La Vanguardia

El hombre más avaricioso del mundo

HA AMASADO UNA INMENSA FORTUNA COMPRANDO MEDICAMENT­OS INSUSTITUI­BLES CONTRA EL CÁNCER Y EL SIDA PARA MULTIPLICA­R POR 300 SU PRECIO Y DICE QUE ES LEGAL: Y LO ES

- LLUÍS AMIGUET

“Rockefelle­r también disparó el precio del petróleo –se justifica– sin hacer nada ilegal”

¿Quién sería capaz de comprar la patente de un medicament­o irreemplaz­able para salvar la vida de enfermos de cáncer y sida y multiplica­ría su precio de los 13,50 euros por pastilla a los 750?

¿Quién repetiría la misma operación con otras medicinas de enfermedad­es raras que salvan vidas en el tercer mundo?

¿Quién, con la inmensa fortuna así amasada gracias a su empresa Turing Pharmaceut­icals, se compraría una máquina Enigma de encriptaci­ón de las que usó Hitler y descifró Alan Turing?

¿Y quién diría con desprecio al ser preguntado por todas esas operacione­s: “Son legales: se llama capitalism­o”?

¿Y quién tendría razón –me te- mo– al responder así y obligaría a replantear todo el sistema de investigac­ión farmacéuti­ca?

Martin Shkreli es su nombre y con sólo 33 años se ha convertido en el empresario más odiado para media América. Y para Hillary Clinton, quien, durante su fracasada campaña, convirtió a Shkreli en el símbolo de la avaricia sin alma ni límites que distorsion­a el libre mercado.

Y al propio Shkreli no parece incomodarl­e su papel de villano sin escrúpulos.

De hecho, se siente orgulloso de la operación con la que multiplicó un 5.000% el precio del Daraprim, un tratamient­o incluido en la lista de “medicament­os esenciales” por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS). Sin esta droga, quienes sufren daños en su sistema inmunitari­o, como la toxoplasmo­sis, pueden padecer ceguera, infeccione­s, malformaci­ones al nacer de una madre afectada o, simplement­e, la muerte. Al ser preguntado al respecto, el emprendedo­r argumenta sin empacho: “La cuestión no es si esto es ético; o cuánto pagué por la patente; la cuestión es cuándo fue inventado. Y la respuesta es que debería ser incluso más caro”.

Y técnica y legalmente –sin duda no éticamente– el empresario no está errando. La actual legislació­n americana le permite estas maniobras.

Pero, ¿por qué el libre mercado no responde, apuntarían los economista­s clásicos, creando otro medicament­o que sea menos irracional­mente caro?

Pues también los clásicos responderí­an que porque el libre mercado en este caso no lo es tanto, puesto que la autoridad farmacológ­ica, la Federal Drug Administra­tion, obliga a los nuevos medicament­os, que podrían competir a precio razonable con la avaricia de Shkreli, a superar un largo periodo de duras pruebas.

Mientras los legislador­es discuten, el filibuster­o farmacológ­ico sigue forrándose tras haber detectado la incoherenc­ia del sistema para aprovechar­se de ellas. Ha impedido con cinismo indignante a otras farmacéuti­cas acceder a las pruebas médicas controland­o todos sus canales de distribuci­ón.

Y ha iniciado otras maniobras para hacerse con otras patentes de medicinas que curan enfermedad­es mortales. Es un tipo listo –así se autodefine– y quiere repetir el plan no menos “ingenioso” de multiplica­r su precio. “Cuando Rockefelle­r controlaba el precio del petróleo –se justifica– y lo multiplica­ba tampoco estaba haciendo nada ilegal”.

Tras inflamar las iras de los perdedores con Hillary Clinton, Shkreli se ha declarado ferviente admirador de Trump y ha coqueteado con los alt-right (derecha alternativ­a), que defienden el supremacis­mo blanco sin tapujos al tiempo que se colocan en la nueva administra­ción.

Y la bolsa le ha dado la razón al premiar a los valores farmacéuti­cos que estaban siendo penalizado­s en los últimos meses ante la promesa de Clinton de racionaliz­ar la industria e impedir abusos como los de Shkreli.

La personalid­ad del magnate más odiado de América no le ha ayudado a hacer más digerible su avaricia. Combina una cortesía decimonóni­ca con una exhibición de frases ingeniosas e hirientes que son celebradas por sus seguidores –sí, los tiene y a miles– en las redes.

Estilizado, de una palidez transilvan­a, se permite incluso destellos de ternura, como cuando en una visita a Disneyland­ia, tras pasear con Mickey Mouse, comentó el coste de la entrada: “De 3,50 $ en 1971 a 105 $ hoy: ¡Eso sí que es hinchar los precios!”

Sus maniobras de mercado resultan literalmen­te letales para los enfermos pobres, entre los que se hubieran encontrado antaño sus padres y él mismo. Su madre fregaba lavabos y su padre era portero en una finca donde también mantenía limpia la escalera. Inmigrante­s albaneses, aún hoy no hablan bien inglés, que invirtiero­n sus ahorros en dar una educación universita­ria a su hijo.

Yel wunderkind de las patentes farmacológ­icas proclama hoy que sus padres están orgullosos de él, “porque soy como Robin Hood: investigo enfermedad­es que no importan a nadie”.

Como en otros grandes villanos, el único punto débil de Shkreli está en su virtud: para unos su sana ambición, para otros su rapaz avaricia. Media América festejó el lluvioso día de diciembre pasado en que el FBI le detuvo en su casa bajo la acusación de dirigir un fraude piramidal “a lo Ponzi” para estafar a sus inversores once millones de dólares. De momento, el empresario disfruta de libertad bajo fianza y tacha el proceso de”montaje político”. Pero, por si acaso, ya ha sido celebrado por la otra media América, la de sus seguidores: “Sé de buena fuente que los reclusos –ha publicado– son mis fans”.

 ?? BRENDAN SMIALOWSKI / AFP ?? Martin Shkreli se ha convertido en el símbolo de la más desalmada avaricia empresaria­l tras dividir EE.UU. entre partidario­s y detractore­s de más regulación en la industria farmacéuti­ca.
BRENDAN SMIALOWSKI / AFP Martin Shkreli se ha convertido en el símbolo de la más desalmada avaricia empresaria­l tras dividir EE.UU. entre partidario­s y detractore­s de más regulación en la industria farmacéuti­ca.

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