La cuadratura del círculo
Sabido es que cuadrar un círculo es imposible, ya que si se cuadrara dejaría de serlo. Una constatación aplicable a las reclamaciones que están naciendo en el seno de los implicados en la recién surgida y calificada de economía colaborativa. Tal cual si de pronto se cayera de la higuera, se descubre que los ocupados, llamémosles trabajadores, en estas transacciones sufren unas condiciones laborales sumamente precarias. En sí misma, la idea de actividad colaborativa ya choca con la de salarios y derechos laborales. Si unas personas o unos grupos intercambian colaboración, se presupone un toma y daca conjunto, no la intervención de terceros actuando como intermediarios con ánimo de lucro. Así pues, la denominación de economía colaborativa resulta de entrada equivocada.
Y ya metidos en harina, sucede que los empleados colaborativos se percatan de que las empresas que los contratan –con intermitencias para que quede claro que se trata de algo distinto de lo clásico– les pagan poco. Y además se han percatado de que si desean una pensión de jubilación, deberán hacerse autónomos, de que no tienen seguro de paro ni… Por otro lado, han sabido que en el Reino Unido un juez ha reconocido a unos conductores de Uber el derecho a gozar de vacaciones y a tener un salario mínimo. Y aquí es cuando se quiere firmemente hacer de un círculo un cuadrado.
El cuadrado ya existe, y es al que aspira cualquier trabajador de un país desarrollado. Es una figura geométrica que además de proporcionar vacaciones y unos ingresos más dignos que los del círculo asegura pagas extras, subsidio de paro y aportaciones para la jubilación. Cuando no es así, se llame como se quiera a la supuesta economía colaborativa, su nombre auténtico es precariedad, explotación.
Comienzan a alzarse voces que reclaman el derecho a sindicarse, algo que ya convertiría la relación económica de marras en netamente empresarial, sin disimulos semánticos. Alcanzada esta categoría, las tan novedosas empresas de transacciones colaborativas no sólo perderían su identidad, sino que gran parte de sus beneficios mermarían. Ya sin razón de ser, desaparecerían. Y las circunstancias del mercado laboral recibirían el nombre adecuado. Trabajadores en activo o parados, fijos o temporales, asalariados o autónomos, bien pagados o mal pagados. Sin máscaras embaucadoras.