La Vanguardia

‘Dancin’ days’, con Sônia Braga

- Quim Monzó

Si todo va según lo previsto, tras el Consejo de Ministros de hoy, el titular de Hacienda y Función Pública, Cristóbal Montoro, anunciará la creación de un impuesto a las bebidas refrescant­es carbonatad­as. El objetivo es dejar sin efecto el que Junts pel Sí y la CUP pactaron en octubre durante la larga negociació­n de los presupuest­os de Catalunya. El impuesto del Gobierno español irá en un paquete que incluye también la subida de las tasas al alcohol y al tabaco, un plan de lucha contra el fraude en el IVA y una reforma del impuesto sobre sociedades.

Se repite, pues, la estrategia que utilizaron hace unos meses, cuando el Gobierno de Madrid creó un impuesto sobre depósitos bancarios que suponía la suspensión del que habían preparado en Catalunya, Asturias y otras comunidade­s autónomas. Después, el pleno del Tribunal Constituci­onal remachó el clavo y en un pispás los declaró inconstitu­cionales.

Si va a persistir esta tendencia a copiar cualquier impuesto que prepare el Govern catalán para anularlo de facto, creo que ha llegado el momento de empezar a ser creativos. El martes leía en

The Telegraph una noticia que me sorprendió. Hace dos años las autoridade­s de Bruselas crearon un nuevo impuesto que grava los bares, los clubs nocturnos, las discotecas o como quieran llamarlos, con una tasa por bailar. Había pasado bastante desapercib­ido pero ahora los inspectore­s de Hacienda se han puesto serios, sobre todo porque pronto será Navidad y mucha gente saldrá de juerga y los bares se llenarán.

No había oído nunca hablar de nada parecido, en ningún sitio del mundo. ¿Un impuesto por bailar? Sí: exactament­e 0,40 euros por cada persona que baile. Y si al día siguiente aquella persona vuelve, 0,40 euros más. Es decir que si en un local hay cada noche mil personas que bailan, cada noche el dueño del local tendrá que pagar 400 euros. Si lo multiplica­mos por treinta días, son 12.000 al mes. Algunos de esos bares piden ya a sus clientes que, por favor, se estén quietecito­s. Ahí empieza otro problema, porque ¿qué es exactament­e bailar? El director de uno de esos locales, el Bonnefooi de la Rue des Pierres, muy cerca de la Grand Place, pregunta: “¿Levantar los brazos en el aire es bailar?”. La pregunta es apropiada porque hay muchas maneras de bailar y gente que baila de forma muy extraña. Y a veces ves a alguien que parece que baila de un lado a otro y lo que pasa, simplement­e, es que va cocido. La justificac­ión de esta nueva tasa es que los locales donde se baila en público suponen un coste muy alto para la ciudad en lo que se refiere a seguridad y orden público, y lo que cobran las autoridade­s sirve para cubrir esos gastos.

Oso pedir a Junts pel Sí y la CUP que, por favor, pacten en cuanto puedan un impuesto parecido para los clubs, bares y discotecas de Catalunya. No porque tenga ganas de putearlos –¡Dios me libre!– sino para ver cuánto tarda Montoro en redactar uno igual.

Si van a duplicar cada nuevo impuesto catalán para suspenderl­o de facto, hagamos acopio de ideas

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