Los insultados
Hemos visto ganar las elecciones de EE.UU. a un señor que insulta a mansalva. Un profesional del insulto. Un virtuoso. Su habilidad era tan notoria que The New York Times publicó una lista con 281 personas, lugares y cosas, insultadas por el exitoso mandatario. Insultar lugares y cosas no es moco de pavo, requiere un talento especial. Pero más allá de estos dardos contabilizados, están los colectivos vejados al completo. Los más castigados de la sociedad, por si no tuvieran ya bastante con lo suyo. El millonario se ha despachado a gusto y en bloque contra las mujeres y los inmigrantes. ¿Y cuántas de esas personas insultadas han tenido que votarle para darle la victoria?, me pregunta un amigo estupefacto. ¿Cuántas?, repite con los ojos como platos, porque sin esos votos no salen los números. Intento improvisar unas cuentas, pero no tengo una idea clara del recuento votante del territorio. ¿Miles?, ¿millones?, suelto muy a ojo. Muchísimas, zanja. Y eso es lo verdaderamente preocupante, añade; lo peligroso no es ya el maltratador, sino las gentes maltratadas que le dan el poder, para que siga maltratándolas a sus anchas. ¿Nos estamos volviendo locos?, ¿suicidas?, ¿masoquistas?, dice. ¿Lerdos?, ¿tontitos?, sugiero en contribución al chorro de descalificaciones que está apoderándose también de nuestras gargantas.
La cosa me recuerda al dicho aquel del obrero de derechas –que no voy a repetir aquí para no hurgar en ofensas innecesarias–. O a un conductor con el que tuve una cierta intimidad, de tanto ir y venir en una gira teatral. Sus charlas me dejaban en un estado de perplejidad angustioso. El hombre, amable y delicado hasta el punto de no poner casi nunca su fútbol radiado a todo volumen, mantenía a sus tres hijos, a su mujer desempleada y a su suegra impedida. Con semejante carga familiar, su vida se reducía a rodar por el asfalto. Algún domingo se iba de caza, en plan desahogo. A pegar unos tiros. Creo que ese era su único rato de ocio. El caso es que fue cogiendo confianza y empezó a soltarme su visión política. Estaba radicalmente en contra de cualquier clase de servicio público o subsidio. Creía que había que privatizarlo todo. Vamos a ver, me desesperaba yo, ¿y qué vas a hacer tú sin la sanidad pública que trata a tu suegra, sin los colegios públicos de tus hijos y sin el subsidio de desempleo que cobra tu mujer y en cualquier momento puede hacerte falta a ti? ¿No te das cuenta de que ese panorama de tiburones con el que sueñas empezaría por devorarte a ti, desgraciado pececillo?, le decía. Pero al hombre eso le daba igual. Yo no quiero estar aquí trabajando día y noche para que una pandilla de vagos se aproveche de mis impuestos, decía con odio reconcentrado, rabia suicida, rencor ciego hacia sus semejantes, compañeros de miseria y desesperación.
¿Cuántas de esas personas insultadas han tenido que votar a Trump para darle la victoria?