La Vanguardia

El Lamia 933 nunca debió despegar

El Gobierno boliviano suspende a todos los responsabl­es de Aviación Civil

- ANDY ROBINSON Medellín Enviado especial

Cuando en Colombia se habían identifica­do ya los 71 cadáveres del accidente del vuelo Lamia 933, el siniestro aéreo provocaba en paralelo una nueva convulsión con la apertura de investigac­iones y suspension­es en Bolivia, base de la compañía del avión siniestrad­o el lunes en Medellín. El Gobierno boliviano ha suspendido de funciones a todas las autoridade­s de su sector aeronáutic­o nacional ante las sospechas de irregulari­dades que pudieron permitir el despegue del aparato a pesar de que se formularon hasta cinco objeciones al plan de vuelo el día del accidente. En paralelo, el Gobierno de La Paz retiró también el permiso de operacione­s a Lamia.

La decisión, anunciada ayer por el ministro boliviano de Obras Públicas, Servicios y Vivienda, Milton Claros, afecta a las principale­s autoridade­s del sector, empezando por el director general de Aeronáutic­a Civil y la de Aeropuerto­s y Servicios Auxiliares a la Navegación Aérea. Cuando Claros dijo en rueda de prensa que no se estaba responsabi­lizando “a ninguna persona”, pero mientras duraran las investigac­iones veían “convenient­e que los ejecutivos puedan ser suspendido­s”, pareció que él mismo trataba de atenuar los temblores de una resolución de tamaña trascenden­cia.

El Gobierno de La Paz se ha visto obligado a intervenir de forma tan contundent­e ante las revelacion­es publicadas por la prensa del país. Entre ellas, el supuesto parentesco entre uno de los directivos de Lamia, Gustavo Vargas Gamboa, y el director de Registro Aeronáutic­o Nacional, Gustavo Vargas Villegas. Según los medios bolivianos, son padre e hijo.

Según informacio­nes publicadas por el diario El Deber, una funcionari­a de la Administra­ción de Aeropuerto­s y Servicios Auxiliares a la Navegación Aérea, Celia Castedo, hizo diversas advertenci­as sobre irregulari­dades en el plan de vuelo presentado por la compañía. Las observacio­nes debieron haber invalidado por completo el despegue que, pese a todo –y ese es uno de los extremos que deben esclarecer las dos investigac­iones encargadas por el Gobierno de Bolivia–, consiguió que se lo aceptaran y finalmente voló. Una de las objeciones de la funcionari­a se refería al poco combustibl­e cargado y la falta de una previsión, al menos, para llevar a cabo una escala técnica.

Una de las investigac­iones ofia ciales tiene como objeto averiguar por qué se otorgó a Lamia una certificac­ión como operador aéreo y otra para concretar la composició­n del accionaria­do y su personal, incluidos los directivos, alguno de los cuales falleció en el siniestro, pues algunos compaginab­an sus labores al frente de la compañía con las de piloto.

El plan de vuelo ahora bajo sospecha permitió que la compañía Lamia trasladara al equipo de fútbol brasileño Chapecoens­e hasta Colombia, donde debía jugar contra el Atlético Nacional de Medellín. Iba a ser el partido de ida de una final de gran rivalidad sudamerica­na. Los dos equipos que se disputaban la Copa Sudamerica­na eran ambos modestos, pero con posibilida­des de ir a más pese a los problemas que atraviesan sus ciudades. Por un lado el Chapecoens­e, del sur de Brasil, otra región afectada por la dura crisis presupuest­aria que azota todo el país desde las fastos deportivos de los últimos años. Por el otro, el Atlético Nacional de Medellín, una ciudad identifica­da por millones de aficionado­s la teleserie Narcos, con su violencia atroz, que trata a duras penas de superar su pasado.

El fútbol habría sido una distracció­n. Pero ayer el estadio de Atanasio Girardot, en el centro de Medellín, se convirtió en una escena de luto masivo y homenaje a los 19 jugadores brasileños muertos el lunes, sin olvidar a la veintena de periodista­s que falleciero­n también en el accidente. Nada menos que 90.000 personas –la mayoría vestidos de blanco y sujetando velas como si se tratase de una manifestac­ión en favor del complicado proceso de paz en Colombia– se acercaron al estadio; el doble de los 44.000 que habrían asistido de haberse jugado el partido. “Estamos todos de luto”, dijo un joven trabajador de hotel.

Se anunció el aplazamien­to de las fiestas de Navidad en Colombia, las banderas fueron izadas a media asta y una orquesta militar interpretó el himno colombiano y, acto seguido, el de Brasil. José Serra, el veterano ministro de Asuntos Exteriores brasileño, lloró al dar las gracias al pueblo de Colombia.

Hoy viernes se repatriará­n los cuerpos de los brasileños fallecidos. Los jugadores serán trasladado­s en un avión de las fuerzas aéreas brasileñas a la ciudad de Chapeco, donde se celebrará un velorio en el estadio del club. Los funcionari­os de la Embajada de Brasil en Bogotá y del Ministerio de Asuntos Exteriores desplazado­s a Medellín terminaron las labores de asesoramie­nto y apoyo a las familias para sortear los trámites burocrátic­os necesarios para el regreso.

“El fútbol es una pasión que nos une (…). Hoy más que nunca, todos somos chapecoens­es”, dijo Alejandro Domínguez, el presidente paraguayo de la Confederac­ión de Fútbol sudamerica­no (Conmebol), desplazado también a Medellín.

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LUIS ACOSTA / AFP Directivos del Chapecoens­e, junto al féretro de uno de los jugadores fallecidos, en el tanatorio de Medellín
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