La Vanguardia

“Llenas un muro de color y el espacio y la gente cambian”

Tengo 35 años. Nací en Santander y vivo en Madrid desde el 2000, aunque llevo los últimos cinco años continuame­nte girando por el mundo. Sin pareja. Licenciado en Bellas Artes. No me siento identifica­do con ningún partido político ni religión. Considero a

- Okuda San Miguel, artista, representa­nte de ‘street art’ IMA SANCHÍS

Por Para qué sentirmepi­nta usted? feliz necesito crear.lo resuelvoEl arte es pintando.mi psicólogo, todo

EmpecéLa callea losle vio15 años. nacer. Me inventé un nombre, fue como crear un superhéroe, y empecé a estamparlo en las paredes.

¿No le parece un poco egocéntric­o?

Sí, total. Luego fui evoluciona­ndo, las letras se fueron rodeando cada vez más de composicio­nes y personajes, y el mensaje ganó la partida.

¿De qué habla?

Del conflicto entre el capitalism­o y la naturaleza, la modernidad y nuestras raíces, pinto mucho híbrido entre humano y animal porque no me interesa la identidad, sino las acciones. Pero son composicio­nes espontánea­s y de corazón.

A usted le define el color.

En mi época académica me influyó el surrealism­o, y mis viajes a India, su colorido y su iconografí­a religiosa, me han marcado.

...Y la geometría.

Sí, eso me viene de las letras que formaba con rombos y triángulos. Tenía dos identidade­s, la de la calle y la del estudio, pero se fueron mezclando y he acabado filtrando toda la realidad a través de las formas geométrica­s y el color.

La suya es una pintura alegre. Sí, soy muy positivo. Yo los problemas los esquivo, quizá influya que no veo ni leo noticias.

¿Por qué?

No me gusta lo que veo, la manipulaci­ón que se hace de la realidad me pone muy triste. Viajando por el mundo y hablando con la gente compruebo una y otra vez que lo que se cuenta en los medios no coincide con la realidad.

¿De dónde le viene su alegría?

Mis padres tenían un restaurant­e y había de estar hasta muy tarde, de noche, esperando a que cerraran para irnos a casa. Hacía mucha vida en la calle en un barrio donde había muchos niños, estaba siempre jugando.

Hoy su madre le ayuda con sus tapices.

Sí, y mi hermana. Surgió de manera muy casual: una noche cogieron mis lanas y se pusieron a tejer, y me encantó. Hacer algo con tu madre es muy especial, y se nota.

Kaos Temple (Asturias), una iglesia desacraliz­ada convertida en templo del skate, le lanzó a la fama. Vi esa iglesia en internet y me pareció que tenía una simetría fantástica. Era un club de skate, hicimos un micromecen­azgo para comprar los materiales y durante un año me encerré allí.

Ha sido una locura mediática.

Sí, mey gente llamabande medio medios mundode Tailandia,para que de pintara Brasil... sus Taiwán. muros, No de dejo lugaresde preguntarm­einsólitos como cómo Tahití,y en qué cómo momentoes que les ha interesa. llegado hasta allí mi trabajo, y

Es ¿Y?la magia de internet. Antes de hacer Kaos Temple tenía 5.000 seguidores en Instagram; tras la inauguraci­ón pasé a 25.000, y ahora tengo 85.000 de todo el mundo.

Hizo otra iglesia.

Sí, el exterior de una iglesia abandonada en Marruecos, y ahora voy a hacer otra en Denver, la iglesia oficial del cannabis, aunque yo no fumo.

También colabora usted con marcas.

Costumizo sus productos, pinto murales para ellos, hago intervenci­ones en sus fachadas... Las marcas son los mecenas actuales.

Nike, Telefónica, PlayStatio­n, Atari, Fox...

Eso me permite no depender del mercado del arte convencion­al y poder seguir pintando en los muros, que es lo que más me motiva.

¿Estar subido a una grúa?

Sí, mirar hacia abajo y ver pasar la rutina mientras yo tengo la cabeza en las nubes.

¿Sigue pintando fachadas sin cobrar?

Sí, en barrios chungos como las favelas de Brasil o las cementadas de Kíev de 20 pisos de altura, envueltas en un cielo plomizo y transitada­s por gente que mira al suelo... De repente llenas un muro de color y el espacio cambia, y con él, la actitud de la gente del barrio. Lo he visto.

Cuénteme.

El verano pasado, también en Kíev, pinté cinco vagones de tren. Los terminé un día antes de la celebració­n de su independen­cia, y los medios escogieron mis vagones como símbolo de libertad; colaborar en ese cambio me encanta, es increíble, y lo hice sin que nadie me lo encargara.

¿Nunca ha tenido problemas por ello?

Nunca, salvo en Nueva York, icono de la libertad. Pinté un muro en el Bronx, bajo él se traficaba con drogas y se exhibían las putas. Lo borraron porque aparecía una chica desnuda. EE.UU. es el único país en el que me han detenido por hacer arte en la calle.

Pintar muros empezó siendo una aberración y ahora se ha puesto en valor.

La aberración es la publicidad, el hecho de que mires donde mires te la encuentres, pero como ellos pagan... Yo prefiero ver arte.

Los ciudadanos también.

Lo curioso es que ahora han visto en nosotros un potencial para vender marcas. Louis Vuiton, por ejemplo, utiliza artistas urbanos. Antes la calle la controlaba sólo la publicidad, ahora también los artistas, es la última tendencia.

Tenemos museos de arte contemporá­neo cuyo interés está más en lo que ocurre en la calle, los skaters, que en su interior. Porque insisten en algo que ya fue: el arte conceptual. Entiendo perfectame­nte que estén vacíos, yo necesito sentir, ver, y creo que la gente también.

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DAVID AIROB
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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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