Cabreo colectivo
Ponga usted las urnas, que se va a enterar! Podría ser una pintada en cualquier muro de cualquier ciudad del mundo occidental. Una consigna general de indudable exigencia democrática por parte de una ciudadanía harta. Cabreada por haber sido ignorada durante tanto tiempo, utilizada y engañada después como banco de pruebas de un sistema económico insaciable para acabar siendo abandonada a su suerte durante los largos y lentos años de crisis y castigo. El último dato lo dice todo: el 70% de los hogares occidentales han perdido un 30% de ingresos. El ascensor social sólo funciona de bajada por una avería en el sistema que no encuentra –y quizás ni busca– técnicos adecuados para ser reparada.
Antes de sorprenderse de la contrariedad de tantos y tantos vecinos, quien lo haga debería agradecerles tanta y tanta paciencia y un comportamiento ejemplar basado en la solidaridad como compensación. Y luego, entender su protesta a través de las urnas, que siempre es una advertencia mejor, mucho mejor, que la de pegarle fuego al edificio y tomar la calle después. Y buscar soluciones más allá de las que vierten las mismas fuentes que ayudaron a provocar el problema. El sistema está enfermo y los resultados electorales son un síntoma inequívoco, como demuestran las elecciones y referéndums recientes en lugares diversos. Por eso andan ahora con el corazón encogido ante la consulta italiana del próximo fin de semana. Castigar a Renzi será entendido como un nuevo revés que abrirá otra etapa convulsa más allá del país más relativista de la Unión Europea y los promotores del no serán emparejados con Donald Trump, Podemos, la derecha extrema y los populismos de procedencia diversa. Mientras, la oleada de preocupación que nos inunda se convierte en la contraofensiva a la propaganda reinante sin que ni unos ni otros tranquilicen ánimos ni apacigüen espíritus. Al contrario. Subirse al carro de la protesta aun sabiendo de su instrumentalización por parte de quienes la lideran se entiende como la única opción posible a exigir ser escuchado. Otros, sin más, se lanzan de perdidos al río. Todos, sin embargo, han dejado de tener fe en las élites porque sobre ellas recaen todos los recelos acumulados. Y estas élites, atrapadas en su mundo de ayer, se equivocan cuando reaccionan como lo habían hecho siempre porque se ha roto la catenaria y hemos cambiado de estación.
Pensar que el sistema acabará absorbiendo a los díscolos como ha hecho siempre equivale a no haber entendido que una de las acciones peor vistas hoy es la que ha tenido las puertas giratorias como instrumento. Sean las de la política o las de las grandes corporaciones, porque ya no se atisba diferencia entre ellas. Y las que pueda haber se acercarán más a la revancha por lo abusado que a la imitación por lo observado. Ya no hace falta que ardan las calles. Arden las redes.
La oleada de preocupación que nos inunda se convierte en la contraofensiva a la propaganda reinante