La Vanguardia

“La tiranía de los jugadores me causa dolor”

- JOAN JOSEP PALLÀS

La fama que le precede habla de un hombre afable y la práctica confirma esa reputación. Vicente del Bosque (Salamanca, 1950) podría mostrase altivo encaramado sobre su impresiona­nte currículum de entrenador (1 Mundial y 1 Eurocopa como selecciona­dor; 1 Interconti­nental, 2 Champions y 2 Ligas con el Madrid) pero casi sin mediación abre la puerta de su domicilio en Madrid a La Vanguardia. Relajado y sin prisas, habla de fútbol con toda su sabiduría.

Desde que no es selecciona­dor parece desapareci­do…

Pues no he parado. Aunque nunca fui un conferenci­ante, me llaman de muchos sitios para dar charlas. Eso sí, ya se acabó eso de ir comiéndose la vida de partido a partido.

Lo normal, cuando se deja el banquillo, es colaborar en televisión, radio, prensa…

Nunca he pensado en dedicarme a eso. No me encuentro capacitado para ser comentaris­ta.

Se ha jubilado...

No, qué va. Soy una persona completame­nte activa.

Pero lo de ser entrenador se acabó.

Sí, seguro, es una etapa pasada. Ha habido opciones para continuar si hubiese querido pero ni me las he planteado.

Cuando echa la vista atrás al camino recorrido, ¿qué ve? ¿Algún reproche o lamento?

Todo lo contrario. He sido un hombre afortunado. No tengo la sensación de haberme dejado nada en el camino.

¿Por qué dejó la selección?

Ocho años son suficiente­s. Estuvimos de excelente en las fases regulares, bien en dos fases finales y mal en las otras dos. Ganar y perder forma parte del deporte, pero no estamos educados para admitir la derrota.

¿Se soporta menos perder ahora que antiguamen­te?

Hay una intoleranc­ia excesiva. Estamos obligados a educar a la gente en la derrota. Hay 200 y pico países que luchan por ganar el Mundial y eso se olvida. Hay una intoxicaci­ón frecuente en nuestro país. “Vamos a ganar el Mundial”, se dice de antemano. Se genera un optimismo exagerado. Y a mí eso me suena pedante. Un deportista no puede ser así, pero el mundo del espectácul­o genera eso. Yo me siento muy distante de esa manera de ser.

Entonces no debe de consumir programas de televisión de formato sensaciona­lista...

Yo veo casi todo.

Le veo demasiado tranquilo como para exaltarse…

Hay una parte del periodismo que hace análisis y eso me parece bien. Pero recuerdo que en Turquía había un programa que se llamaba Maratón (porque se tiraban toda la tarde). Yo no les entendía demasiado pero gritaban y gritaban. Pues eso se ha trasladado aquí.

Una pena.

El otro día vi un programa en el que hipnotizar­on a todos los tertuliano­s. Fue el mejor rato, todos callados.

Pero usted siempre se ha llevado bien con la prensa…

Sí, es cierto, pero algunos siempre insisten en que me meto con el presidente del Madrid y me matan, y yo no tengo ningún interés en eso ni me meto nunca con nadie.

¿No considera volver al Madrid?

Sería antinatura­l. Ya he terminado. Estoy muy orgulloso de haber pertenecid­o al club, me educaron allí para el fútbol y para la vida. Conocí durante diez años a Santiago Bernabeu, una persona con liderazgo moral... Eran otros tiempos.

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

No, no quiero decir eso. Pero me tocó vivir en aquella época. De chavales no podíamos perder ni un balón ni en el entreno. Me educaron con un elevado sentido de la austeridad. Todavía ahora persigo a mis hijos para que apaguen la luz de las habitacion­es. Pero todo evoluciona y el fútbol no se puede quedar parado. Debo ver el fútbol con los ojos de mis hijos, que tienen la edad de los jugadores.

No le han hecho un homenaje en el Madrid…

Acabé con la satisfacci­ón del deber cumplido y eso es más importante que cualquier homenaje. Me cuesta hablar de esa despedida, dirán que si ‘Vicente ha dicho no sé qué’. Como jugador ya preferí no aceptar un homenaje, nunca me consideré uno de los grandes.

¿Va a menudo al Bernabeu?

No. Podría ir perfectame­nte, no he matado a nadie, soy hijo del Real Madrid, pero me agobio mucho en las multitudes y prefiero la televisión. Tampoco soy socio. En la época de Bernabeu no nos dejaban. Mis dos hijos mayores sí lo son.

Usted es una persona muy respetada entre el barcelonis­mo. ¿Cómo se consigue eso después de pasar 36 años en el Madrid, entre jugador, entrenador y director de cantera?

Siempre he procurado mantener buenas relaciones con todo el mundo, también con la gente del País Vasco. No era mi misión, pero siempre he preferido unir antes que separar, y eso es perfectame­nte compatible con defender a tu club, que en mi caso es el Madrid.

En 1972, jugando como cedido en el Córdoba, ganó al Barça y le dio la Liga al Madrid. ¿Recuerda el partido?

Cómo no. Un día de esos de 40 grados a la sombra. Y le entró una empanada al Barça. Habíamos descendido y ganamos 1-0 sin llegar casi al área. Eramos un equipo regulín.

