La Vanguardia

Una transición global

- Richard N. Haass R.N. HAASS, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores

En menos de dos meses, la transición política estadounid­ense habrá terminado. El presidente número 45 de Estados Unidos se instalará en el despacho oval. El presidente electo Donald Trump se convertirá en el presidente Trump; el presidente Barack Obama se unirá a Jimmy Carter, George H.W. Bush, Bill Clinton y George W. Bush como uno más en la lista de expresiden­tes de EE.UU. que siguen vivos.

Hacer campaña proselitis­ta y gobernar son dos actividade­s muy distintas, y no hay razón para suponer que la forma en la que Trump condujo la primera sea indicativa de la forma cómo abordará la segunda. Sin embargo, en medio de esta incertidum­bre, hay algunas cosas que sí sabemos. La primera es que a Trump se le recibirá con una cesta de asuntos por resolver que está repleta de desafíos internacio­nales difíciles. Sin duda, ningún problema se compara con la guerra fría en su apogeo, pero la gran cantidad y complejida­d de problemas no tiene precedente­s en tiempos modernos.

Encabezand­o la lista estará Oriente Medio, una región en una etapa avanzada de desintegra­ción. Siria, Irak, Yemen y Libia se enfrentan a una mezcla de guerras civiles y guerras subsidiari­as. El pacto nuclear con Irán, en el mejor de los casos, lidia con un solo aspecto del poder iraní, y únicamente por un periodo de duración limitado. Puede que el Estado Islámico llegue a perder su dimensión territoria­l pero, junto con otros grupos, seguirá representa­ndo una amenaza terrorista durante los años venideros.

Además, Europa ya se enfrenta a muchos otros retos importante­s, incluyendo la agresión rusa co tra Ucrania, el Brexit, el auge del po lismo y el nacionalis­mo, y las bajas tasas de crecimient­o económico. Turquía plantea un problema especial, dado su creciente antilibera­lismo dentro de sus fronteras y su comportami­ento impredecib­le en el exterior.

La estabilida­d de Asia Oriental se ve amenazada por el ascenso y las ambiciones estratégic­as de China, los avances nucleares y de misiles balísticos de Corea del Norte, así como también por una serie de controvert­idas reivindica­ciones marítimas y territoria­les. En Asia del Sur existe una renovada tensión entre India y Pakistán, dos rivales nucleares con una historia de conflictos. Es igual de incierto el futuro de Afganistán, país donde la participac­ión y la ayuda internacio­nal durante más de una década no lograron producir un gobierno competente ni sofocar a los talibanes y a otros grupos armados de oposición.

Físicament­e más cerca de EE.UU. está una Venezuela rica en petróleo que tiene muchas de las caracterís­ticas de un Estado fallido. En África, del mismo modo, una mezcla de gobernabil­idad deficiente y crecimient­o económico bajo, con terrorismo o guerra civil, o con ambos de estos factores, es abrumadora para muchos países.

La campaña de Trump ha añadido otros carices a las dificultad­es que él mismo enfrentará. Al hacer campaña sobre la base de una plataforma que pregona “Primero Estados Unidos”, Trump ha hecho que surjan cuestionam­ientos entre los aliados de EE.UU. acerca de cuán inteligent­e es continuar dependiend­o del apoyo de Estados Unidos. La aparente desaparici­ón del Tratado Transpacíf­ico ha creado malestar en Asia y América del Sur sobre la previsibil­idad de Estados Unidos y sobre si el país seguirá siendo el líder del comercio mundial o adoptará una actitud más cercana al proteccion­ismo. México, escogido por Trump como blanco especial de sus críticas durante la campaña electoral, se enfrenta a un conjunto singular de asuntos relacionad­os tanto con el comercio como con la inmigració­n.

La prioridad por ahora, y para los meses venideros, debería ser conformar el equipo de la nueva administra­ción. Deben ocuparse aproximada­mente 4.000 puestos. Los miembros de la nueva administra­ción también tendrán que aprender a trabajar jun s, y deberán revisar las políticas existentes antes de que puedan tomar decisiones acerca de otras nuevas. Se centrará la atención de manera considerab­le en los rimeros cien días de la administra­ción. Sin embargo, no existe nada mágico adherido a los primeros cien días de una presidenci­a de 1.460 días de duración.

Sería muy sabio que los gobiernos de otros países hagan más que solamente observar y esperar a que la nueva administra­ción de Estados Unidos se organice. Los aliados deben considerar qué otras cosas más podrían hacer a favor de la defensa común. Pueden desarrolla­r y compartir sus ideas sobre la mejor manera de lidiar con Rusia, China, el EI, Corea del Norte e Irán. Pueden comenzar a pensar acerca de cómo proteger y promover el comercio mundi n ausencia de nuevos acuerdos lidera sporE ados Unidos. En esta nueva era, el equilibrio entre orden y desorden mun l será determinad­o no sólo por las

iones de Estados Unidos, sino también por las acciones que estén preparados a tomar otros países alineados desde tiempo t con Washington.

En esta nueva era, el equilibrio entre orden y desorden ya no lo marcarán sólo las acciones de EE.UU.

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JOMA

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