Las cosas más pequeñas
Esta semana el documentalista Nicolas Philibert imparte un curso en Barcelona, en la escuela de la ECIB, y presenta en la Filmoteca una sesión doble, donde se proyectará La Ville Louvre, el filme de 1990 que le dio a conocer internacionalmente. Es una obra inolvidable, en la que podemos ver cómo funciona un museo por dentro, un enjambre de trabajadores formado por los conservadores, los restauradores, los agentes de seguridad o el personal que transporta cuadros y esculturas, en un conjunto fascinante en el que está presente la emoción por la belleza, la dignidad, el sentido del humor y el contraste entre el esfuerzo y la importancia de los pequeños gestos. Hace pocos meses Philibert presentó de nuevo este filme en el Louvre, con la presencia del antiguo director del museo cuando el filme se realizó, los trabajadores que aparecían en la película y alguna persona emblemática, como el que en aquel momento era director del Auditorium, Dominique Payni, que fue quien dio el impulso definitivo a Philibert para filmar la película, a pesar de no haber obtenido aún los permisos del museo. Visto ahora, el filme no es sólo la obra que hace nacer un cineasta, sino también una película que de manera visionaria anticipa la reivindicación de los museos de noche: la idea que muchas veces la belleza del arte sólo aparece cuando se apagan unas luces y se encienden otras.
Philibert ha dedicado su carrera a hacernos comprender la importancia y la dignidad de estas miradas oblicuas. Ha retratado a los internos y el personal médico de un hospital psiquiátrico (La moindre des choses), el mundo de los que no oyen (Le Pays des Sourds), a los trabajadores de la radio pública (La maison de la radio) y a un profesor y sus alumnos de una escuela primaria
(Être et avoir), quizá su obra más conocida, que tendría una gran difusión en los cines europeos, en un momento en que el documental decidía ocupar las salas cinematográficas, con algunos filmes que abrieron el camino. En todas estas obras, Philibert retrata las dificultades y el espíritu de superación como grandes retos de sus tramas. Por todo ello, algunos le reprochaban que su cine era utópico.
Pues bien, este es el dilema de ahora mismo para la creación audiovisual. Hay una serie de autores en el mundo que, como Philibert, han retratado la belleza de esta dignidad profesional. Pienso obviamente en Aaron Sorkin, al que a menudo se le ha tratado también de utopista, cuando describe el mundo de la política, o el mundo del periodismo. Pienso también en algunas obras de David Simon, sobre todo Treme, una serie basada en el esfuerzo colectivo de una comunidad para superar una catástrofe climática. Junto a estos cineastas de la superación, tenemos a los que han dibujado un mundo siniestro y decadente, donde la corrupción ha tomado posesión de todo: son autores como Michael Moore, David Lynch, los creadores de House of cards , de Juego
de tronos o de todas las series conspirativas herederas de 24. Todos estos cineastas que han retratado la descomposición social nos advirtieron de la degradación moral de la sociedad, y no podremos decir ahora que no estábamos avisados. Pero en los tiempos que tenemos por delante los necesitamos a todos, a los que nos dicen que el invierno ha llegado para quedarse y a los que, como Philibert o Agnès Varda, nos hacen recordar que en la belleza de las cosas pequeñas y los personajes marginales, late una parte de la salvación del mundo.
Philibert retrata las dificultades y el espíritu de superación como grandes retos de sus tramas; por ello, algunos le reprochaban que su cine era utópico