Laureles, clamores
Si nos ponemos benévolos, la entrada del himno del Real Madrid, a base de trompetas y violines, hace pensar en el jingle de un gran estudio del Hollywood clásico, como 20th Century Fox. Sin embargo, en cuanto entra la voz engolada de José de Aguilar (1925-2000), con aquella tendencia natural al vibrato y el timbre nasal tan reconocible de los crooners de gramófono, no podemos evitar pensar en el nodo. También contribuye el ritmo de la estrofa, que recuerda el trote de caballos, recurso ideado por Monteverdi en Il combattimento di Tancredi e Clorinda
(1624), con la intención de aportar resonancias bélicas a la acción.
La entrada del Cant del Barça es más inocente. Más cumba, me atrevería a decir. Mientras el himno del Madrid ya empieza enfilando el estribillo, la primera frase de nuestro Cant es una escala descendente. Eso sí, acompañando los vientos y los flautines, oímos un redoble de tambor que, como todos los rudimentos, tiene origen militar. Se ve que los mercenarios suizos fueron los primeros en utilizarlo y que las tropas de Napoleón los usaban para comunicar al regimiento las órdenes de comandancia. Pero en el himno del Barça el sonido del redoble, antes que en el asedio de un ejército temible, hace pensar más en un soldado de juguete, en Oskar de El tambor de
hojalata, por ejemplo. O, si lo prefieren, en el solitario timbaler del Bruc, aquel otro soldado desarmado (Vázquez Montalbán describió al Barça como el ejército desarmado de Catalunya). La entrada al unísono de las voces de la Coral Sant Jordi, en vez de aportar la épica y aquel sentido dramático que tienen las voces de, pongamos por caso, el Carmina Burana, nos hace pensar más bien en una coral del ampa de cualquier escuela del Eixample. Es verdad que con los estallidos épicos pasa lo mismo que con las travesuras de los niños: tendemos a contemporizar con las de los nuestros y a encontrar insoportables las de los demás.
Con todo, sólo hay que confrontar la lírica de las dos composiciones para acentuar estas primeras diferencias formales. Mientras el himno del Madrid va cargado de palabras y expresiones arcaizantes o caídas en
desuso (hala, campear, adalid, lid, contienda, mocitas, risueñas...), muchas de ellas con un timbre fascistoide ( laureles, gloria deportiva, noble y bélico, bandera limpia y blanca que
no empaña...), el canto del Barça podría haber sido escrito hace quince días. Es verdad que no debemos haber dicho, sentido, cantado ni leído el verbo tòrcer así, en infinitivo, en ningún otro lugar. También tendremos que admitir que pasaron años hasta que entendiéramos bien el significado del primer verso. ¿Cómo puede ser un clam (clamor) todo el campo? En inglés, clam, es almeja. Recuerdo pensar que tenía más sentido, por la elegante y peculiar curcas vatura del Camp Nou... Pero la simplicidad de su lenguaje es más contemporánea que la del Hala, Madrid.
Los valores que transmiten las dos canciones también alejan una de otra. En ambos casos se trata de encargos para celebrar un aniversario: los 50 años del Madrid y los 75 del Barça. Pero mientras el Madrid insiste en la pureza y los atributos caballerescos, el Barça no tarda ni dos versos en hacer bandera de su desarraigo con el célebre “tant se val d’on venim”.
Si los comparamos es porque las aficiones los mantienen vigentes. Sin embargo, claro está, pertenecen a dos épocas y a dos culturas políti(miembro completamente diferentes, si no opuestas, de la historia de España. El himno del Madrid es del año 1952, el último del racionamiento de los bienes de primera necesidad, en plena autarquía económica, cuando las soflamas patrióticas eran inversamente proporcionales a la escasez y la miseria de una gran mayoría de la población. El canto del Barça es de 1974, al final del desarrollismo, con el régimen franquista entrando en fase de descomposición después de unos años de crecimiento económico espectacular. Es lógico que los letristas Jaume Picas (que había luchado del lado republicano con la quinta
del biberón) y Josep Maria Espinàs destacado de los Setze Jutges) quisieran poner de manifiesto, con aquello de “si del sud o del nord”, aquel fenómeno tan esperanzador para el barcelonismo, y para todo el catalanismo que supuso la incorporación de miles de recién llegados. Sin la aportación, cinco años más tarde, de estos nuevos catalanes de que hablaba Candel, nunca habrían llegado a ser 30.000 los culés que acompañaron al equipo a la final de Basilea. El tercer autor del Cant, el músico, tiene nombre de primer ministro francés. Y, según cómo se mire, no se trata de una casualidad. Manuel Valls (1920-1984), el compositor, era primo del padre del político francés.
El maestro Indalecio Cisneros, por su parte, es el autor de la música y la letra del himno del Madrid. Arreglista y director de multitud de zarzuelas, su hijo explicaba que compuso ¡Hala, Madrid! en un tren que iba de Aranjuez a la capital, sobre una servilleta del restaurante La Rana Verde. Dicen que Santiago Bernabeu en persona acudió a la grabación de la canción en los estudios Columbia. El padre fundador del madridismo, simpatizante de CEDA y excombatiente del bando nacional en la batalla del Segre bajo las órdenes del nazi Agustín Muñoz Grandes, preguntó al compositor si era socio. Cisneros le dijo en broma que era del Atlético. Quien era del Atlético, pero aquel día y durante muchos años lo mantuvo en secreto, era José de Aguilar. En su juventud, en Albacete, había sido víctima de la homofobia de los camisas azules. Me gusta pensar que su venganza llegó el año 1974, cuando pudo salir del armario futbolero y puso voz al himno de su querido Atlético de Madrid.
Los valores que transmiten las dos canciones las distancia, pero pertenecen a dos épocas y dos culturas políticas completamente diferentes