Política espectáculo
Carles Casajuana expone tres casos de personajes que han hecho el paso de la política a los medios de comunicación, dos en este sentido y el tercero –Trump, para más señas– a la inversa: “Maquiavelo escribió que al gobernante le conviene más ser temido que amado. Kadírov es ciertamente temido. ¿Quiere ser amado, también? Tiene más de dos millones de seguidores en Instagram y casi ochocientos mil en Facebook. ¿Quiere más?”.
Ed Balls era un político británico muy conocido que, en las elecciones del 2015, perdió su escaño y se vio obligado a abandonar la política. Formado en Oxford y Harvard, director de la sección de economía del Financial Times, casado con otra política notable, Yvette Cooper, fue diputado por el Partido Laborista del 2005 al 2015, ministro en el gobierno de Gordon Brown, candidato a sucederle al frente del laborismo y portavoz de economía del partido en la oposición. El equivalente español sería una combinación de Miguel Sebastián y Eduardo Madina, con un físico más parecido al de Miquel Iceta (y la comparación, como se verá, no es ociosa).
Ahora, Ed Balls tiene al Reino Unido a sus pies. ¿Qué ha pasado? Pues que, tras intentar reorientar su carrera como profesor de la Universidad de Harvard, se presentó como concursante en el programa de televisión Strictly come dancing, el equivalente de nuestro Mira quién baila, y sábado tras sábado durante diez semanas, formando pareja con la bailarina profesional Katya Jones, fue superando votaciones y sumando puntos de estima popular.
Balls, eliminado finalmente el pasado sábado, no es –ni será nunca– un gran bailarín, pero a base de practicar cuarenta horas semanales y de echarle desparpajo, sudor y alegría consiguió que cada pieza que bailaba fuera un espectáculo digno de verse. Uno de los jueces del programa lo resumió con una frase: “Es el mejor mal bailarín que he visto nunca”. Con sus evoluciones y gansadas, se ha ganado la aclamación de políticos de todos los partidos y de las figuras públicas más diversas y se ha convertido en una figura adorada por los telespectadores. Quien quiera ver por qué, que lo busque en YouTube. Se reirá.
Como político, Ed Balls era un buen profesional, serio, preparado, pero no emanaba simpatía ni era un hombre carismático. Era un aparatchik que nunca desentonaba, de atuendo convencional, con fama de duro y con un punto de agresividad que no le ayudaba. Ahora, en cambio, todo el mundo le ve como un hombre cercano, cachondo, vulnerable, que se ha arriesgado porque no tenía nada que perder. Los analistas comparan la extraordinaria ola de afecto que ha provocado con la que genera el plucky trier que se embarca en una bañera con la intención de cruzar el Atlántico. Lo que Balls se proponía era en principio igual de descabellado: a los cuarenta y nueve años, con muchos más kilos de los que convendrían, lucirse bailando chachachá, rock o salsa en un programa de televisión era una empresa imposible.
Pero él se ha salido con la suya a fuerza de entusiasmo, coraje y sentido del humor, y si alguna vez opta por volver a la política será un candidato muy difícil de vencer.
A unos cuantos miles de kilómetros de distancia, otro político muy diferente también intenta reconstruir su figura pública a través de un reality show de la televisión. Su caso es aún más inverosímil, porque se trata de un político en activo, que está en el poder. Ramzán Kadirov, presidente de la república de Chechenia desde el 2007, protagoniza un programa llamado El equipo que viene a ser el equivalente checheno de L’aprenent de TV3 y del programa The apprentice, que sirvió a Donald Trump de trampolín a la política.
Kadírov, hijo de un presidente asesinado en el 2004, gobierna el país por designación de Vladímir Putin. Un editorial reciente de The New York Times describía el régimen checheno como “una cruel dictadura basada en el culto a la personalidad y marcada por la corrupción y por los abusos generalizados de los derechos humanos”. Las denuncias de asesinatos, torturas, violaciones y secuestros a cargo de las fuerzas paramilitares son muy numerosas. Se calcula que al menos un cuarto de millón de chechenos han pedido asilo en países occidentales desde el año 2000. Mientras tanto, Kadírov ha acumulado una inmensa fortuna.
¿Qué necesidad tiene de arriesgarse protagonizando un reality show de la televisión? Maquiavelo escribió que al gobernante le conviene más ser temido que amado. Kadírov es ciertamente temido. ¿Quiere ser amado, también? Tiene más de dos millones de seguidores en Instagram y casi ochocientos mil en Facebook. ¿Quiere más? ¿O su aspiración secreta no era gobernar el país sino ser una estrella de la televisión? ¿O trata simplemente de rehacer su imagen y convencer a los ciudadanos de Chechenia de que no es el déspota que muchos dicen?
Los casos de Ed Balls, de Ramzán Kadírov y de Donald Trump, que recorrió un camino inverso al de Kadírov y está nombrando a los miembros de su gabinete como si continuara en un plató, ilustran sobre las extrañas formas de la simbiosis entre televisión y política. Son muy diferentes: uno es divertido, el otro siniestro y el tercero inquietante. Pero los tres habrían sido difíciles de imaginar hace muy pocos años y los tres muestran cuán imprecisa es la línea que separa la política del espectáculo.
Ed Balls tiene al Reino Unido a sus pies. ¿Qué ha pasado? Fue concursante del programa de baile ‘Strictly come dancing’