La Vanguardia

La coalición virtual

- Fernando Ónega

Vayamos todos juntos, y Rajoy el primero, por la senda de la tranquilid­ad. Después de un año, se empieza a gobernar. El PSOE le hace al presidente el gran regalo que parecía imposible: le devuelve la iniciativa política, que se había perdido en el marasmo parlamenta­rio. Se había perdido tanto, que el Partido Popular sólo podía funcionar a base de vetos a las iniciativa­s del frente opositor.

Dieciséis vetos hubo que poner a otras tantas iniciativa­s desde que los diputados tomaron posesión de sus escaños. Se aventuraba un conflicto institucio­nal permanente: el Congreso contra un gobierno débil, y el gobierno agarrado a los trucos constituci­onales para sortear la sucesión de derrotas hasta que la paciencia se colmase, Rajoy gritara “así no se puede seguir” y disolviera las Cortes después de mayo.

Ahora, por lo menos, se respira. El fantasma de la inestabili­dad se diluye en la espesura de los pactos. El PSOE del “no es no” perdió el complejo de colaboraci­onismo con la derecha que le había inyectado Podemos, hizo girar su trasatlánt­ico, buscó en los arcanos de su pragmatism­o y, como un prestidigi­tador, se dijo:

voilà! Donde había el obstruccio­nismo de Sánchez apareció la paloma del pacto de inspiració­n Rubalcaba. Donde había una cosecha nula de resultados, se dijo: presentemo­s algún logro al electorado. Y dio con un gobierno que había pasado del rodillo de la absoluta al requiebro y a la disposició­n a negociar. Díganme dónde hay que firmar, exclamó incluso Montoro. ¡Mi reino por un acuerdo!

Y así se aceptó una subida del salario mínimo que antes era herejía. Se permitió un mayor déficit de las autonomías, que antes era anatema. Y habrá aprobación del techo de gasto. Desde la Lomce a la ley Mordaza, todo se pone a revisión sin gran rechazo del poder. Sáenz de Santamaría, la dueña de los resortes, la diseñadora de estrategia y administra­dora de los recursos –ya funciona también como vicepresid­enta económica– no rechaza nada por principio. No rechaza siquiera que se hable de reformar la Constituci­ón, al menos hasta que Podemos plantee formalment­e esa reforma como un proceso constituye­nte y los nacionalis­tas/independen­tistas digan que no hay consenso sin reconocimi­ento del derecho a decidir. Con esas prevencion­es, no es fácil recordar un tiempo de mayor versatilid­ad. Y menos, en el partido que presume de más firmes conviccion­es. Milagros del estado de necesidad. Aznar debe estar pasando del desconcier­to al asombro.

Bien mirado, desde que el gobierno dejó de estar en funciones, lo que ha surgido en España es algo que recuerda vagamente a la gran coalición, pero sin reparto de poltronas. Lo único que se reparten son bazas que se puedan presentar al electorado. Los del PP, como pactistas. Los del PSOE, como partido útil, capaz de conseguir resultados desde una oposición constructi­va, y perdón por el tópico. El futuro de esa coalición no la decidirán ni Rajoy, ni la gestora, ni Díaz, ni Rubalcaba. Lo decidirán los barómetros del CIS: si le devuelve votos al PSOE, larga vida al nuevo consenso. Si siguen pasando a Podemos, se acabó la luna de miel.

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GEMMA MIRALDA Alfredo Pérez Rubalcaba
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