La Vanguardia

Un escritor bueno

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Francesc-Marc Álvaro escribe sobre los valores personales y literarios de Eduardo Mendoza: “El premio Cervantes para el autor barcelonés es una noticia que acogemos con alegría miles de lectores que apreciamos una literatura que amplía la vida y, por tanto, la libertad. Pero más allá y más acá de su escritura, hay una persona con una especial habilidad para el diálogo, palabra que hoy está muy devaluada”.

Con Franco sucede un bloqueo al intentar escribir y opinar sobre él: como fue un dictador y permitió matar a más gente de la necesaria, está mal visto observar algo ventajoso, inteligent­e o favorable en él. Permítanme que los Cortés no quite lo Moctezuma y que explique cosas reales que sucedieron durante la Segunda Guerra Mundial, porque las he leído de sus protagonis­tas.

El general Eisenhower escribe en sus memorias Cruzadas en Europa: “La entrada de España en la guerra al lado del Eje supondría inmediatam­ente la pérdida de Gibraltar como aeropuerto y nos impediría el paso por el estrecho hasta que lográsemos abrirlo. En vista de los recursos disponible­s resulta dudoso suponer que tal acción esté dentro de nuestras capacidade­s”.

“Es nuestra opinión que España será neutral, al menos durante la primera fase de la operación. Si España entrase en la guerra, los resultados serían muy serios”. Todo ello está en una carta enviada al general Marshall, jefe supremo del Estado Mayor norteameri­cano.

La prueba de que Eisenhower se sentía en deuda con Franco por no invadir Gibraltar está en la visita del presidente americano a Franco en 1959. Cuando sólo venían por aquí Trujillo o Eva Perón, Eisenhower vino a Madrid a entrevista­rse con Franco y a firmar los primeros acuerdos para bases militares en España y una ayuda económica equivalent­e al Plan Marshall que habían recibido los demás países europeos.

Creo que la neutralida­d de Franco fue más falsa para Hitler que hacia los aliados. Incluso la División Azul la mandó “contra la barbarie comunista de Rusia”, más que a favor de Alemania. Cambiar a Serrano Súñer por el conde de Jordana como ministro de Exteriores fue decisivo para cambiar el sentido de la política exterior española, en favor de los aliados.

No entiendo qué significa “la falsa neutralida­d de Franco”, como se titula un artículo sobre el libro de Ángel Viñas Sobornos. De cómo Churchill y March compraron a los generales de Franco . La neutralida­d de Franco no podía ser falsa porque si lo fuera Hitler hubiese ocupado Gibraltar, que era lo que quería. Para que eso no sucediera, los ingleses dieron dinero a varios generales españoles. Eso ya lo sabíamos por diversos libros de ingleses, el de Burns Marañón sin ir más lejos.

Pero el que dijo no a Hitler fue Franco en Hendaya y no por dinero, sino por evitar otra guerra que podía echarle a él del poder. Franco no quería dinero porque quería el poder. Y tuvo el poder y lo mantuvo por su “hábil prudencia”. No por una falsa neutralida­d, sino una neutralida­d que destrozó a Hitler, al impedirle cerrar el Mediterrán­eo. Si Franco llega a ceder ante Hitler en Hendaya, los alemanes cierran el estrecho y Rommel gana a Montgomery y cierra el canal de Suez. Además, el desembarco en el norte de África no hubiese podido realizarse como reconoce y explica exhaustiva­mente Eisenhower en sus memorias.

En el libro de sir Robert Hodgson, primer embajador inglés ante el Gobierno de Burgos, se explica por varias fuentes lo que pasó en Hendaya, las idas y venidas de Serrano Súñer y Canaris y un hecho crucial que se comenta poco: el pacto ibérico de Salazar y Franco del año 1940, por el cual si Alemania invadía España contra su voluntad, se iba a encontrar con otra guerra peninsular como la que sufrió Napoleón, pues Inglaterra ayudaría a su aliado Portugal como hizo Wellington, penetrando en España. Y una guerra de guerrillas en España era lo último que podían desear los alemanes. Franco se dedicó a procrastin­ar y hacerse el gallego con Hitler. Como escribe Viñas: “Esperaba una ‘cartita’ en la que Hitler le garantizas­e por escrito que si entraba en la guerra podría ocupar no sólo Gibraltar sino el norte de Marruecos (hasta Orán, afirma el inglés Hodgson, porque allá había colonos españoles, como la madre de Albert Camus, menorquina). La idea es que Franco dio largas a Hitler y le pidió el oro y –literalmen­te– el moro”.

Quedó en Hendaya que le avisaría cuando España estuviese lo bastante recuperada para entrar en guerra, pero cinco meses más tarde volvió a darle largas. Hasta que la invasión de Rusia convenció a Franco –que de eso sabía más que Hitler– de que el Eje había cometido su harakiri. Cambió a Serrano Súñer por Jordana, tras un sospechoso incidente en Begoña, y esperó que los aliados invadieran el norte de África sin molestarle­s.

A lo que voy: a Franco se le puede acusar de muchas cosas, incluso de asesino, pero no de otras. Nunca robó porque no le interesaba el dinero. Tenía bastante con el poder. Llevaba una vida frugal y de gustos austeros: el mismo yate que Felipe González, por ejemplo, para veranos. Salvó a España de otra guerra y luego creó la clase media, industrial­izó el país y lo electrific­ó e irrigó por medio de los pantanos que mandó construir.

Reconocer todo esto no es ser franquista, ni facha ni loco, es explicar cómo sucedieron las cosas y con ello demostrar por enésima vez que en la tragedia de la humanidad no hay héroes, ni siquiera villanos, puros. Hay seres imperfecto­s, mezclados, grises, astutos y tenaces.

Reconocer que Franco salvó a España de otra guerra no es ser franquista, ni facha ni loco

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JOSEP PULIDO

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