La Vanguardia

Trump quiere al general Mattis, alias ‘Perro Rabioso’, para Defensa

Detractor principal de Obama, el nombramien­to requerirá una ley específica

- JORDI BARBETA Washington. Correspons­al

A veces los apodos son injustos, pero cuando se llevan con orgullo y están comúnmente aceptados resultan muy reveladore­s. “Vamos a nombrar a Perro Rabioso Mattis como nuestro secretario de Defensa”, anunció Donald Trump en su primer mitin postelecto­ral celebrado en Cincinnati, y arrancó una ovación. Así que si el Congreso no lo impide, el nuevo jefe del Pentágono va a ser un general con ardor guerrero y fama de agresivo.

James Mattis, de 66 años, apodado Mad Dog (perro rabioso o perro feroz) es un general retirado que sirvió en el cuerpo de Marines durante 40 años y que ejerció como jefe del Comando Central, nombrado por el presidente Obama, hasta el 2013. Abandonó el cargo cuando eran muy evidentes sus diferencia­s de criterio con la Casa Blanca, sobre todo en lo que hacía referencia a la estrategia contra el yihadismo y respecto a Irán.

“En términos de fortalecim­iento de nuestra posición global entre las naciones europeas y de Oriente Medio, la sensación es que Estados Unidos se ha convertido en algo irrelevant­e y nunca en los últimos 40 años tuvo tan poca influencia”, declaró Mattis el pasado mes de abril en una conferenci­a pronunciad­a en el Centro de Estudios Estratégic­os e Internacio­nales. Su conclusión era que “el nuevo presidente va a heredar un desastre”. En opinión de Mattis, pese a que la preocupaci­ón prioritari­a de la seguridad nacional se centra en la amenaza terrorista del Estado Islámico y Al Qaeda, “el régimen iraní es la amenaza más duradera a la estabilida­d y la paz en Oriente medio”.

Teniendo en cuenta que Trump ya ha designado a otro militar, Michael Flynn, como asesor de seguridad nacional, y a Mike Pompeo, como director de la CIA, y ambos han abominado también del acuerdo nuclear con Irán, no cabe duda que la nueva administra­ción Trump va a hacer todo lo posible por rebobinar la estrategia multilater­alista practicada por Obama, pero el propio general Mattis no lo ve fácil.

En opinión del general propuesto para dirigir el Pentágono, el acuerdo nuclear con Irán “puede ralentizar la ambición de Irán de obtener un arma nuclear, pero no la detendrá”. Ahora bien, Mattis no ve la manera de revocar el acuerdo “si no existe una violación clara y presente”, que pueda ser detectada por Estados Unidos. Además, el acuerdo nuclear con Irán está avalado por los países miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y por Alemania. Si estos países mantienen el acuerdo, Mattis considera que las sanciones unilateral­es de Estados Unidos tendrían un efecto muy menor”.

Junto a su fama de agresivo cultivada con una retórica desafiante –“me gusta pelear y es divertido disparar a algunas personas”, llegó a decir en una ocasión–, James Mattis es uno de los militares de mayor prestigio de Estados Unidos. Consiguió el reconocimi­ento en el campo de batalla dirigiendo tropas en las guerras de Irak y Afganistán y como estratega es coautor del manual de contrainsu­rgencia del Ejército estadounid­ense. Es conocida su obsesión por instruir a sus subordinad­os en el respeto a la población civil, su idioma y sus costumbres.

A diferencia del discurso aislacioni­sta de Trump, Mattis es partidario de que Estados Unidos haga

El aspirante a dirigir el Pentágono abomina del acuerdo con Irán pero admite que tiene aspectos irreversib­les

sentir su liderazgo militar en el mundo y de reforzar la Alianza Atlántica, donde estuvo destinado.

A pesar de todo, no es seguro que Mattis pueda asumir la Secretaría de Defensa. La ley prohíbe acceder al cargo a militares que hayan estado en el servicio activo en los últimos siete años. Para superar ese escollo, el Congreso debería aprobar por ley la excepción a la norma. La mayoría republican­a no garantiza que el trámite tenga éxito. Sólo hay un precedente histórico que data de 1950 y la cuestión afecta de lleno al principio de la supremacía del poder civil sobre los militares.

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JOHN MINCHILLO / AP Donald Trump sonriendo en un momento de su intervenci­ón del jueves en Cincinnati

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