Una transición global
En menos de dos meses, la transición política estadounidense habrá terminado. El presidente número 45 de Estados Unidos se instalará en el despacho oval. El presidente electo Donald Trump se convertirá en el presidente Trump; el presidente Barack Obama se unirá a Jimmy Carter, George H.W. Bush, Bill Clinton y George W. Bush como uno más en la lista de expresidentes de EE.UU. que siguen vivos.
Hacer campaña proselitista y gobernar son dos actividades muy distintas, y no hay razón para suponer que la forma en la que Trump condujo la primera sea indicativa de la forma cómo abordará la segunda. Sin embargo, en medio de esta incertidumbre, hay algunas cosas que sí sabemos. La primera es que a Trump se le recibirá con una cesta de asuntos por resolver que está repleta de desafíos internacionales difíciles. Sin duda, ningún problema se compara con la guerra fría en su apogeo, pero la gran cantidad y complejidad de problemas no tiene precedentes en tiempos modernos.
Encabezando la lista estará Oriente Medio, una región en una etapa avanzada de desintegración. Siria, Irak, Yemen y Libia se enfrentan a una mezcla de guerras civiles y guerras subsidiarias. El pacto nuclear con Irán, en el mejor de los casos, lidia con un solo aspecto del poder iraní, y únicamente por un periodo de duración limitado. Puede que el Estado Islámico llegue a perder su dimensión territorial pero, junto con otros grupos, seguirá representando una amenaza terrorista durante los años venideros.
Además, Europa ya se enfrenta a muchos otros retos importantes, incluyendo la agresión rusa co tra Ucrania, el Brexit, el auge del po lismo y el nacionalismo, y las bajas tasas de crecimiento económico. Turquía plantea un problema especial, dado su creciente antiliberalismo dentro de sus fronteras y su comportamiento impredecible en el exterior.
La estabilidad de Asia Oriental se ve amenazada por el ascenso y las ambiciones estratégicas de China, los avances nucleares y de misiles balísticos de Corea del Norte, así como también por una serie de controvertidas reivindicaciones marítimas y territoriales. En Asia del Sur existe una renovada tensión entre India y Pakistán, dos rivales nucleares con una historia de conflictos. Es igual de incierto el futuro de Afganistán, país donde la participación y la ayuda internacional durante más de una década no lograron producir un gobierno competente ni sofocar a los talibanes y a otros grupos armados de oposición.
Físicamente más cerca de EE.UU. está una Venezuela rica en petróleo que tiene muchas de las características de un Estado fallido. En África, del mismo modo, una mezcla de gobernabilidad deficiente y crecimiento económico bajo, con terrorismo o guerra civil, o con ambos de estos factores, es abrumadora para muchos países.
La campaña de Trump ha añadido otros carices a las dificultades que él mismo enfrentará. Al hacer campaña sobre la base de una plataforma que pregona “Primero Estados Unidos”, Trump ha hecho que surjan cuestionamientos entre los aliados de EE.UU. acerca de cuán inteligente es continuar dependiendo del apoyo de Estados Unidos. La aparente desaparición del Tratado Transpacífico ha creado malestar en Asia y América del Sur sobre la previsibilidad de Estados Unidos y sobre si el país seguirá siendo el líder del comercio mundial o adoptará una actitud más cercana al proteccionismo. México, escogido por Trump como blanco especial de sus críticas durante la campaña electoral, se enfrenta a un conjunto singular de asuntos relacionados tanto con el comercio como con la inmigración.
La prioridad por ahora, y para los meses venideros, debería ser conformar el equipo de la nueva administración. Deben ocuparse aproximadamente 4.000 puestos. Los miembros de la nueva administración también tendrán que aprender a trabajar jun s, y deberán revisar las políticas existentes antes de que puedan tomar decisiones acerca de otras nuevas. Se centrará la atención de manera considerable en los rimeros cien días de la administración. Sin embargo, no existe nada mágico adherido a los primeros cien días de una presidencia de 1.460 días de duración.
Sería muy sabio que los gobiernos de otros países hagan más que solamente observar y esperar a que la nueva administración de Estados Unidos se organice. Los aliados deben considerar qué otras cosas más podrían hacer a favor de la defensa común. Pueden desarrollar y compartir sus ideas sobre la mejor manera de lidiar con Rusia, China, el EI, Corea del Norte e Irán. Pueden comenzar a pensar acerca de cómo proteger y promover el comercio mundi n ausencia de nuevos acuerdos lidera sporE ados Unidos. En esta nueva era, el equilibrio entre orden y desorden mun l será determinado no sólo por las
iones de Estados Unidos, sino también por las acciones que estén preparados a tomar otros países alineados desde tiempo t con Washington.
En esta nueva era, el equilibrio entre orden y desorden ya no lo marcarán sólo las acciones de EE.UU.