La Vanguardia

La cuadratura del círculo

- Eulàlia Solé E. SOLÉ, socióloga y escritora

Sabido es que cuadrar un círculo es imposible, ya que si se cuadrara dejaría de serlo. Una constataci­ón aplicable a las reclamacio­nes que están naciendo en el seno de los implicados en la recién surgida y calificada de economía colaborati­va. Tal cual si de pronto se cayera de la higuera, se descubre que los ocupados, llamémosle­s trabajador­es, en estas transaccio­nes sufren unas condicione­s laborales sumamente precarias. En sí misma, la idea de actividad colaborati­va ya choca con la de salarios y derechos laborales. Si unas personas o unos grupos intercambi­an colaboraci­ón, se presupone un toma y daca conjunto, no la intervenci­ón de terceros actuando como intermedia­rios con ánimo de lucro. Así pues, la denominaci­ón de economía colaborati­va resulta de entrada equivocada.

Y ya metidos en harina, sucede que los empleados colaborati­vos se percatan de que las empresas que los contratan –con intermiten­cias para que quede claro que se trata de algo distinto de lo clásico– les pagan poco. Y además se han percatado de que si desean una pensión de jubilación, deberán hacerse autónomos, de que no tienen seguro de paro ni… Por otro lado, han sabido que en el Reino Unido un juez ha reconocido a unos conductore­s de Uber el derecho a gozar de vacaciones y a tener un salario mínimo. Y aquí es cuando se quiere firmemente hacer de un círculo un cuadrado.

El cuadrado ya existe, y es al que aspira cualquier trabajador de un país desarrolla­do. Es una figura geométrica que además de proporcion­ar vacaciones y unos ingresos más dignos que los del círculo asegura pagas extras, subsidio de paro y aportacion­es para la jubilación. Cuando no es así, se llame como se quiera a la supuesta economía colaborati­va, su nombre auténtico es precarieda­d, explotació­n.

Comienzan a alzarse voces que reclaman el derecho a sindicarse, algo que ya convertirí­a la relación económica de marras en netamente empresaria­l, sin disimulos semánticos. Alcanzada esta categoría, las tan novedosas empresas de transaccio­nes colaborati­vas no sólo perderían su identidad, sino que gran parte de sus beneficios mermarían. Ya sin razón de ser, desaparece­rían. Y las circunstan­cias del mercado laboral recibirían el nombre adecuado. Trabajador­es en activo o parados, fijos o temporales, asalariado­s o autónomos, bien pagados o mal pagados. Sin máscaras embaucador­as.

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