No se hace el remolón como Dylan: “Bienvenido sea el premio y el dinero”

A Eduardo Mendoza, persona inteligente que es además de gran novelista, ni se le pasa por la cabeza hacerse de rogar con el Cervantes, como ha hecho Bob Dylan con el Nobel. No sólo se siente honrado, también aprecia la libertad que le van a dar los 125.000 euros (al menos un tiempo) para escribir si quiere, cuando quiera y lo que quiera.

“Pienso seguir haciéndolo, pero este reconocimiento suena un poco a cierre medio siglo después de haber sido premiado por La verdad sobre el caso Savolta”, comentó Mendoza en un encuentro con la prensa en la nueva sede del Instituto Cervantes en Londres, donde pasa temporadas y aprovecha para crear.

Excelente diplomático, la prensa de Madrid no consiguió –por mucho empeño que puso– que dijera que el premio tiene una connotación política (“si el Ministerio de Cultura se empeñara en premiar a todos los catalanes que escriben en castellano, no le quedaría ni un duro de presupuesto”), dijo con el sentido del humor que destilan sus novelas. Mendoza, además de excelso culé, es un barcelonés y un londinense, un catalán y español anglófilo en los tiempos del Brexit.

El galardonado –que dedicó el premio a la fallecida agente literaria Carmen Balcells– comentó que el humor está en su ADN y que le resulta imposible violentar o forzar su estilo, “o pretender que soy un maldito, en mi juventud todos queríamos ser malditos, y algunos acabaron maldecidos”. Considera que ha caminado un poco por la senda cervantina desde que estudió de joven al maestro, quedó fascinado por los personajes de Don Quijote y Sancho, y aprendió del maestro que “es posible contar las cosas con elegancia, sencillez y buen rollo”.

El pasado domingo se tiraba de los pelos al ver el partido del Barça en Atocha con unos amigos. Hoy, al celebrar el premio (“¡es mucha pasta!”) tiene una cierta sensación de fin de época, y nostalgia de todo lo que ha escrito.