traje muestra al artista como pionero del cultivo de la imagen
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Iba Tino Casal por Torrelaguna con el pintor Antonio Villa-Toro cuando, por fin, los dos amigos le echaron el ojo a una vieja tienda de ropa que tal vez le ofreciera al cantante lo que andaba buscando. La dependienta era una señora mayor. Casal le preguntó: “¿Tiene usted algo de leoparderío o cebrerío?”. La mujer estuvo a la altura: “Leoparderío o cebrerío no tengo, pero serpenterío sí que tengo”, respondió. “Pues venga”, zanjó él. La escena, algo almodovariana pero del todo real, subraya uno de los trazos característicos de este poliédrico músico, productor, pintor y diseñador de sí mismo –a ratos de otros– que emuló a David Bowie aunque con gesto más cercano al Sandokán de la serie de entonces. Era el Casal estrambótico que vestía incontables capas de ropa chillona con varios kilos de complementos a cual más escandaloso.
A los 25 años de su muerte en accidente, el Museo del Traje de Madrid –junto con el organismo público Acción Cultural Española– muestran desde hoy a ese Casal excéntrico de vestimenta imposible pero también al modernísimo artista pionero del concepto de “imagen de marca” en aquel Madrid de la movida cuyos popes no siempre le hicieron justicia (como tampoco a su poderosa voz). La muestra, titulada Tino Casal: el arte por exceso, podrá verse hasta el próximo 18 de febrero.
El cantante asturiano, nacido en 1950 en el pueblo cementero de Tudela-Veguín, fue “un clarividente y gran desarrollador” de esa idea del cuidado de la marca con la que hoy se llenan la boca gobernantes y empresarios. Porque él sí aplicó el concepto de principio a fin cuando nadie hablaba de ello en España, explicaba ayer a La Vanguardia Juan Gutiérrez, técnico del Museo del Traje y comisario de la muestra junto a Rodrigo de la Fuente.
“Si quiero vender mis discos, tengo que tener una imagen que responda a lo que está sonando”, dijo Casal en cierta ocasión, frase ahora grabada en una de las salas de la exposición que hoy intenta redescubrirle en sus justos términos. No es que con esa declaración el artista descubriera la pólvora. Pero resulta que él se construyó a pulso su propia imagen y su marca: diseñando desde su vestuario y el de los miembros de su banda hasta las portadas de sus discos o los escenarios de sus actuaciones. A lo cual fue añadiendo creaciones y pro-
“¿Tiene usted algo de leoparderío o de cebrerío?”, preguntó a la dependienta de una tienda de ropa
ducciones para otros, como el logotipo de Obús y sus discos Prepárate y Poderoso como el Trueno.
La muestra presentada ayer no se limita –pese a su emplazamiento– a mostrar la excéntrica ropa de Tino Casal. También enseña parte del mobiliario de su casa, algunas de sus obras pictóricas, distintos vídeos de sus discos y actuaciones en televisión, así como algunas aportaciones de sus amigos y cómplices, como Fabio McNamara, Costus o Pablo Pérez Mínguez.
Ni una sola de las piezas de la muestra, organizada con la colaboración de esos amigos y de la familia de Casal, deja indiferente al visitante. Es lo que hubiera querido el artista: un divo por fuera –aunque sencillo y guasón por dentro– que, si por la calle notaba que alguien no se volvía para darle un repaso visual tras cruzarse con él, regresaba rápidamente a casa para añadirse alguna otra prenda más aparatosa que las otras. “Es todo ese barroquismo que tengo encima”, decía él, la mirada pintada y penetrante, la chupa con flecos, la camisa indecible, el sombrero vaquero y los guantes de ganchillo, por ejemplo.