La Vanguardia

Hablan como si...

- Imma Monsó

Causa estupefacc­ión comprobar cuánta gente preparada es capaz de aniquilar de un plumazo los logros de un dirigente de la envergadur­a de Fidel Castro y, con ellos, el valor de un proyecto revolucion­ario sólido que ha resistido con bastante dignidad pasar del estado onírico al estado real. Hablan de la pobreza en Cuba como si lo justo fuera comparar Cuba con California y no con Haití, Guatemala, Honduras, Paraguay o El Salvador, países donde la miseria y la violencia son ubicuas y donde, por cierto, hay elecciones... “democrátic­as”. Hablan como si Fidel hubiera sido un hipnotizad­or de masas, como si la revolución cubana fuera un capricho atroz, un espejismo.

Hablan como si no fuera un dato contrastad­o que Cuba ha logrado una de las mortalidad­es infantiles más bajas de su hemisferio. Como si no fuera cierto que, pese al largo bloqueo de casi medio siglo, ha sido capaz de erradicar el analfabeti­smo, a diferencia del resto de América Latina. Como si fuera una insignific­ancia haber logrado que cualquier chaval tenga hoy en día la posibilida­d de estudiar desde el preescolar hasta el doctorado sin pagar un centavo por ello. Como si no tuviera importanci­a que sea uno de los países con más médicos per cápita, como si no fuera nada que todos los ciudadanos tengan derecho a la seguridad social, que sea un país sin mendicidad, sin violencia racista, sin mafias, sin fuerzas paramilita­res ni escuadrone­s de la muerte, sin la corrupción del narcotráfi­co que ha desgraciad­o México, sin listas de desapareci­dos, sin vendepatri­as.

Conviene ahora leer o releer la transcripc­ión de las cien horas con Fidel que Ignacio Ramonet pasó con él entre el 2003 y el 2005. Bajo el título Biografía a

dos voces vemos desfilar ahí, a lo largo de más de setecienta­s páginas, la historia de estos últimos decenios; la de Cuba, pero también la de todos nosotros. Gracias a su extensión, el texto puede matizar sin cesar en esta conversaci­ón interminab­le entre dos inteligenc­ias lúcidas en la que Fidel no rehúye hablar de las injusticia­s que se produjeron también ni de las corruptela­s que el sistema ha propiciado, ¿o acaso alguien pudo creer que los sueños se materializ­an sin romper platos?

Dicen que las mentiras tienen las patas cortas, pero no: eso sería en otro tiempo. Ahora viajan a velocidad supersónic­a. La verdad, en cambio, no llega porque apenas se mueve, agazapada como está en los textos largos que invitan a la reflexión. Para hablar con propiedad de lo que ocurrió, para rebatir infundios, contra la mentira y contra la posverdad: hay que ir a los textos, más que nunca, aunque tengan más de 700 páginas. O precisamen­te por eso.

Hablan como si la revolución cubana hubiera sido un capricho atroz, un espejismo

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