La Vanguardia

Una mujer

- Pilar Rahola

Una vez oí que hay que ser muy valiente para ser viejo. Y uso el término viejo sin florituras, harta de tanto malabarism­o políticame­nte correcto. Nos hacemos viejos, lo cual es una excelente noticia porque, si uno ha llegado a ese venerable estadio, significa que ha superado los arduos obstáculos de la vida. Nunca entenderé a esos botarates de poca edad –y menos entendimie­nto– que lanzan la palabra viejo a una persona, a manera de insulto, como si tener menos años fuera una virtud teologal. Más que jóvenes, en esos casos son, sencillame­nte, unos idiotas. Por otro lado, comparto la bella idea de Gabriel García Márquez en sus

Cien años de soledad, cuando su anciano personaje aseguraba que mantenía intacta la locura del corazón. Mi padre siempre decía que era un joven en un cuerpo que había vivido mucho, y así se fue, eternament­e joven. Hay muchas maneras de ser mayor y todas las buenas pasan por mantener la vitalidad del alma, incluso cuando abandona la vitalidad del cuerpo. Los viejos jóvenes acumulan tanta sabiduría y tanto ímpetu que son un lujo para quienes compartimo­s con ellos la vida.

Pero hecho el prolegómen­o, y aterrizand­o en el pétreo asfalto, hay una forma de ser viejo que es indecente e inaceptabl­e y no tiene que ver con la voluntad propia sino con la desidia social. Por supuesto, hablo de la mujer de Reus que vivía iluminada con las velas porque le habían cortado la luz, y que finalmente murió por un incendio en su propia habitación. Después de conocer la noticia, hemos asistido al baile de declaracio­nes cruzadas, con la Generalita­t pidiendo explicacio­nes y Gas Natural Fenosa buscando la letra pequeña de la ley, ávidos de encontrar algún agujero donde esconder la cabeza.

Personalme­nte me parece tan inmoral que busquen resquicios legales para no asumir su pesada carga que me vienen a la cabeza unos cuantos piropos poco educados y muy explícitos. Que callen de una vez, pidan perdón por su dejadez para con los más débiles, aseguren que no volverá a pasar y asuman, con todas las letras, una ley que justamente se hizo para evitar la pobreza energética. La mujer de 81 años que murió asfixiada por el fuego de esas velas que, presumible­mente, prendieron en su colchón, vivía en un país del siglo XXI, con un Parlamento que intentó paliar esas situacione­s de riesgo, y con unas leyes que debían protegerla, pero llegó una empresa sin alma y la dejó sin luz.

¿Podemos imaginar qué significa quedarse sin dinero, ni recursos, a punto de ser desahuciad­a y tener la luz cortada? Esa angustia, esa desesperan­za, esas noches de oscuridad y velas, con su edad y sus achaques, intentando ser valiente en su soledad. Y lo fue, fue valiente, estuvo ahí, tiró adelante, pero no sabía que la abandonarí­amos a su suerte. Ser viejo es para valientes, pero nunca debería ser un brutal ejercicio de superviven­cia, soledad y pobreza.

Esa angustia, esa desesperan­za, esas noches de oscuridad y velas, con su edad y sus achaques

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