Barberías negras
Aprincipios de los años ochenta, en plena ola postpunk, la arquitecta Aurora Herrera era uno de aquellos madrileños del sector cultural (como Cessepe, El Hortelano o Almodóvar), que venían de cuando en cuando a Barcelona, tenían amigos y novios aquí. En uno de estos viajes fue a comer a un restaurante donde por vez primera vio un mantel negro. En aquella época los manteles de los restaurantes eran casi siempre blancos. Como mucho, los ponían de color azul claro o rosa pálido. Aquel día iba con el joyero Chus Burés, que puede dar constancia de lo sucedido. Aurora es hija de una familia de Santander muy historiada. Llamó a su madre y le explicó: “Carmela: ponen manteles negros y fíjate cómo funcionan”. La madre respondió. “¿Pero cómo van a ser negros los manteles?”. Los manteles, las servilletas y los platos debían ser blancos, y lisos (aunque algunos se permitían la licencia de un brocado) para no distraer la atención de los comensales (lo que había en el plato era lo único que tenía que destacar) y para que se viera todo limpio como una patena. Treinta años después por todas partes se ven manteles, servilletas y platos negros (y de otros colores oscuros). La gente se ha acostumbrado y lo raro es encontrar restaurantes en los que no sea así.
Con las barberías ha empezado a pasar algo parecido. Antes tenían azulejos: blancos, azul claro o rosa. Las batas eren blancas o azules y todo tenía un aire de desinfección, para subrayar el carácter higiénico de los tratamientos capilares. A la gente joven esa cosa aséptica no le gustaba y muchos chavales de mi edad empezamos a cortarnos el pelo en peluquerías de mujeres: las famosas peluquerías unisex. Pero ahora han vuelto las barberías y lo han hecho con una novedad importante: la decoración (empezando por el cartel de la fachada, y también las batas, las butacas y el papel pintado de la pared) incorporan a chorro el negro, que era un color inimaginable en las peluquerías de antaño.
¿Por qué ha pasado? ¿Por mimetismo con el mundo de la restauración? Tal vez. También porque el color negro está de moda como nunca anteriormente (por una serie de razones que intentaré explicar con detalle la próxima semana). Y porque la cosa aséptica ya no funciona en absoluto. Las barberías de caballeros, en el formato clásico, habían prácticamente desaparecido. Cuando surgió la última hornada de peluqueros quisieron diferenciarse de aquella idea caduca. Dieron a sus establecimientos un toque un poco canalla, más próximo a una tienda de piercings o tatuajes que a aquella especie de clínica para el pelo que eran las barberías de tota la vida. También tuvieron en cuenta que los caballeros que van a arreglarse llevan unas barbas bíblicas, del Oeste americano o de la restauración borbónica. Y por eso las barberías de ahora están decoradas con falsos objetos vintage: butacas con reposapiés, relojes del año de la nana, sillas isabelinas y espejos de casa de la abuela con una mano de pintura negra.
Las barberías han vuelto, y lo han hecho con una novedad importante: la decoración de color negro