La Vanguardia

Via Laietana: pico y pala

- FREDERIC BALLELL / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA LLUÍS PERMANYER

Un día muy esperado: martes 10 de marzo de 1908. Se iba a escenifica­r el acto simbólico del comienzo de la construcci­ón de la Via Laietana. Puesto que iba a comportar mucha destrucció­n, se principió con un derribo no menos simbólico.

Alfonso XIII llegó a las 12.10 de aquella mañana gélida de invierno, mientras la banda municipal tocaba la Marcha Real. Instaladas en su debido sitio de la tribuna regia todas las autoridade­s, se dio pasó a la normativa más burocrátic­a.

El secretario municipal Gómez procedió a la lectura de los diversos acuerdos que habían sido firmados el 28 de marzo del año anterior, que aprobaban la gran obra urbanístic­a que se debía llevar a cabo y denominaba entonces Reforma Interior.

Luego, el alcalde Sanllehy pronunció su discurso. Y fue seguido por el de Antonio Maura, presidente del Consejo de Ministros.

A renglón seguido, el rey encabezó la comitiva de gente muy principal que se dirigió hacia la casa número 71 de la calle Ample, propiedad del marqués de Monistrol. Ante la fachada, el alcalde hizo entrega de unas lujosas piqueta y palanqueta al Monarca, piezas que se conservan en el Museu d’Història de la Ciutat.

Fue abierto de par en par el gran portal de la casa, y el Ajuntament procedió entonces a tomar posesión de la finca. A continuaci­ón, el rey derribó una de las piedras del portal, que previament­e, claro, había sido socavada para facilitar que se cumpliera el ritual en todos sus detalles y evitar así un fiasco u otro imprevisto, lo que podía haber constituid­o en tal caso la noticia de la jornada.

Alfonso XIII, Maura, Sanllehy y otras autoridade­s estamparon su firma al pie del acta que había extendido el secretario municipal. Al término del breve acto, se guardó la pluma de oro empleada, que había costado 510 pesetas y que también se conserva.

Entre tanto habían comenzado a desfilar ante la tribuna regia los operarios de seis brigadas municipale­s, precedida cada una por un cartelón con el nombre de la calle y el número de las casas que habían de pasar a derribar de inmediato: Ample, 71 y 77; Jupí, 14; Arc d’Isern, 3; Manresa, 2, y Basea, 11. La banda municipal tocaba, entre tanto, la Marcha de Don Juan II.

Desfilaron en total veinte operarios y dos carros. Uno de éstos era la reproducci­ón de los que antes se daban en llamar de carrera, tirados por seis mulas con jaeces de seda y oro, guiado por el mayoral y un postillón vestidos ambos con trajes de época; atado, un mastín imponente. El otro carro era una tartana, con la caja y el costillaje del toldo cubiertos de flores y follaje que formaban dibujos. Estos dos vehículos portaban las herramient­as con las que los obreros habían de realizar los derribos.

Muchísimos y complacido­s ciudadanos no dejaron de curiosear.

La primera casa derribada, de forma simbólica, fue la del marqués de Monistrol

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Operarios municipale­s, camino de la casa del marqués de Monistrol que van a derribar
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