Las tempestades
Mientras escribo estas palabras oigo el temporal de levante, que ha traído lluvias intensas con rayos y truenos. Es el otoño, que se expresa. Y como creo que las leyes físicas rigen para todo el universo, del que los seres humanos formamos parte, además de las tempestades meteorológicas también hay tempestades sociales y personales. En el ámbito social hay tempestades políticas, económicas, de creencias, de poderes. Y aunque pensemos que todo ello es controlable, por lo que va pasando parece que una gran parte no lo es, escapa al control de las voluntades humanas; a veces la realidad se escurre entre los dedos como el agua, no se puede retener aunque se quiera. Y lo mismo pasa en el ámbito personal: el cuerpo a veces hace lo que quiere por su cuenta, ya estamos acostumbrados, pero eso no quita que nos incomode, como si el cuerpo tuviera que obedecer siempre a nuestro dictado. ¿Y el alma? ¿Y la mente? En este ámbito hay tempestades de toda clase, aguaceros violentos con rayos y truenos, fuertes vendavales súbitos, nubes bajas, nieblas persistentes, granizos y, de vez en cuando, alguna calma que se presenta sin esperarla. Todo un conjunto sorprendente, no hay un ritmo conocido, siempre es lo inesperado.
William Shakespeare, en La tempestad, dice: “Mi proyecto ha devenido maduro. Mis hechizos, firmes; y me obedecen todos mis espíritus, y el tiempo avanza en pie con su atadijo. ¿Dónde estamos del día?”. Una expresión del ansia de poder sobre todas las cosas, un retrato de la condición humana, que quiere creer que puede con todo. Y la cruda realidad es que nos pueden cosas como las funciones orgánicas, la climatología, la edad, los recuerdos, el hambre, la sed, los amores, las amistades, las pérdidas y también los fantasmas de las construcciones de la mente anticipando ganancias y pérdidas futuras. La verdad es que vamos superando trabajosamente los obstáculos que la realidad nos trae, y gracias.
Y una vez más vuelvo a Shakespeare cuando dice: “Acojamos la vida tal como se nos presenta”. Pues eso.