Sefarad, ida y vuelta
Vicenç Villatoro analiza, desde el seguimiento de nueve generaciones de Bassat, claves identitarias de la comunidad judía
Aprincipios de febrero de 1939 un grupo de falangistas entraron en la sinagoga ubicada en la torre de Balmes-Provenza, para saquearla, destruirla y robar documentos. Profanar. Poco se ha hablado de ello. Dos años después, en 1941, nacía en esa misma Barcelona convulsa Lluís Bassat, que con el tiempo sería uno de nuestros publicistas más notorios. Y dieciséis años más tarde llegaba al mundo, en Terrassa, el escritor y periodista Vicenç Villatoro. Hoy les une un libro (además de otros guiños del destino, como que sus respectivos abuelos estuvieron en el penal de Burgos) que va más allá de la no ficción y es la segunda entrega de la trilogía “sobre la identidad” que Villatoro inició con Un home que se’n va.
Se trata de un inusual volumen titulado El retorn dels Bassat (La Magrana/RBA) ya a punto de traducirse al búlgaro. Inusual por sus múltiples registros, porque puede leerse como la historia de una familia, los Bassat, pero nunca solamente como eso. En él encontramos páginas preñadas de itinerarios geográficos. Los dos amigos viajaron juntos a Corfú; a Estambul, donde descubrieron la tienda de los Bassat, cerca del Bazar de las Especias, a Trieste... Pero también lucen itinerarios literarios (los que descubren vínculos familiares con Albert Cohen, autor de Bella del Senyor) e incluso itinerarios gastronómicos (“esos gnocchi gorgonzola cocinados por la nonnina”). Bromea Bassat diciendo que en su casa, de pequeño “ser judío era más una manera de comer que una religión”.
El libro, que se presenta acompañado de fotos de antepasados, documentos, certificados... estuvo a punto de llamarse “Sefarad, ida y vuelta”. No en vano nos da claves para entender la esencia de la comunidad judía a través de nueve generaciones de la familia Bassat. Le preguntamos qué significa el éxito y el fracaso para alguien que, por tradición de diáspora , sabe bien lo que es “volver a empezar”. Bassat responde que renunció al cargo de presidente mundial en Ogilvy, “un sueldo 20 veces superior al mío”, por quedarse en Barcelona, “que es donde yo quiero morir”.
Villatoro, obseso confeso de las islas y los caminos inexplorados– “quisiera ser errante y no lo soy”– desgrana los episodios más duros de los Bassat Coen: la muerte de la bisabuela en Auschwitz, la huida de Corfú, una eterna sensación de provisionalidad, el temor a ser expulsados... “Por eso hay tan pocos judíos que se dediquen al negocio inmobiliario. ¡Eso no te lo puedes llevar! En cambio hay muchos médicos y filósofos”. Puntualiza el autor que los Bassat “son exiliados, no emigrantes, porque el emigrante siempre sueña con volver al lugar de origen”.
Samuel Bassat, abuelo del publicista, llegó a Barcelona en 1929 procedente de Bulgaria y fue propietario de una empresa de hojas de afeitar. “Vio que le entendían porque hablaba castellano antiguo”. En su funeral unas tres mil personas invadieron la calle Mallorca para rendirle honores. Desde la rama materna, los Coen (perdieron la “h”), Villatoro evoca paisajes literarios, de la Corfú de Durrell y el Trieste de Svevo o Magris (allí la familia vendía parafina para velas) a otras conexiones literarias con judíos errantes como Georges Moustaki. Y topa con un curioso descubrimiento: Bassat está emparentado con el Nobel Elias Canetti.
Bassat habla ladino perfectamente, siempre se ha proclamado sefardita. Todo cuanto le rodea es singular, desde un padre violinista (“hijo, recuerda, lo único que no te podrán robar es lo que tengas en tu cerebro”) hasta un abuelo masón. A los 12 años, siendo alumno de Virtelia, decidió convertirse al catolicismo. Su padre le respondió: “Como va a ser para toda la vida, si en seis meses sigues con eso, adelante”. No lo hizo. Pero esa fe en los dioses desaparecería de su existencia, para siempre, con la muerte de uno de sus hijos, Albert, al cabo de tres semanas de nacer.
“Recé lo que no está escrito, ni se imagina... Pero mi hijo murió. Y entonces pensé: si ese Dios permite esto, ese Dios no me interesa”, dice.
“Evoca el Trieste de Svevo y Magris, y descubre que Bassat está emparentado con el Nobel Elias Canetti”