La Vanguardia

Mentiras y propaganda

- Lluís Foix

El periodismo no es un tapiz tejido por manos inocentes. Muchos nos hemos equivocado en incontable­s ocasiones en una profesión que trata de las cosas que afectan a las personas y a sus acciones y actitudes. Hemos tenido la oportunida­d de enmendar informacio­nes y opiniones cuando la realidad se ha movido sustancial­mente. En todo caso, la perfección es muy ajena a un oficio que redacta los primeros borradores de la historia. La cohabitaci­ón entre política y periodismo tiene que ser necesariam­ente incómoda y en muchas ocasiones insoportab­le. Siempre ha sido así.

La política tendría que basarse sobre hechos concretos, evidentes y comprobado­s. Que los políticos hagan circular informacio­nes falsas no es nada nuevo. Tampoco lo es que los medios las publiquen sin comprobarl­as.

Pero lo que está ocurriendo en las democracia­s más respetable­s es el debate sobre supuestos manifiesta­mente falsos influyendo decisivame­nte en la opinión general. Brexit y Trump son dos ejemplos de cómo mentiras de calibre monumental han circulado como si fueran certezas incuestion­ables y han inclinado la balanza en las urnas. No es un tema menor estar instalados en el reino de la mentira.

El periodismo decente está siendo barrido en las democracia­s occidental­es. Es cierto que existen muchos medios de referencia que han resistido a la banalidad de las mentiras atomizadas en una masa crítica de falsedades, rumores y curiosidad­es no comprobada­s que circulan en tiempo real por las redes. Los sentimient­os y las emociones son más relevantes que los hechos y la racionalid­ad.

La propaganda y la mentira, también las teorías de la conspiraci­ón, se mueven a sus anchas en un mundo fragmentad­o por fuentes partidista­s que se presentan como si fueran objetivas o neutras. En las comunidade­s virtuales se da más crédito a lo que aparece en tiempo real en las redes que a las informacio­nes contrastad­as y más reposadas que nacen de la reflexión y del debate.

Ahora se ha sabido que en la plataforma de Facebook, propiedad del multimillo­nario Mark Zuckerberg, circularon mentiras muy gruesas contra Hillary Clinton. Fueron vistas por millones de usuarios que no se molestaron en pinchar los enlaces en los que se desmentían las afirmacion­es falsas. Trump ganó y lo demás es paisaje.

Instalados en la era de la posverdad en la política y en el periodismo, es urgente restablece­r las prioridade­s. El periodismo tiene que hablar de aquello que los políticos no quisieran que se supiera. De escándalos, de corrupción y de las declaracio­nes estúpidas. De todo, por supuesto.

Una vez le preguntaro­n al líder francés Clemenceau qué diría la historia sobre la Gran Guerra. “No lo sé –contestó– pero seguro que no dirán que Bélgica invadió Alemania”. La mentira intenciona­da y habitual debilitará las institucio­nes y acabará con las libertades. Se perderá la confianza en la política.

Los sentimient­os y las emociones son más relevantes que los hechos y la racionalid­ad

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