El Lamia 933 nunca debió despegar
El Gobierno boliviano suspende a todos los responsables de Aviación Civil
Cuando en Colombia se habían identificado ya los 71 cadáveres del accidente del vuelo Lamia 933, el siniestro aéreo provocaba en paralelo una nueva convulsión con la apertura de investigaciones y suspensiones en Bolivia, base de la compañía del avión siniestrado el lunes en Medellín. El Gobierno boliviano ha suspendido de funciones a todas las autoridades de su sector aeronáutico nacional ante las sospechas de irregularidades que pudieron permitir el despegue del aparato a pesar de que se formularon hasta cinco objeciones al plan de vuelo el día del accidente. En paralelo, el Gobierno de La Paz retiró también el permiso de operaciones a Lamia.
La decisión, anunciada ayer por el ministro boliviano de Obras Públicas, Servicios y Vivienda, Milton Claros, afecta a las principales autoridades del sector, empezando por el director general de Aeronáutica Civil y la de Aeropuertos y Servicios Auxiliares a la Navegación Aérea. Cuando Claros dijo en rueda de prensa que no se estaba responsabilizando “a ninguna persona”, pero mientras duraran las investigaciones veían “conveniente que los ejecutivos puedan ser suspendidos”, pareció que él mismo trataba de atenuar los temblores de una resolución de tamaña trascendencia.
El Gobierno de La Paz se ha visto obligado a intervenir de forma tan contundente ante las revelaciones publicadas por la prensa del país. Entre ellas, el supuesto parentesco entre uno de los directivos de Lamia, Gustavo Vargas Gamboa, y el director de Registro Aeronáutico Nacional, Gustavo Vargas Villegas. Según los medios bolivianos, son padre e hijo.
Según informaciones publicadas por el diario El Deber, una funcionaria de la Administración de Aeropuertos y Servicios Auxiliares a la Navegación Aérea, Celia Castedo, hizo diversas advertencias sobre irregularidades en el plan de vuelo presentado por la compañía. Las observaciones debieron haber invalidado por completo el despegue que, pese a todo –y ese es uno de los extremos que deben esclarecer las dos investigaciones encargadas por el Gobierno de Bolivia–, consiguió que se lo aceptaran y finalmente voló. Una de las objeciones de la funcionaria se refería al poco combustible cargado y la falta de una previsión, al menos, para llevar a cabo una escala técnica.
Una de las investigaciones ofia ciales tiene como objeto averiguar por qué se otorgó a Lamia una certificación como operador aéreo y otra para concretar la composición del accionariado y su personal, incluidos los directivos, alguno de los cuales falleció en el siniestro, pues algunos compaginaban sus labores al frente de la compañía con las de piloto.
El plan de vuelo ahora bajo sospecha permitió que la compañía Lamia trasladara al equipo de fútbol brasileño Chapecoense hasta Colombia, donde debía jugar contra el Atlético Nacional de Medellín. Iba a ser el partido de ida de una final de gran rivalidad sudamericana. Los dos equipos que se disputaban la Copa Sudamericana eran ambos modestos, pero con posibilidades de ir a más pese a los problemas que atraviesan sus ciudades. Por un lado el Chapecoense, del sur de Brasil, otra región afectada por la dura crisis presupuestaria que azota todo el país desde las fastos deportivos de los últimos años. Por el otro, el Atlético Nacional de Medellín, una ciudad identificada por millones de aficionados la teleserie Narcos, con su violencia atroz, que trata a duras penas de superar su pasado.
El fútbol habría sido una distracción. Pero ayer el estadio de Atanasio Girardot, en el centro de Medellín, se convirtió en una escena de luto masivo y homenaje a los 19 jugadores brasileños muertos el lunes, sin olvidar a la veintena de periodistas que fallecieron también en el accidente. Nada menos que 90.000 personas –la mayoría vestidos de blanco y sujetando velas como si se tratase de una manifestación en favor del complicado proceso de paz en Colombia– se acercaron al estadio; el doble de los 44.000 que habrían asistido de haberse jugado el partido. “Estamos todos de luto”, dijo un joven trabajador de hotel.
Se anunció el aplazamiento de las fiestas de Navidad en Colombia, las banderas fueron izadas a media asta y una orquesta militar interpretó el himno colombiano y, acto seguido, el de Brasil. José Serra, el veterano ministro de Asuntos Exteriores brasileño, lloró al dar las gracias al pueblo de Colombia.
Hoy viernes se repatriarán los cuerpos de los brasileños fallecidos. Los jugadores serán trasladados en un avión de las fuerzas aéreas brasileñas a la ciudad de Chapeco, donde se celebrará un velorio en el estadio del club. Los funcionarios de la Embajada de Brasil en Bogotá y del Ministerio de Asuntos Exteriores desplazados a Medellín terminaron las labores de asesoramiento y apoyo a las familias para sortear los trámites burocráticos necesarios para el regreso.
“El fútbol es una pasión que nos une (…). Hoy más que nunca, todos somos chapecoenses”, dijo Alejandro Domínguez, el presidente paraguayo de la Confederación de Fútbol sudamericano (Conmebol), desplazado también a Medellín.