Otro Disney mayúsculo
Aunque las películas de Pixar se presentan asociadas con la factoría Disney desde Toy story ,ha habido siempre en ellas un sello personal, intransferible, fruto sin duda del esmero y el ingenio de su comandante John Lasseter. Pero en 2006, Lasseter, sin abandonar el timón de Pixar, fue nombrado director creativo de la Disney (donde, por cierto, se había iniciado como animador), y desde entonces los productos de una y otra compañía, sin ser intercambiables, sí ostentan categorías muy próximas. En estos diez años de etapa Lasseter, la Disney ha fabricado algunos de sus diamantes mejor tallados
(Frozen, Big hero 6, Zootrópolis), un nivel de excelencia al que se suma ahora Vaiana, su última joya, una fantasía luminosa, trepidante y dionisíaca, ambientada en Polinesia (al buen cinéfilo le soplarán los vientos familiares de Ave del paraíso o La taberna
del irlandés), protagonizada por una adolescente indígena apasionada por el mar y la aventura (aquí las olas vibran románticas como en los filmes más bellos de Raoul Walsh) y un semidiós grandullón fiero y tierno a un tiempo, de cuerpo cubierto de tatuajes con vida propia, dos criaturas de brillante diseño, a las que acompaña un pollo lelo que monopoliza los gags más salados. Los directores de La sirenita ponen todo su talento en el asador, salpimentando el plato con las canciones de rigor. Un jugoso megaespectáculo al que sólo cabe reprocharle algún bache en el tramo final, sobre todo la alargada batalla final. Ojo al corto que lo precede, Inner workings, una absoluta delicia deudora de Del revés.