Mentiras y propaganda
El periodismo no es un tapiz tejido por manos inocentes. Muchos nos hemos equivocado en incontables ocasiones en una profesión que trata de las cosas que afectan a las personas y a sus acciones y actitudes. Hemos tenido la oportunidad de enmendar informaciones y opiniones cuando la realidad se ha movido sustancialmente. En todo caso, la perfección es muy ajena a un oficio que redacta los primeros borradores de la historia. La cohabitación entre política y periodismo tiene que ser necesariamente incómoda y en muchas ocasiones insoportable. Siempre ha sido así.
La política tendría que basarse sobre hechos concretos, evidentes y comprobados. Que los políticos hagan circular informaciones falsas no es nada nuevo. Tampoco lo es que los medios las publiquen sin comprobarlas.
Pero lo que está ocurriendo en las democracias más respetables es el debate sobre supuestos manifiestamente falsos influyendo decisivamente en la opinión general. Brexit y Trump son dos ejemplos de cómo mentiras de calibre monumental han circulado como si fueran certezas incuestionables y han inclinado la balanza en las urnas. No es un tema menor estar instalados en el reino de la mentira.
El periodismo decente está siendo barrido en las democracias occidentales. Es cierto que existen muchos medios de referencia que han resistido a la banalidad de las mentiras atomizadas en una masa crítica de falsedades, rumores y curiosidades no comprobadas que circulan en tiempo real por las redes. Los sentimientos y las emociones son más relevantes que los hechos y la racionalidad.
La propaganda y la mentira, también las teorías de la conspiración, se mueven a sus anchas en un mundo fragmentado por fuentes partidistas que se presentan como si fueran objetivas o neutras. En las comunidades virtuales se da más crédito a lo que aparece en tiempo real en las redes que a las informaciones contrastadas y más reposadas que nacen de la reflexión y del debate.
Ahora se ha sabido que en la plataforma de Facebook, propiedad del multimillonario Mark Zuckerberg, circularon mentiras muy gruesas contra Hillary Clinton. Fueron vistas por millones de usuarios que no se molestaron en pinchar los enlaces en los que se desmentían las afirmaciones falsas. Trump ganó y lo demás es paisaje.
Instalados en la era de la posverdad en la política y en el periodismo, es urgente restablecer las prioridades. El periodismo tiene que hablar de aquello que los políticos no quisieran que se supiera. De escándalos, de corrupción y de las declaraciones estúpidas. De todo, por supuesto.
Una vez le preguntaron al líder francés Clemenceau qué diría la historia sobre la Gran Guerra. “No lo sé –contestó– pero seguro que no dirán que Bélgica invadió Alemania”. La mentira intencionada y habitual debilitará las instituciones y acabará con las libertades. Se perderá la confianza en la política.
Los sentimientos y las emociones son más relevantes que los hechos y la racionalidad