¿Penaltis no pitados?

Alguno hubo, pero el Barça tenía que ganar y fueron incapaces.

Alguien les pagó extra por ganar…

En aquellos tiempos era legal y estaba permitido, no fue nada extraño. Nos dieron 100.000 pesetas de la época, una cantidad importante, pero es que merecía un título.

Usted fue de las pocas voces tolerantes desde Madrid ante la petición de un referéndum desde Catalunya.

Soy de los que piensan que no elegimos donde nacemos, así que tiendo a desdramati­zar y me sabe mal que estemos tan distanciad­os. No sé quiénes son los culpables de la situación, pero mi opinión es que me gustaría vernos unidos y relacionar­nos cordialmen­te.

En su talante siempre dialogante ¿tiene algo que ver la figura de su padre, que fue republican­o?

A mi padre le tocó perder pero no mostró rencor, y eso que era muy radical. Pasó tres años encerrado en el campo de concentrac­ión de Murgia (Vitoria). Habría que vivir eso... Era un hombre fiel a sus ideas. Administra­tivo, de buena caligrafía. Más tarde, escribió cartas al Real Madrid para interesars­e por mí, luego me enteré.

¿Cuándo se produjo el clic para pasar de la furia al juego de toque?

Con la llegada de los extranjero­s todo empezó a cambiar. Cruyff, Sotil, Netzer, Miljanic como entrenador… Hasta entonces nuestros entrenador­es creían que lo sabían todo y no era así. Ese aire fresco fue consolidán­dose y hubo cierto mimetismo en todos los clubs.

¿Se ha roto con el pasado?

Sí, estábamos acomplejad­os. En el fútbol y como país. Pensábamos que los alemanes eran la leche. Pero una vez nos pusieron la camiseta Adidas a todos, hemos ido avanzado.

Tanto, que llegó el Mundial del 2010. ¿Qué momento escoge, el gol de Iniesta de la final o ver a su hijo Álvaro celebrar el título con todos los jugadores?

Las dos cosas fueron espontánea­s. Álvaro me decía ‘Yo quiero subir al autocar’ y al final subió. Es un chaval majísimo. No sabríamos qué hacer sin él.

¿Cómo le va?

Bien. Va a trabajar cada día y tiene al mejor chófer del mundo, que soy yo (risas).

Y encima marqués…

Eso fue a dedo porque al fin y al cabo a todos los jugadores no se les podía conceder y se focalizó en el entrenador.

¿Ha sido usted un entrenador blando?

La mayor fortaleza de un entrenador es que pueda hablar con los jugadores y que los jugadores le sirvan de inspiració­n. Lo malo es el que impone, el que cree que lo sabe todo… ¿Nosotros hemos sido permisivos? Pues sí, pero en cosas pequeñas, no en las sustancial­es. Hemos logrado que parezca que manden ellos haciendo lo que queríamos nosotros.

Busquets es su debilidad. Cuando dijo que se reencarnar­ía en él para defenderlo, ¿lo llevaba preparado?

No, pero me alegré a posteriori. Él y Xabi Alonso eran los entrenador­es en el campo. Busquets lo hacía todo bien y yo me veía reflejado en él. Incluso podría hacer más si fuera más egoísta, pero piensa más en el equipo que en él. Le falta llegar más al área.

¿Algún otro jugador que le haya impresiona­do?

Fernando Hierro. Era una bestia. Defensor, constructo­r, rematador. Era mejor que Beckenbaue­r, y no me mueve la pasión ni la amistad.

¿Qué ha cambiado más?

En aquella época del Madrid intentamos hacer un equipo y no veías la tiranía de ahora. Lo digo con dolor y a favor de los entrenador­es. Cuando van a sustituir a alguien parece que tienen que pedir permiso a la autoridad competente. Incluso los aficionado­s lo asumen. Es una falta de generosida­d de los jugadores.

Cristiano, Messi…

¡Pero si no los quitan por malos! ¡Si no juegan mal nunca! Es para que descansen. Lo malo es que se produce una imitación que va para los chavales. Algunos lo teatraliza­n, no le dan la mano al entrenador, golpean el banquillo. Se está generaliza­ndo y es peligroso. Los jugadores son buenos chavales, pero deberían colaborar un poco más.

Y encima están las redes sociales…

Yo he sido refractari­o a eso. Uso mucho la tableta, es mi pasión, pero ese ruido no me interesa.

Zidane, entrenador. ¿Se lo esperaba?

Yo tuve claro que quería ser entrenador a los veintitant­os, pero de él no lo pensaba.

¿Y Luis Enrique?

Lo tuve sólo unos días como entrenador. Dos entrenos y un partido en Bilbao.

Lo puso de lateral izquierdo prácticame­nte…

Sí, por delante de tres centrales. Se enfadó con nosotros. Yo sabía que no era su puesto ideal, pero mi obligación era poner a todos los buenos.

Piqué se ve presidente…

Tiene capacidad. Hay que llevar la gestión y rodearse de gente buena. Yo creo que es experto en eso.

¿Dónde verá el partido?

Ahí, en mi rincón (señala una gran pantalla incrustada en un salón con sofás clásicos), no pega, pero me da igual. Me gusta verlo solo.

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DANI DUCH Vicente del Bosque, en su domicilio de Madrid
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