Mendoza con Cervantes
HACE ya 41 años que Eduardo Mendoza debutó con La verdad sobre el caso Savolta. Aquella primera novela, situada en la Barcelona del pistolerismo, fue una agradabilísima sorpresa, una bocanada de aire fresco en tiempos en los que todavía resonaban con fuerza los ecos del realismo social. La crítica la puso por las nubes y la mayoría de los lectores, además de disfrutarla, descubrieron en ella a uno de los grandes autores de su tiempo, cuyos sucesivos títulos los acompañarían a lo largo de la vida. Han pasado, pues, cuatro decenios durante los cuales Mendoza ha publicado una veintena de títulos, traducidos a numerosas lenguas, y cuyas ventas globales se cuentan por millones de ejemplares. Es este autor el que ayer recibió el premio Cervantes, máximo galardón de las letras en lengua castellana. Y hay que decir cuanto antes que es un premio muy merecido.
Desde su primera edición, en 1976, el Cervantes ha ido nutriendo su palmarés con las mejores voces de la literatura española y latinoamericana. Entre los representantes de este segundo capítulo figuran Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Ernesto Sabato, Carlos Fuentes, Adolfo Bioy Casares o Mario Vargas Llosa. Entre los del primero, encontramos nombres de la generación del 27 –Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego...– y escritores de la posguerra –Torrente Ballester, Miguel Delibes, Camilo José Cela, Rafael Sánchez Ferlosio...–. Pero no ha sido hasta ediciones recientes, entrado el siglo XXI, cuando el Cervantes ha empezado a fijarse en los autores que han publicado lo mejor de su producción en los años de la democracia. Por ejemplo, Juan Marsé, Ana María Matute, Juan Goytisolo o, ahora, Mendoza.
Estos últimos son escritores que han sabido ganarse, a un tiempo, el favor de la crítica exigente y del lector popular. Pero quizás sea Mendoza, con Marsé, quien más se ha distinguido al atraer a todos los públicos. Acaso porque bebió de la alta literatura, pero sintió curiosidad por todo tipo de hablas, ya fueran académicas, funcionariales o plebeyas; porque ha hallado en el humor un gran lubricante; porque ha destilado sentimiento antiautoritario; porque ha recreado casi un siglo y medio de historia española; porque, novela a novela, se ha convertido en el más exhaustivo cronista literario de Barcelona... Y también porque entrelazando estos y otros mimbres nos ha regalado títulos de enorme ambición, como La ciudad de los prodigios, y divertimentos desternillantes como Sin noticias de Gurb. Por todos estos títulos, y por otros, sumamos aquí nuestro homenaje al que el Cervantes acaba de tributar a Mendoza.